Conflicto del Sáhara Occidental
Biden trata de relanzar el diálogo entre Marruecos y el Polisario
La diplomacia estadounidense presiona a las partes para reanudar las negociaciones y aceptar al enviado especial de la ONU
El presidente mira hacia otro lado mientras los demócratas bloquean en el Congreso los gestos de Trump hacia Marruecos
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
El Sáhara Occidental nunca fue un problema intrínseco de Estados Unidos. Desde el inicio de la ocupación marroquí en 1975, su futuro se ha librado en los pasillos de Naciones Unidas y las capitales de su entorno: desde Argel, principal patrón del Frente Polisario, hasta París, el aliado más estrecho de Marruecos, pasando por Madrid, la antigua metrópolis colonial, o Nuakchot, su vecino mauritano del sur. Washington ha entrado y ha salido del conflicto de forma espasmódica, como sucedió con el llamado Plan Baker, el intento más ambicioso de los últimos tiempos para resolver el estatus del Sáhara. Pero ese engorro coyuntural ha pasado a ser su responsabilidad directa desde que Donald Trump ignorara el derecho internacional para reconocer la soberanía marroquí sobre la antigua colonia española.
“Muchos estadounidenses no saben nada del conflicto y la mayoría ni siquiera sabría situar el Sáhara Occidental en el mapa”, asegura el profesor de la Universidad de San Francisco, Stephen Zunes, coautor de un libro sobre el tema. “Pero dado el poder e influencia de EE UU en el mundo, y el hecho de que sea la única potencia que ha reconocido la anexión marroquí, le han dado un papel mucho más prominente”. La pelota está ahora en el tejado de Joe Biden, quien se ha resistido hasta el momento a revertir el reconocimiento de su predecesor a pesar de sus reiteradas promesas para situar nuevamente al derecho internacional como pilar normativo de las relaciones entre países.
Su política sobre el Sáhara Occidental sigue oficialmente bajo revisión, pero entre tanto, según ha podido saber EL PERIÓDICO, sus diplomáticos están presionando en los pasillos de la ONU para nombrar a un nuevo enviado especial para la región y sentar a Marruecos y al Polisario en la mesa de negociación. Un diálogo que está muerto desde que el expresidente alemán Horst Köhler renunciara a su cargo como enviado especial para el Sáhara Occidental en mayo del 2019. Ambas misiones han ganado una urgencia extraordinaria a raíz de la reanudación de la guerra en noviembre, anunciada por los representantes políticos del pueblo saharaui tras tres décadas de alto el fuego.
“Estamos consultando con las partes para encontrar la mejor forma de avanzar y no tenemos nada más que anunciar”, asegura un portavoz del Departamento de Estado a la pregunta de este diario sobre las conversaciones en curso para tratar de desatascar el conflicto. Biden está jugando su partida con discreción y dos barajas. Por un lado, ha reafirmado el reconocimiento de su predecesor al permitir que los mapas oficiales de la CIA y el Departamento de Estado incluyan el Sáhara ocupado como parte integral de Marruecos. Pero, por otro, ha dejado que sus aliados en el Congreso congelen las contrapartidas que Trump ofreció a Rabat a cambio de normalizar sus relaciones con Israel.
Consulado en el Sáhara ocupado
Tanto la notificación enviada al Capitolio para construir un consulado estadounidense en Dajla, la antigua Villa Cisneros de los españoles, convertida por el reino alauí en la capital administrativa del Sáhara ocupado, como la venta a Marruecos de cuatro drones militares de última generación. Ambos planes han quedado varados en los comités de Asuntos Exteriores de las dos cámaras, así como en el de Apropiaciones. “No creemos que esté justificada la apertura del consulado”, afirma una fuente del Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes. “No hay mucho negocio que hacer en Dajla ni tampoco muchos estadounidenses que la visiten. De acuerdo con nuestro análisis, el único fin del consulado era reafirmar la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental”.
Esas mismas fuentes aseguran que Biden no tiene ninguna intención de proceder con la edificación del consulado, bloqueado por los demócratas con algunos apoyos republicanos. “Es un fenómeno extraño porque ninguno de los bandos tiene un claro apoyo mayoritario en Washington. El Congreso está bastante dividido”, explica el profesor Zunes. Y aunque el conflicto saharaui no es una prioridad para la Casa Blanca, todo podría cambiar si los renovados enfrentamientos militares acaban desestabilizando la región, concebida por EE UU como un tapón frente al yihadismo.
Respeto a las normas internacionales
No es el único factor a tener en cuenta porque en el desierto norteafricano Biden se juega parte de su credibilidad como estadista en los foros internacionales. En su reciente reunión con Vladimir Putin llegó a mencionar hasta en siete ocasiones el respeto a las “normas internacionales” como uno de sus requisitos para mejorar las relaciones con Rusia, la misma Rusia que enfrenta sanciones estadounidenses por su anexión ilegal de Crimea. De modo que al demócrata no le quedan muchas más opciones que revertir los reconocimientos de Trump respecto al Sáhara, Jerusalén y el Golán sirio si quiere tener alguna autoridad moral como baluarte del orden internacional.
“Nuestra oposición al reconocimiento de la marroquinidad del Sáhara se deriva del peligroso precedente que crearía”, afirman las fuentes del Comité de Asuntos Exteriores. “Para nosotros es lo mismo que la anexión rusa de Crimea o las reivindicaciones territoriales chinas en el Mar de China. Son maniobras ilegales de anexión, conquistas territoriales por la fuerza”.
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