Desprotección de la infancia
Matrimonios tempranos entre las refugiadas sirias en el Líbano para aligerar la carga económica en los hogares
La apremiante crisis económica ha llevado a nueve de cada diez refugiados sirios en el Líbano a la pobreza extrema y casan a sus hijas para tener una boca menos que alimentar en sus hogares
"En el hogar no hay transparencia ni franqueza; las madres quieren casarlas lo antes posible para evitarse problemas", reconoce Kadria Hussein, directora del centro Alsama en el campo de refugiados de Shatila
Andrea López-Tomàs
Periodista y politóloga.
“Todo bien”. “Sí”. “No”. “Contenta”. Esas son las pocas palabras que Rama responde tímidamente, mientras la voz de su suegra llena la habitación. “¡Gracias a Dios, está embarazada!”. Pero apenas se notan los cinco meses de gestación en el delicado cuerpo de esta joven de 14 años. A modo de puente entre la infancia y la adolescencia, a Rama Haj Theyab la casaron con su primo, también menor de edad, hace ahora siete meses en Siria.
Esta niña engrosa la cifra de refugiadas sirias en el Líbano casadas cada vez más pronto. La pandemia, la crisis económica y las tradiciones abocan a estas adolescentes al matrimonio infantil. Así las familias se deshacen de otra boca que alimentar en los hogares más vulnerables del país, angustiados por la crisis sin fin.
La debacle del Líbano se ceba con la copiosa población de refugiados sirios. Según la ONU, son unos 865.000 aunque el gobierno libanés eleva la cifra al millón y medio de refugiados. Uno de cada cuatro habitantes del Líbano es un refugiado sirio. La crisis económica, la pandemia y las consecuencias de la explosión del puerto de Beirut han condenado a nueve de cada 10 sirios a una pobreza extrema.
De la inestable Siria al decadente Líbano
“Muchas familias optan por sobrellevar esta crisis a diferentes niveles con mecanismos muy negativos, como el matrimonio infantil”, explica Alaa Kaddoura, la responsable del programa de protección de la infancia de la oenegé española URDA. Las estadísticas muestran un aumento de este mecanismo en el catastrófico 2020 del Líbano. Aunque el incremento se extiende a lo largo y ancho de la sociedad libanesa, son las jóvenes refugiadas sirias quienes son más forzadas a pasar por el altar.
Salha Haj Theyab no puede evitar verter unas lágrimas cuando piensa en su marido. Tras su fallecimiento, su hijo, el otro varón de la familia, fue a pedir esposa a su tío en Siria. “Toma a mi hija”, le ofreció. Así es como la vida de Rama cambió de escenario: de la inestable Siria al decadente Líbano. En una tienda de apenas 20 metros cuadrados en el valle libanés de la Becá, a siete kilómetros de la frontera siria, la joven de 14 años “y medio”, apunta su suegra, vive junto a la familia de su marido. “No estudia, nunca empezó”, reconoce Salha.
En el Líbano multisectario, no hay una edad mínima legal para contraer matrimonio. Esta varía según la confesión religiosa. De las 18 comunidades que conviven en el país, dos códigos musulmanes aceptan enlaces con la autorización paterna a la pronta edad de nueve años. “Un matrimonio temprano tiene consecuencias negativas severas sobre la niña en materia de salud mental y biológica”, añade Kaddoura. Una boda antes de tiempo es la principal causa de abandono de la educación entre la población femenina.
Niñas cuidando de niñas
En el vientre de Rama hay la bendición de la familia Haj Theyab. “Será una niña cuidando de una niña”, susurra Kaddoura. Un embarazo temprano, además, puede llevar a un aborto espontáneo con todas las consecuencias psicólogicas y fisiológicas que implica. “Muchas veces no se registra el matrimonio por ser con una menor de edad y al mismo tiempo, no puede registrar a los hijos nacidos de esta unión, despojándolos de un Estado”, insiste. Cada vez es más común que el marido también sea menor de edad.
“Casamos a nuestras hijas por la apremiante situación económica y por las tradiciones”, explica Yusra Ahmad Al-Ghunaim, trabajadora social del Instituto Alsama en el campo de refugiados de Shatila en Beirut. “Muchas familias las casan antes de volver a Siria para evitar violaciones o vejaciones por parte de los soldados de Estado Islámico”, remarca. Cuando un joven vino a pedir la mano de su hija Nur Al Huda de 16 años, Yusra aceptó. “Yo me casé a los 14 años, ¿qué problema podía haber?”, pensó.
En el centro de Alsama, se realizan sesiones de concienciación para las madres. “Ellas actúan pensando en su propio beneficio, en el hogar no hay transparencia ni franqueza”, explica Kadria Hussein, la directora del centro en el campo de refugiados de Shatila. “Las madres quieren casarlas lo antes posible para evitarse problemas”, añade. El clima de inseguridad que se vive en el campo pone más en riesgo a estas adolescentes. Una violación es un estigma imposible de sortear.
“Les hemos enseñado a las niñas y adolescentes que tienen derecho a decir que no”, defiende Kadria Hussein, directora del centro Alsama en el campo de refugiados de Shatila (Beirut).
“Les hemos enseñado que tienen derecho a decir que no”, insiste Hussein. Abir Hussein Al-Kindy lo hizo. Con 14 años, se comprometió en Siria y dejó la escuela. “Cuando llegué al Líbano, conocí a gente inspiradora y pensé: yo también quiero hacer algo grandioso con mi vida”, relata. Ahora, a sus 18 años, lidera sesiones de concienciación para mostrar a sus compañeras que hay vida después del no.
Abir no quiere casarse. “Al menos hasta que acabe mis estudios”, reconoce, “luego ya empezaré a pensar en el matrimonio”. Pese a la fuerza que transmite su voz, su mensaje corre el riesgo de perderse entre los 50 kilómetros que separan la capital libanesa del valle de la Becá. La convicción de su suegra interrumpe el silencio de Rama. Ella aún se asusta cuando siente la vida removerse en su vientre.
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