A los 70 años

Fallece Rush Limbaugh, voz y motor de la radicalización conservadora en EEUU

Figura fundamental de la derecha y el populismo, dominó las ondas desde finales de los 80 y ahora mantenía 13 millones de oyentes

En la estela de otros predicadores de odio azuzó el racismo, la misoginia, la homofobia o el negacionismo medioambiental

Rush Limbaugh, en una imagen de archivo.

Rush Limbaugh, en una imagen de archivo. / Reuters

Idoya Noain

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

El movimiento ultraconservador en Estados Unidos ha perdido a Rush Limbaugh, una de sus voces definitivas, motor y altavoz de su radicalización y, por su influencia y provocación, más que una figura radiofónica. La causa de la muerte, según ha confirmado su viuda en su programa este miércoles, han sido complicaciones del cáncer de pulmón que Limbaugh, fumador y defensor del tabaco, anunció que sufría hace un año. Tenía 70 años.

No se puede exagerar el papel de Limbaugh ni lo titánico de su figura y de su poder político. Antes de las redes sociales, y antes del presidente Donald Trump, Limbaugh usó las ondas, que dominó desde finales de los años 80, con el poder de una audiencia inigualada para desatar la onda expansiva del terremoto del populismo y la radicalización conservadora que hoy sigue sacudiendo EEUU. Aunque luego sus herederos e imitadores le comieron terreno, y bajó de los 20 millones de oyentes a los 13, mantuvo su aura de “hombre más peligroso de América”, como le gustaba definirse. Un día después de que anunciara su cáncer Trump le entregó por sorpresa en el discurso sobre el estado de la Unión la medalla de la libertad, máximo honor civil en EEU.

Predicador del odio

Como escribió el año pasado David Remnick, director de la revista 'The New Yorker', a Limbaugh "difícilmente se le podía considerar un original”. Seguía la senda de predicadores del odio que le precedieron en hacer del “racismo una forma de entretenimiento demagógico”. Ofensivo y cruel según sus críticos, divertido e irónico según sus defensores, y con una audiencia que según estudios del Pew estaba mejor informada o tenía más educación universitaria que la de la radio pública o C-SPAN, Limbaugh sumó la misoginia, la cruzada contra el aborto y el feminismo (popularizó el término “feminazi”), la homofobia, la burla y el desprecio al otro, el negacionismo medioambiental o la demonización de los progresistas y de la prensa, “causas” a las que en los últimos meses sumó cuestionar la gravedad de la pandemia o agitar como Trump las sombras inventadas de fraude electoral.

Fue autor de best-sellers y comentarista deportivo, tuvo que tratarse por su adicción a los opioides con receta y varias de sus agresiones verbales en las ondas le costaron patrocinadores. Y, como Trump, de quien se hizo amigo y aliado tras haberlo criticado cuando era candidato diciendo que “no es conservador”, se vendía como un hombre del pueblo enfrentado a las élites pese a un estilo de vida que incluía botellas de vino de 5.000 dólares, un avión privado de 54 millones de dólares, o una mansión en Florida decorada con aspiraciones versallescas.