Cambio en la Casa Blanca

Biden prepara una ruptura abrupta con la América de Trump

El presidente electo de EEUU, Joe Biden.

El presidente electo de EEUU, Joe Biden. / periodico

Ricardo Mir de Francia

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La América global vuelve a llamar a las puertas del mundo, así como la América más posibilista, convencida de su capacidad para renovarse cada vez que su modelo socioeconómico da signos de agotamiento. Son algunas de las señales que está dejando este accidentado proceso de transición, todavía trabado por el rechazo de Donald Trump a aceptar su inapelable derrota electoral. El equipo del nuevo presidente electo prepara una abrupta ruptura con los últimos cuatro años de aislamiento internacional, políticas internas de corte reaccionario y liderazgo desaparecido. Falta ver cuáles serán sus costuras y los equilibrios en la futura Administración, donde se espera una enconada batalla entre los sectores más moderados y la izquierda del partido. 

La cuenta atrás para el desembarco de Joe Biden en Washington está sirviendo para telegrafiar un cambio acentuado de ciclo. El demócrata amaga con una masiva intervención gubernamental para sacar al país de la crisis, el relanzamiento de los moribundos sindicatos para reconstruir la clase media y una tormenta de órdenes ejecutivas para reinstaurar el edificio regulatorio desmantelado por su predecesor. Unos planes que oscilan entre la osadía del New Deal lanzado por Roosevelt durante la Gran Depresión y el pragmatismo abanderado por Barack Obama durante la Gran Recesión. La diferencia esta vez es que Biden partirá desde una posición mucho más precaria, sin las holgadas mayorías en el Congreso que permitieron a sus predecesores legislar inicialmente a su antojo. 

El demócrata no tendrá tiempo ni para adaptarse al cargo. El 20 de enero heredará un país enfermo y exhausto por la pandemia. No es una exageración. Con más de 150.000 nuevos contagios diarios, muchos hospitales vuelven a estar saturados y los expertos predicen hasta 2.000 muertos diarios cuando el presidente electo tome las riendas. Biden es consciente del desastre y prepara un golpe de timón. Pretende recurrir a las leyes de guerra para movilizar a la industria privada en la fabricación a gran escala equipos de protección personal y pruebas de diagnóstico. Quiere reclutar a 100.000 jóvenes para que se encarguen del rastreo del virus y ayuden con los test. Y habla de imponer la obligatoriedad de las mascarillas, una prenda que Trump ha conseguido estigmatizar entre sus millones de seguidores. 

"Gestión chapucera"

"Lo primero que tiene que hacer es sacarnos de esta pandemia que Trump ha empeorado con su gestión chapucera, reconstruir la economía de un modo que sea más sostenible e inclusivo, y lidiar con la división y la desigualdad", ha dicho el senador Christopher Coons, uno de los confidentes del demócrata. Biden tiene fama de ser un político sin dientes, una pieza del viejo estatus quo, pero el equipo que ha armado para poner a punto sus planes de Gobierno y tomar las riendas de su gigantesca estructura sugiere que ha entendido la envergadura del momento. Ese equipo tiene más de 500 nombres, la gran mayoría con una dilatada experiencia gubernamental. 

Hay allí viejos conocidos de la presidencia Obama-Biden, diplomáticos defenestrados por las <em>vendettas </em>de Trump o académicos de reconocido prestigio. Pero hay a su vez un claro propósito de diversificar la Administración. De los 23 miembros encargados de revisar los planes del Pentágono, 15 son mujeres. En el Departamento de Estado son 18 de 30, dirigidos por una veterana diplomática negra. Tampoco le falta filo a la navaja. El equipo encargado de lidiar con el sistema financiero está encabezado por los detractores más feroces de Wall Street en Washington. "Cuanto más grande es el banco, más nervioso está", ha dicho Cam Fine, el expresidente de una patronal de pequeños bancos independientes.

Ese equipo de transición se prepara para gobernar inicialmente a golpe de decreto porque hay bastantes probabilidades de que los republicanos mantengan el control del Senado. Les basta con ganar uno de los dos escaños pendientes de una segunda vuelta en Georgia. De consumarse ese escenario, Biden ni siquiera podrá confirmar a los miembros de su Gabinete sin la venia de sus rivales. Lo que hace muy difícil, por ejemplo, que pueda nombrar a Elizabeth Warren como secretaria del Tesoro, uno de los cargos por los que pugna la izquierda. "La buena noticia es que nos hemos deshecho de Trump; la mala es que los moderados dominarán el nuevo Gobierno", dice en una entrevista Roger Hickey, un veterano activista del sector más progresista del partido. 

Reconstruir el multeralismo

En la esfera internacional, Biden apenas necesita al Congreso para tratar de reconstruir el multilateralismo y reclamar el liderazgo moral dilapidado por su predecesor. El demócrata ya ha anunciado que nada más tomar posesión volverá al Acuerdo del Clima de París, frenará la salida de la Organización Mundial de la Salud y relanzará el pacto nuclear con Irán. Buena parte del mundo le espera como agua de mayo, como han evidenciado las prisas de los aliados estadounidenses para felicitar al nuevo presidente electo.     

Pero todo será mucho más difícil en política nacional. Biden quiere invertir cuatro billones de dólares en dinero público para estimular la economía, reconstruir las infraestructuras o pilotar la transición hacia las energías renovables. Una misión imposible sin el Congreso.

Lo que sí podrá hacer con sus poderes ejecutivos es revertir las docenas de regulaciones medioambientales y sanitarias desmanteladas por Trump o redirigir las prioridades de cada uno de los ministerios de su Gobierno. Para el primer día prepara gestos de enorme carga simbólica: acabará con el veto a la inmigración desde varios países musulmanes y recuperará la protección para los indocumentados que llegaron al país siendo unos niños, los llamados dreamers.

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