GUERRA EN EL CÁUCASO

Frágil tregua en el Alto Karabaj

Un hombre busca enseres entre los escombros de su casa derrumbada en los bombardeos de Stepanakert.

Un hombre busca enseres entre los escombros de su casa derrumbada en los bombardeos de Stepanakert. / periodico

Adrià Rocha Cutiller

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Justo pasaban 15 minutos de las 12 del mediodía cuando todo parecía condenado al fracaso: las alarmas antiaéreas de Stepanakert,en el Alto Karabaj, rugían en el cielo despejado de la mañana radiante de este sábado, y el alto el fuego humanitario pactado de madrugada entre Armenia Azerbaiyán temblaba. Pero nada grave ha ocurrido: los aviones azerbaiyanos que volaban sobre la capital de la autoproclamada república cuyo territorio es internacionalmente reconocido como de Azerbaiyán se han marchado sin más. El alto el fuego, de momento, permanece en pie, pero pocos creen en él.

Durante la tarde, tan solo un par de horas después de que se iniciase, tanto Armenia como Azerbaiyán se han acusado mutuamente de no respetarlo. Los combates, según los respectivos ministerios de Defensa, se concentran en el pueblo de Hadrut, cerca de la frontera con Irán. Este viernes el presidente azerbaiyano, Ilham Aliyev, anunció que sus tropas lo tenían bajo su dominio. Los armenios lo negaron y ahora dicen que los azerbaiyanos intentan conquistar esta población para darle la razón a su presidente.

En cualquier caso, en todos los demás frentes, la intensidad de las armas ha bajado. Y sobre las ciudades y pueblos, en los dos lados de la frontera, ya no caen bombas. Stepanakert, tras dos semanas encerrada en sus sótanos, empieza a salir de nuevo, aunque de forma tímida. “No sé… Yo no creo demasiado en este alto el fuego. No creo que dure. Hoy la cosa está bien, pero ¿y mañana? No me fío del enemigo”, dice Marina, una farmacéutica de Stepanakert que asegura haber mantenido su local abierto durante todo el tiempo porque, si no, quién lo va a hacer. 

Salidas, por fin

La mayoría de los vecinos de Stepanakert, sin embargo, han pasado a oscuras y bajo tierra estas dos semanas. La ciudad, en los días anteriores, era un desierto donde solo se veía algún coche despistado y algunos perros callejeros. Este sábado todo había cambiado: más gente salía a comprar comida o lo que pudiesen, en las gasolineras había colas para repostar y las calles se llenaban de muchos coches y varios peatones. A la ciudad, además, llegaban algunos coches y camiones con soldados, que, muy probablemente, estaban siendo desmovilizados del frente.

Sin embargo, entre la población civil, existe mucho recelo. Son muchos años de guerra: tantos como 30. Aquí nadie confía en el otro. “A mí todo esto del alto el fuego me parece un truco de los azerbaiyanos. Bueno, de su gobierno. Contra los azerbaiyanos no tenemos nada”, dice Abetik, un señor mayor que ha salido hoy de su refugio por tercera vez en dos semanas. Abetik, sin embargo, es un personaje contradictorio; con matices.

Pesimismo

Él ha vivido toda su vida en Stepanakert, y recuerda cuando en esta región no había ni fronteras ni guerras ni conflicto entre pueblos: todo, al este, oeste y norte era la Unión Soviética y estaba destinado a ser así hasta el fin de los tiempos. Una época en la que Azerbaiyán estaba llena de armenios y Armenia, llena de azerbaiyanos. Un tiempo en el que, cuando un vecino iba a la iglesia, otro a la mezquita y otro a ningún sitio —porque en la URSS no había Dios más que Lenin— los tres, por la tarde, se encontraban para echar un trago y charlar sobre lo último que había ocurrido en el pueblo.

Y Abetik también recuerda, claro, la guerra de 1988 a 1994 y sus miserias, trincheras, batallas y muertos. Abetik, como todos los hombres de su generación, empuñó el fusil. Contra los azerbaiyanos no tiene nada, pero… “Nunca jamás podremos vivir juntos otra vez —dice Abetik, que, en la cara, muestra algunas heridas, explica, de civil, no de la guerra—. Creo que no nos será imposible perdonarnos entre nosotros. No puedo, ni creo que ellos tampoco nos puedan perdonar. Dios es todopoderoso, y él sí es capaz de perdonar; pero nosotros solo somos humanos”.

Guerra con el bisturí en Stepanakert

Mientras Stepanakert despertaba tímidamente, se esperaba, por lo contrario, que el hospital de la ciudad pudiese respirar; que, tras dos semanas de combates constantes, dejasen de llegar soldados del frente y civiles de la retaguardia heridos. Los civiles ya no llegan. Los militares, sí. “Este sábado nos ha llegado algo menos gente que lo habitual, pero han llegado muchos. La mayoría llega con heridas de los bombardeos; muy pocos de bala. Esperábamos un día tranquilo, pero no ha sido así”, explica el cirujano Armen Hagopjanián, un armenio de Los Ángeles que viajó al Alto Karabaj el 28 de setiembre para ayudar a su país en la contienda.

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