guerra en el cáucaso
Stepanakert: una ciudad fantasma bajo las bombas
Los vecinos que quedan en la capital del Alto Karabaj, cerca de la mitad, viven escondidos en refugios antiaéreos
Adrià Rocha Cutiller
Periodista
Adrià Rocha Cutiller
Guenadi cenaba en su casa, hace unos días, con un amigo de toda la vida cuando pasó todo: primero escuchó un estruendo cerca, a algunas manzanas. Fue fuerte, recuerda, pero tampoco "había que exagerar", pensó entonces. Hasta que cinco segundos después, -"cinco exactos", remarca Guenadi-, le siguió otro estallido. De repente todo se volvió negro, sintió cómo salía despedido hacia algún sitio y cómo se daba con la barriga contra el suelo.
"¡Guenadi! ¿Estás vivo?", le preguntó una voz amiga que salió de entre las ruinas y la oscuridad. "¡Sí! ", contestó. "¿Pero estás herido? ¿Te duele algo?", le insistió. "No sé. Creo que estoy bien, pero me quema la nuca", respondió aturdido. Guenadi y su amigo pudieron al fin levantarse y ver lo que había ocurrido: una bomba había caído justo encima de su casa, en el centro de Stepanakert, la capital del Alto Karabaj, una región bajo control armenio pero internacionalmente reconocida como azerbaiyana. De la casa de Guenadi ya no quedan más que escombros. "Ahora duermo en casa del vecino. Lo he perdido todo", dice con amargura.
Guenadi es una persona valiente. Es de los pocos vecinos que durante el día sale del refugio, en su caso para cuidar el huerto, pasear o hablar con los que se atreven a salir a la calle, porque la vida bajo encierro es aburrida. Estos días, Stepanakert, tras casi dos semanas de guerra entre Armenia y Azerbaiyán, está completamente vacía. Además de algunos civiles que van a comprar comida, tan solo transitan por sus calles coches de policía, vehículos militares y algún perro callejero. Pero poco más: es una ciudad fantasma.
"Cerca de la mitad de la población del Karabaj, unas 75.000 personas, ha tenido que huir por la guerra. Lo que está pasando es un desastre humanitario", dice Artak Beglaryán, defensor del pueblo del Alto Karabaj. Y hay motivos: tanto en Azerbaiyán como en el Karabaj, los bombardeos a civiles han sido constantes desde el domingo 27 de septiembre, cuando empezó el conflicto. Pero sobre Stepanakert, los bombardeos de artillería, drones y aviones azerbaiyanos han sido diarios.
Cifra engañosa
Este viernes por la tarde ha habido más bombardeos, mientras los ministros de Exteriores de Armenia y Azerbaiyán negociaban un alto el fuego en Moscú, en unas conversaciones auspiciadas por el presidente ruso, Vladímir Putin. Las bombas han obligado a la población -los que han decidido quedarse o los que no tienen más remedio- a encerrarse en los sótanos de sus edificios, en refugios improvisados en los que la luz se corta cada poco y no hay ni internet ni agua caliente.
Hay sobre todo mujeres. Los hombres, los que pueden luchar, están en el frente. "Desde que empezó todo he salido muy pocas veces del refugio. La verdad es que cuando escuchamos las bombas sentimos muchísimo miedo, pero no por nosotras, sino por nuestros soldados. Pensamos que pueden estar bombardeándoles a ellos", explica una mujer en un refugio de Stepanakert. Otra mujer, que escucha la conversación, asiente y llora. Se friega sus manos frenéticamente: "Hace dos días murió mi marido. Mi hijo sigue allí, luchando", explica.
De momento, esta nueva guerra entre Armenia y Azerbaiyán se ha llevado la vida de 60 civiles, de uno y otro bando, víctimas de los bombardeos contra ciudades y pueblos en las dos partes de la frontera. Pero es una cifra engañosa: tanto entre los combatientes armenios como azerbaiyanos hay decenas de miles de jóvenes que hace apenas dos semanas trabajaban en el campo, en una tienda o estudiaban en la universidad y que, de repente, fueron llamados a filas para luchar en las trincheras por el amor a la patria.
Y son ellos, los más jóvenes inexpertos, los que por lo general mueren antes. La lista de bajas que publica cada noche el Ministerio de Defensa armenio lo deja claro: la mayoría de los fallecidos en combate son chavales nacidos entre 1998 y el 2001.
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