PACTO HISTÓRICO
Japón y Corea del Sur llegan a un acuerdo definitivo sobre las esclavas sexuales de la segunda guerra mundial
Adrián Foncillas
Periodista
ADRIÁN FONCILLAS / PEKÍN
La estatua de una niña frente a la embajada japonesa en Seúl simboliza la herida abierta entre las dos potencias asiáticas. Representa a las 'jugun ianfu' (japonés), 'comfort women' (inglés) o mujeres de solaz, eufemismos para designar a esclavas sexuales del Ejército Imperial durante el siglo pasado.
Japón y Corea del Sur llegaron ayer a un acuerdo 70 años después del final de la guerra con una resolución “final e irreversible” que asegura el entierro definitivo de la principal causa de las áridas relaciones bilaterales. Sólo con las negociaciones en marcha, la presidenta surcoreana, Park Geun-hye, aceptó reunirse el pasado mes con su homólogo japonés, Shinzo Abe, después de años de rechazos.
El acuerdo se había cocinado durante más de un año en una docena de encuentros hasta su fórmula final: las disculpas formales japonesas y un fondo de mil millones de yenes (7,5 millones de euros) para las víctimas. “El Gobierno japonés soporta una fuerte responsabilidad por el asunto de las 'comfort women', que dañó seriamente el honor y la dignidad de muchas mujeres, con la participación de su Ejército”, dijo en Seúl el ministro de Exteriores japonés, Fumio Kishida. Añadió que Abe había enviado sus “disculpas y remordimiento de corazón por todas aquellas que sufrieron tanto dolor y mantienen cicatrices tan difíciles de curar física y mentalmente”. Park señaló su voluntad de que el acuerdo abra, ahora sí, una nueva era.
SATISFACCIÓN
El acuerdo satisface a las dos partes. Corea del Sur pretendía una asunción de culpa mas rotunda que las anteriores y Japón buscaba enterrar un asunto que periódicamente enturbia su reputación global. Ambos gobiernos, señala el acuerdo, “se abstendrán de criticarse y culparse mutuamente en los foros internacionales, incluido en la ONU”.
Japón ya se disculpó y estableció un fondo de ayuda económica en 1993, pero éste se nutría de donantes particulares y muchas de las víctimas lo rechazaron. Tokio había negado la existencia de los burdeles o asegurado que no eran más que prostitutas. Incluso Abe descartó que hubiera pruebas de coerción y sólo se retractó tras el tirón de orejas de Washington. El fondo actual ya vincula directamente a Tokyo.
Unas 200.000 mujeres fueron obligadas a prestar servicios sexuales a las tropas japonesas durante la dolorosa etapa de su imperialismo. Las tres cuartas partes eran coreanas y el resto salió de los países ocupados. La mayoría tenía entre 13 y 16 años cuando fueron reclutadas. Fueron secuestradas en las calles o engañadas con empleos en fábricas o de niñera, dieron una media de 30 servicios diarios durante años, enloquecieron, quedaron estériles por las medicinas o las violaciones, murieron de enfermedades venéreas, palizas o hambre, se suicidaron. Sólo una de cada cuatro sobrevivió.
Muchas chicas fueron asesinadas para evitar el rastro cuando Japón se rindió en la segunda guerra mundial. En el mejor de los casos se encontraban en un país extraño, con un idioma extraño, sin dinero ni ganas de regresar a casa. En muchas sociedades tradicionales de Asia habrían sido repudiadas. La mayoría nunca recuperó su vida.
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