Testigo directo

Mi guía Jaled

El autor rememora la visita a las ruinas de la mano del arqueólogo asesinado, a quien le aconsejaron que se marchara, pero él se negó

XAVIER MORET

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Cierro los ojos y todavía puedo verle paseando entre las ruinas de Palmira, llamando la atención sobre algún detalle que se nos pudiera pasar por alto. El arqueólogo Jaled al Asad era un hombre afable, de aspecto tranquilo y modales antiguos, que se apasionaba al hablar de la restauración de unas ruinas que maravillan al mundo. El Estado Islámico lo ha degollado en su querida Palmira y ha dejado su cuerpo colgando de una de las columnas que él ayudó a recuperar. Tenía 82 años y su gran error fue querer proteger las ruinas y no pensar como los fanáticos.

Entre 1964 y 2006 Jaled al Asad fue director de las excavaciones de Palmira. Ya jubilado, en el 2009 nos acompañó, a un pequeño grupo de periodistas, a una visita por las ruinas que se convirtió en una vibrante lección de historia. Al Asad conocía todos los secretos de Palmira, porque amaba aquel lugar al que dedicó prácticamente toda su vida.

«Si miras fotos antiguas -recuerdo que comentó en el impresionante templo de Bel- te parecerá mentira que este sea el mismo lugar. Antes, las dunas del desierto cubrían buena parte del yacimiento. En los años 60 empezamos a levantar las columnas caídas. Fueron en total unas 300, y no fue un trabajo fácil. Tardábamos seis días en poner en pie cada columna. Fue un trabajo lento y minucioso, pero valió la pena». Jaled al Asad, uno de los pioneros de la arqueología en Siria, estaba orgulloso de haber contribuido a recuperar Palmira, ciudad del desierto elogiada por los grandes viajeros del siglo XIX.

El emperador Diocleniano

El recinto de las ruinas ocupa doce kilómetros cuadrados, con una larga avenida de 1.200 metros flanqueada de columnas y arcos monumentales, varios templos, el ágora, el teatro y los baños. A su alrededor, la arena del desierto subraya la belleza de Palmira. Desde el segundo milenio antes de Cristo se tienen noticias de Palmira, una ciudad que jugó un papel básico en la época de las caravanas de la Ruta de la Seda. Entre 268 y 272 fue la capital del Imperio de Palmira, hasta que los romanos derrotaron a la reina Zenobia y arrasaron la ciudad. Unos años después, el emperador Diocleniano la reconstruyó, pero con dimensiones más reducidas.

La UNESCO declaró Palmira Patrimonio de la Humanidad en 1980, y más recientemente, en el 2013, alertó del peligro que corrían las ruinas por culpa de la guerra de Siria. Cuando el pasado 21 de mayo los combatientes del Estado Islámico conquistaron la ciudad, la alerta se acentuó. Pocos días después, los yihadistas decapitaron a una veintena de opositores en un acto público en el teatro de Palmira.

Según parece, a Jaled al Asad le aconsejaron que abandonara Palmira poco antes de la llegada del Estado Islámico, pero él se negó: quería quedarse para proteger las ruinas. Los militantes, sin embargo, le detuvieron y, según algunas versiones, le han estado interrogando para que revelara dónde habían ocultado los tesoros de Palmira para salvarlos de la destrucción. Al negarse a informar, le decapitaron el pasado martes.

Interés turístico

«En el templo de Bel llegaron a vivir unas 300 personas hace más de 50 años», contaba Jaled al Asad en el 2009. «Lo habían saqueado todo, pero trasladamos las familias a la ciudad y empezó la lenta restauración. Por suerte, el templo está ahora mucho más visible. Hace 40 años no venía nadie a visitar las ruinas, pero, afortunadamente, en los últimos años el turismo se interesa por las ruinas».

Pero la afluencia de turistas cesó a partir de la primavera del 2011, cuando estalló la guerra civil en Siria. En los meses siguientes llegaron las malas noticias del saqueo de las ruinas y del museo adyacente. La ocupación de Palmira el pasado mayo por parte del Estado Islámico hizo temer que lo peor aún no había llegado. Por desgracia, el asesinato del arqueólogo Jaled al Asad lo confirma: la barbarie se ha adueñado de Palmira.