la otra guarida de la yihad

África, el terror se abre paso

La actividad de los terroristas parece lejos de agotarse. Células dispuestas a atentar en cualquier momento han sido desarticuladas en Catalunya esta misma semana, y hace unos pocos días un brutal atentado acabó con la vida de 147 personas en Garissa. África es precisamente uno de los focos más descontrolados y, por lo tanto, peligrosos. Así están las cosas hoy en Kenia, Mali y Nigeria.

Un grupo de terroristas, en las cercanías del aeropuerto de Kidal, en el norte de Mali, en el 2013.

Un grupo de terroristas, en las cercanías del aeropuerto de Kidal, en el norte de Mali, en el 2013.

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Un nuevo terror se instala en África. El monstruo Al Shabab (jóvenes, en árabe), cuyas primeras raíces surgieron de forma encarnizada en el Estado fallido de Somalia, ha vuelto al epicentro de la acción yihadista. El pasado día 2, esa organización terrorista cometió el segundo atentado más grave de su historia contra la Universidad de Garissa, en el noreste de Kenia, dejando 147 muertos. La banda, debilitada militarmente en Somalia, ha elegido la fronteriza Kenia para demostrar que todavía tiene capacidad para perpetrar ataques de envergadura. Aún peor, ha declarado una «guerra larga y espantosa» contra Kenia. Así, los jóvenes de Al Shabab mantienen el pulso contra el mundo, mostrando su capacidad armamentística, un importante número de integrantes y blandiendo una vez más el islam como ideología política para mantener activo el reclutamiento de jóvenes sin una identidad cultural y religiosa, oprimidos por un sentimiento de desahucio y abandono.

El colonialismo sigue estando ahí

De hecho, si la organización somalí, así como la nigeriana Boko Haram, siguen atrayendo lugareños es porque hay un enorme caldo de cultivo en un continente con una gran capacidad económica, energética y humana pero muy  desaprovechada, pues todo ese potencial no llega a la población. Más de 50 años después de que la mayoría de los países del continente obtuvieran la independencia, el colonialismo sigue ahí. Las grandes potencias hallan en África recursos para explotar a los países con la anuencia de los regímenes, que concentran el poder en manos de pequeñas élites, institucionalizando la corrupción o contribuyendo a que las brechas entre las clases altas y las parias se abran más si cabe. Si a esto se le suma el cálculo de que esa zona -el Sahel y el cuerno de África- tendrá una población que en el año 2020 pasará de los 58 millones de habitantes actuales a 100 y al doble en el 2050, es decir, cuatro veces mayor que la actual, urgen políticas que respondan a las necesidades de educación, trabajo, alimentos o transportes.

La creación de sistemas de supervivencia, como la agricultura, y una mejor gestión pueden hacer que el corazón de África recupere el latido normal. De lo contrario, continuará siendo pasto para los extremistas que se aprovechan de los gobiernos frágiles y de las coyunturas económicas. El lenguaje de la violencia se cobra sobre todo dos víctimas, el islam y la población civil. Hoy, las amenazas se sitúan en Mali, Nigeria, Kenia y Somalia, los principales escenarios del yihadismo en África; cada uno de ellos exige análisis diferentes porque, aunque existe el parámetro común de dejarse envolver por la bandera de la yihad, los objetivos son distintos, así como las acciones y las estrategias. Eso sí, todos quieren controlar un territorio en lo social y en lo económico. O lo que es lo mismo: poder.