RECONSTRUCCIÓN TRAS UN DESASTRE NATURAL EN ASIA
Vuelta a la vida
La ciudad filipina de Tacloban recupera poco a poco el pulso, seis meses después de la devastación causada por el tifón 'Haiyan'
En Tacloban, los buenos días se dan en un código morse de martillazos. Apenas se levanta el sol en la ciudad más devastada por el tifón Haiyan, los vecinos se afanan en reconstruir muros y tejados. Hoy se cumple medio año desde que la mayor tormenta de la historia (alrededor de 6.300 muertos, cerca de 3.000 de ellos en esta ciudad) dibujara un paisaje posapocalíptico: barcos en tierra, coches en azoteas, cuerpos por doquier y palmeras arrancadas de cuajo.
Pero lo que el viento no se llevó (ni tampoco el agua) es la resistencia de un pueblo tan acostumbrado a las catástrofes naturales como a las que les brindan sus gobernantes. De las montañas de escombros de entonces quedan solo montoncitos aislados, y por las calles, ya totalmente despejadas, transcurre un abundante tráfico. «Se han resignado y lo han aceptado enseguida», comenta Jesús Baena, responsable de Agua y Saneamiento de la oenegé Acción Contra el Hambre. «La gente se ha involucrado mucho en las obras de mejora».
El sector de la construcción está en auge. Y aunque, según Baena, el mercado todavía no tiene la capacidad normal de abastecimiento, los materiales de obra no escasean: la ONU estima que el tifón tumbó 30 millones de árboles. El serrucho es el nuevo medio de vida de muchos.
La mendicidad es infrecuente. No hay malnutrición. Pero hacen falta muchos techos. Miles de personas están levantando sus casas en las mismas zonas de las que el tifón las barrió, porque no tienen adonde ir. Las cifras de Naciones Unidas indican que hasta medio millón de personas sigue habitando en áreas en las que el riesgo de una futura catástrofe natural es muy alto. «No les puedo poner a vivir en la calle», justifica el alcalde de Tacloban, Alfred Romualdez. «Planeamos reubicar a entre 65.000 y 75.000 personas en una zona segura», asegura.
Los ocho miembros de la familia Peñaranda están entre ellas. Habitan en dos barracones temporales en el improvisado barrio de Motocross, a la espera de una vivienda definitiva. Del muro de tablerillo de sus casas cuelgan varias botellas de plástico cortadas por la mitad en las que cultivan verduras. Decoran y les suponen un extra alimenticio. Esta desplazamiento forzoso les revienta el presupuesto familiar: antes acudían al trabajo y a la escuela a pie, mientras que ahora, alejados de sus obligaciones cotidianas, tienen que invertir 100 pesos filipinos al día en transporte. Para recortar gastos, el padre de la familia, Rey, ha decidido unificar el ahorro y sus sesiones de entrenamiento como maratoniano aficionado. «Por las tardes, vuelvo a casa corriendo. Una hora. Y así ahorro 20 pesos [unos 30 céntimos de euro] cada día», cuenta.
La ciudad se rehace rápido y con buena cara. Aunque apesadumbrado, el alcalde Romualdez es el ejemplo del optimista taclobeño: «El tifón nos ha abierto los ojos. En dos o tres años, estaremos mejor que antes del Haiyan».
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