Campo de batallitas

Italia y la fortuna de tener un lingote de oro llamado Gigi Riva

El gran delantero del Cagliari, decisivo para ganar el título de 1968, con un golpe de suerte, aún conserva el récord de goles con la 'azzurra'

Luigi Riva 1968

Luigi Riva 1968

Eloy Carrasco

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Ya se contó en una de estas batallitas que Italia llegó a la final de 1968 del brazo de la diosa Fortuna, que la acompañó por el buen camino cuando una moneda hubo de decidir quién superaba la semifinal ante la URSS en el napolitano San Paolo.

Aún falta un buen golpe de suerte, está claro que la ‘azzurra’ tiene el santo de cara en su Eurocopa, aunque no lo parece cuando llega el día del duelo decisivo por el título ante la elástica y dinámica Yugoslavia de Dzajic. Su mejor jugador, Gigi Riva, que ya no pudo disputar la semifinal, sigue lesionado, con dolores en un aductor, y el partido se pone muy negro cuando los yugoslavos se adelantan. El desastre se cierne sobre el olímpico de Roma, Italia necesita cometer imprudencias defensivas para empatar y es increíble que su rival no concrete ninguno de los clarísimos contrataques de que dispone.

Pero queda otra moneda al aire: a pocos minutos del desastre, Domenghini tira una falta directa, sin contemplaciones, duro y por el centro, no suele ser un problema para quien defiende, pero la barrera se abre milagrosamente como las aguas ante Moisés y el empate es un hecho.

Tras la prórroga sigue sin haber campeón y en aquellos tiempos sin tandas de penaltis la final se repite al cabo de dos días. La suerte entra por la ventana de nuevo. Gigi Riva se encuentra un poco mejor, esas 48 horas han sido un bálsamo. No es cualquiera. Se trata de un delantero extraordinario, todavía hoy nadie ha batido sus cifras en la historia de la ‘squadra azzurra’, 35 goles en 42 partidos.

Gigi aguanta y marca

“Gigi daba miedo en los entrenamientos”, dijo de él Fabio Capello, compañero de selección años después, tras comprobar su tenacidad día tras día. “Il rombo di tuono”, es su apodo. El rugido del trueno. “Aguanta lo que puedas”, le dice el seleccionador, Ferruccio Valcareggi, cuando ya ha decidido que sea titular en el ‘replay’ ante Yugoslavia.

Y Gigi no solo aguanta sino que a los 12 minutos caza un balón en el punto de penalti y con su zurda mortífera clava la primera daga. A la media hora, Anastasi remata el título con un disparo bellísimo ante un adversario psicológicamente derruido.

Consumado el triunfo, Riva se lanzó a las calles de Roma a paladear la alegría colectiva. "Salí a dar una vuelta por la ciudad y paseé un largo rato, toda la noche, con los aficionados que celebraban", ha recordado estos días en los que la 'azzurra' de Mancini y el 'bambino' sardo Barella (que dio las primeras patadas en su escuela) le han devuelto el pellizco al estómago..

La fidelidad a Cagliari

Por partidos como la final ante Yugoslavia, Riva es un mito que entre otras proezas llevó a ganar la Liga al humilde Cagliari en 1970, fue tres veces máximo goleador y rozó el Balón de Oro en dos ocasiones (segundo en 1969 y tercero en 1970). Lombardo de nacimiento, pasó toda la vida en el club de Cerdeña, que lo fichó siendo un adolescente.

“Cuando aterricé en Cagliari, después de un vuelo con tres escalas, pensé que había llegado a África”, suele recordar. Pero su fidelidad a la isla ya fue inextinguible a pesar de que la Juventus, su jefe Boniperti, lo llamaba “todos los años”. Hoy, presidente de honor del Cagliari, tiene 76 y arrastra los achaques de las muchas lesiones que sufrió en aquellos tiempos en los que solo resistían los más duros. Una leyenda viva, una gran fortuna del renacido fútbol italiano.

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