Campo de batallitas

Italia y la leyenda de la moneda con dos caras

En 1968, por primera y única vez en la competición un sorteo decidió un finalista

Muchas versiones han circulado sobre lo que ocurrió aquel día. Las musas fueron 'azzurre'

El árbitro se fue al vestuario con los capitanes, y el que volvió exultante al césped fue Facchetti.

Fachetti se alza con la Eurocopa de 1968

Fachetti se alza con la Eurocopa de 1968 / EL PERIÓDICO

Eloy Carrasco

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La suerte es una musa y conviene dejarle rendijas abiertas, hay que facilitarle los caprichos en beneficio propio, que no te pase –por ejemplo- como al Atlético de Madrid, perdedor de dos finales con 40 años de diferencia en circunstancias igualmente brujas, casi una burla a las matemáticas: un defensa rival te mete un gol en el último tiro y te quita lo que ya era tuyo.

También el Barça ha tenido tropiezos históricos con la fortuna, esquiva en aquellos estacazos de Berna que deprimieron al club durante décadas, o en los penaltis de Sevilla contra el Steaua, para qué hablar. El azar tiene sus favoritos, porque al Camp Nou llegó luego un holandés flaco que abrió puertas y ventanas, sabía mimar a las musas, y ya saben: el gol de Bakero en Kaiserslautern -¿habrían existido el cruyffismo y todo su legado sin aquel cabezazo ilógico?-, las dos ligas de Tenerife… ¿Un genio con mucha potra?

Tensión en Nápoles

La suerte es para quien se la trabaja pero también existe la suerte a secas, regalada, como quedó consignado en la Eurocopa de 1968, año del único título de Italia, extraña parquedad para un país que sin embargo tiene cuatro Mundiales. La fase decisiva del torneo (entonces una versión muy contenida a la que llegaban solo cuatro selecciones) se disputó en suelo ‘azzurro’. Los anfitriones se enfrentaron a la URSS en una de las semifinales (Yugoslavia e Inglaterra disputaron la otra) y, consumidos los 90 minutos y la prórroga, el 0-0 seguía.

Las tandas de penaltis ya existían (al parecer, no es cierta la versión que ha hecho carrera de que se inventaron en el trofeo Carranza de 1962) pero aún no se recurría a ellas en los grandes campeonatos. Y con la teatralidad de una ópera napolitana, en un borboteante estadio San Paolo, un método insólito iba a decidir quién pasaba a la final: una moneda al aire. Cara o cruz. 'Testa o croce'.

El reglamento precisaba que la operación no podía hacerse en el campo, así que el árbitro y los capitanes enfilaron el túnel rumbo al vestuario. El muy excitado público no entendía nada, todos se preguntaban qué estaba pasando mientras los minutos iban cayendo como plomo sobre aquellas debilísimas paciencias. Lo que ocurrió en las entrañas del campo más volcánico de Italia ha dado pie a múltiples versiones, y eso no es poco en el país del “se non è vero, è ben trovato”.

El relato más extendido

Se da por probable que fue el catalán Agustí Pujol Sevil, miembro de la UEFA y del comité que puso en marcha la Eurocopa en sus albores, quien se encargó del sorteo. Pero el relato más extendido en Italia, y tal vez el que más apetece creer a menos que seas ruso o soso, cuenta que el árbitro, un alemán, sacó una moneda del bolsillo, se le escurrió entre los nerviosos dedos y rodó hasta perderse en el desagüe de la ducha. Entonces alguien le proporcionó otra, los más atrevidos sugieren que fue el mismísimo Artemio Franchi, luego presidente de la UEFA; la fábula indica aquí que era una moneda de dos caras, y Giacinto Facchetti, el gran capitán italiano, pidió: “Testa”. El alemán echó a volar a la diosa Fortuna, salió ‘testa’ y en cuestión de segundos Facchetti emergió del túnel, exultante, gritando con los brazos en alto, perseguido por sus compañeros, para celebrar la buena suerte con los aficionados.

No fue sino el presagio de un final que aún sería más feliz, aquel año los italianos tenían a las musas en el bote.

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