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"Recuerdo del confinamiento: El pulso de Barcelona latía muy despacio"
BARCELONA 19 01 2021 FOTO DE LAS RAMBLAS A LA ALTURA DEL CARRER FERRAN FOTO DE MAITE CRUZ / MAITE CRUZ
Luisa Vicente Santiago
Recorrí las calles y noté que el pulso de Barcelona latía muy despacio. Diría que a menos de 60 latidos por minuto.
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La ciudad se había desangrado en ocho semanas de confinamiento. Su laberíntica geometría de sube y baja no la reconocía. No soportaba verla vacía, sola, muerta, sin sangre en sus arterias. Barcelona sin gente podría ser cualquier otra ciudad del mundo, menos la mía.
Su color plomizo quedó aferrado a mi retina como la piel a los huesos. Su silencio rodaba cuesta abajo hasta pellizcar mi estómago. La partitura de un pentagrama casi militar me desgarraba la garganta, igual que los arbustos del parque rasgaban el cielo que me cubría. La ciudad me asediaba de forma silenciosa entre almas que deambulaban volátiles sin agitar apenas el aire. Ni un soplo de viento movían los columpios del parque infantil por donde caminaba sin rumbo.
La avenida Gaudí languidecía con miles de hojas amarillas en el suelo de un olor húmedo que me recordaba al que tienen los cementerios de los pueblos pequeños. La calma era infinita. El duelo colectivo acompañaba el paso lento de la gente que pasaba cerca de la basílica. La tragedia de dos meses yacía bajo tierra a modo de un décimo de lotería con una cifra de cinco números: 45.784 muertos por covid se contabilizaban. A los entierros diarios se sumaban los de los familiares que no veíamos.
Los que habían perdido el ánimo, la ilusión, la esperanza y la salud esperaban en el corredor de la muerte. En algunas casas se mascaba la soledad aunque vivieran familiares en compañía, pero la soledad de los ancianos que viven solos es una soledad que se agarra al desconchado de las paredes en habitaciones oscuras que no pintan desde hace tiempo, tanto que ya ni recuerdan para contarlo. Sus dormitorios son capillas de fotos amarillas de seres queridos que siguen adorando a la espera de una carta, una llamada, porque siguen vivos en su recuerdo. Los que han marchado son pérdidas que nos acompañarán durante toda la vida.
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