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Proteger todas las lenguas oficiales

Un cartel rotulado en diferentes idiomas, en el centro de Barcelona.

Un cartel rotulado en diferentes idiomas, en el centro de Barcelona. / JULIO CARBÓ

Jesús Pichel

La lengua es una herramienta fundamental para la socialización de los nativos y la integración de los foráneos: hablarla, leerla y escribirla con cierta soltura no solo facilita la comunicación, sino también la comprensión de la cultura material e inmaterial de la sociedad de acogida -sea del recién nacido o del recién llegado. Además, la lengua es una marca identitaria fuerte que a la vez que une a los hablantes en una comunidad homogénea, los diferencia de los hablantes de otras lenguas.

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Los Estados plurilingües inevitablemente tienen que hacerse cargo de las fricciones que puedan producirse tanto en la socialización como entre las distintas identidades de sus ciudadanos: cómo hacer posible que dos o más lenguas e identidades distintas se socialicen e integren correctamente dentro de una misma comunidad política.

Son muchos y distintos los sistemas que se utilizan en Europa para afrontar el problema, pero me parece significativo el modelo finlandés por su altísimo nivel educativo -referente en todo el mundo- y por su notable éxito en innovación y nuevas tecnologías.

En Finlandia hay dos lenguas oficiales, aunque no con la misma implantación en todas sus provincias: el finés -o finlandés-, que es la lengua mayoritaria, y el sueco, lengua materna de un 6% de la población. Otras dos lenguas menores, el sami -o saame- de Laponia y el Kalo-finés -o romaní-, sin ser oficiales están protegidas legalmente. Los documentos oficiales, los carteles en carreteras y calles, etc. suelen estar escritos en ambas lenguas.

De las escuelas de primaria y secundaria, la mayoría tiene como lengua fundamental el finlandés y algunas otras el sueco, el sami o el romaní, pero en todas la otra lengua oficial -el finés en las suecas, el sueco en las finesas- es materia obligatoria, y en todas debe estudiarse un tercer idioma -normalmente el inglés o el alemán. Prácticamente toda la población tiene conocimiento adecuado del finlandés y casi la mitad entiende cabalmente el sueco -sobre todo los universitarios-.

Las diferencias identitarias, que las hay, se ven claramente en los templos y en los cementerios, bien diferenciados como luteranos, ortodoxos, islámicos, judíos, católicos, etc., pero no en la escuela.

Que en toda España todos aprendamos adecuadamente en la escuela el castellano -que es la lengua oficial del Estado-, parece sensato. Que todos pudiésemos aprender una segunda lengua española oficial (el catalán, lengua de 10 millones de hablantes; el euskera, de 700.000; o el gallego, de 3 millones) en cualquier Comunidad Autónoma castellanohablante, parece igualmente sensato. Que en las Comunidades con lengua propia prioricen la lengua vernácula, también parece sensato si el español, como segunda lengua, forma parte fundamental del currículo obligatorio. Lo insensato es marginar o desproteger alguna de las lenguas oficiales.

 

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