Muerte digna: las enseñanzas del caso de Ángel Hernández

Señor Ángel Hernández, en primer lugar, vaya por delante mi respeto hacia su persona y la pérdida de su querida esposa.

Nos ha demostrado usted no solo un acto de amor, sino de fidelidad y compromiso con la persona amada.

Estamos demasiado acostumbrados a mirar hacia otro lado cuando hay que dar el callo en algo, o bien a ir como los avestruces, con la cabecita bien escondida.

Conozco demasiados casos, en los que en el momento que las cosas se complican, los actores principales que deberían estar apoyando, desaparecen de la escena y cambian de escenario.

Si quisiéramos observar un poco lo sucedido, cualquiera podría pensar que, simplemente, si usted hubiese querido, lo tenía fácil para marcharse. Sin embargo, la decisión de acompañar a su esposa hasta el final, durante nada más y nada menos que 30 años desde que le detectaron la enfermedad, lo convierte a mis ojos en una persona valiente y digna. ¡Qué valientes los dos!

Dicho esto, espero y deseo que el señor Pedro Sánchez, que ha abordado este tema desde que entró a la presidencia, le permitan progresar en su propuesta sobre la eutanasia.

Quiero creer que tanto jueces como fiscales, o elenco de gobernantes (de los cuales acabamos dependiendo), nos permitan pensar de una vez por todas que podemos avanzar en la dirección de “una muerte digna”; y que tanto su caso como anteriores ya conocidos como el de Ramón Sampedro, tienen que servir absolutamente para cambiar las leyes y formas de entender tanto la vida como la muerte.

Tal vez sería interesante recordarles que la muerte digna u ortotanasia es el derecho que ostenta el paciente (o sus familiares, si el enfermo está imposibilitado), que padece una enfermedad irreversible y cuyo estado de salud es terminal, de decidir y manifestar su deseo de rechazar procedimientos invasivos a su cuerpo.

Se trata, en definitiva, de permitir que todos los Ángel Hernández y Maria José vean respetadas sus decisiones de forma digna y legal, para que definitivamente, puedan hacer su duelo en paz, y no tener que demostrar a nadie la cantidad y calidad de amor que se profesaban.