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Los mentidos desmentidos de la ministra Delgado

La ministra de Justicia, Dolores Delgado.

La ministra de Justicia, Dolores Delgado. / JOSE LUIS ROCA

Jesús Pichel

Hoy prácticamente todos llevamos una cámara de fotos en el bolsillo, una cámara de vídeo, una grabadora de voz y un archivo generoso para guardar lo captado. Además, es un teléfono conectado a la WEB y a cuantas redes sociales queramos incorporarnos.

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Aquel eslogan de la CNN -"está pasando, lo estás viendo"- es más real que nunca antes: cualquier cosa que pase, se escriba o se diga puede ser conocida y transmitida por cualquier espectador, para conocimiento general, en el mismo momento.

Hay cámaras por todas partes. Y las imágenes fijas o en movimiento, liberadas ya del cliché y del papel, por muy pasadas que sean, continuamente se hacen presentes en un clic.

No me quiero imaginar mi foto de comunión, vestido de marinerito con flequillo y con cara de bobo, haciéndose viral. Nunca antes el dedo que nos señala ha sido tan digital.

O viralizándose los miles de estupideces que con seguridad habré dicho en toda mi vida, cuando aquel era un yo que ya ni recuerdo o siendo yo mismo, ayer mismo.

Aquello de que las palabras se las lleva el viento, pasó a la historia: ahora las palabras pueden resonar machaconamente durante tiempo indefinido y replicarse en cientos de miles de terminales. Nunca antes hemos sido tan esclavos de nuestras palabras.

Definía Aristóteles al ser humano como "animal que habla", y vaya que hablamos. Hablando, hablando, la ministra Delgado se fue de la lengua en una cena privada entre amigos.

Pero lo dicho quedó taimadamente grabado y hoy oímos de su boca, junto a otras lindezas androcéntricas, un "maricón" que jamás imaginó que pudiéramos escuchar. Como grabados han quedado sus mentidos desmentidos. 

Se ha hecho un posado cariñoso con el mentado Marlasca, ahora compañero de Gobierno, para purificarse mediáticamente, pero debería haberse irdo o ser invitada a marcharse, porque esta vez las imágenes valen menos que una sola palabra.

Menos mal que mi vida no tiene mayor interés que la de cualquier hijo de vecino y, que yo sepa, ese tal Villarejo no me conoce.

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