Se rompió el trampolín que quería el señor Artur Mas. Se descerrajó la puerta que los centenares de miles de independentistas catalanes querían abrir para dar paso a esa libertad que dicen no tener. El 'no' de Escocia es el resultado de pensar con la cabeza y no con el corazón. Pero aquí todo seguirá igual. Seguiremos apelando al sentimentalismo patriótico. Seguiremos inventándonos ficticios ataques a nuestra lengua y seguiremos llamando guerra de secesión a lo que solo fue una contienda sucesoria de dos reyes ambiciosos de poder. Pero de lo importante, de eso no hablaremos. No hablaremos de las infraestructuras que tenemos en Catalunya y que son de propiedad estatal. No hablaremos de pensiones, de la posible salida de la UE, del modo en que nos financiaríamos, si los funcionarios cobrarán normalmente la paga extra, si la educación y la sanidad serán acordes a los impuestos que pagamos, es decir, si los que nos gobiernan, y los que les ayudan, van a decirnos la verdad o seguirán con su propaganda independentista intentando adoctrinarnos para que estemos callados y sumisos y salgamos una vez al año a obedecer y poner en práctica lo que a su desbordante imaginación le haya convenido plantear.