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"Movilidad reducida, transporte público e incivismo"

Una silla de ruedas-

Una silla de ruedas- / MIQUEL MONFORT

Después de dos años sin salir del barrio ayer quise romper el “secuestro” y salí para coger el autobús. Al llegar a la parada, principio y final de la línea V29, en Diagonal Mar, la conductora me hizo una señal indicándome si sacaba la rampa, asentí con la cabeza y cuando llegué ya estaba preparada para subir. En la zona reservada para la reserva para personas con movilidad reducida (PMR) había un carro de la compra lleno. Al ver que nadie lo quitaba le pregunté a una mujer que estaba sentada si era suyo.

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-Lo ha de poner allí- le dijo a un amigo que iba conmigo.

-¿Cómo dice?- le respondí, y añadí que a mí nadie me tiene que poner en ningún sitio, que yo me pongo donde quiero.

Ella siguió diciendo que no quitaba nada, que me quedara allí en medio si quería.

La gente, esa que tanto nos defiende cuando estamos lejos, no rechistó. En mi pueblo, quien calla otorga. Esto me recordó un episodio de los muchos que tuve antes del covid-19.

Subí al autobús y en la zona reservada había unas maletas, pregunté y nadie sabía nada. Al cabo de diez o doce paradas apareció un hombre que venía de la parte trasera del autobús, de bien lejos para no tener que quitarlas. Le dije que aquel espacio no era para las maletas.

“Ya está el inválido amargado”- contestó.

El bulto con forma de persona cogió las maletas y se bajó. Aquel día la gente, la sociedad que tanto nos quiere, tampoco dijo nada.

Volviendo al episodio último, aunque la gente no despegó el pico sabiendo que aquella mujer estaba dispuesta a que yo viajara de mala manera, hubo una persona que sí le recriminó su postura y le hizo quitar su compra desde su asiento. Esa fue la conductora, quien gritándole que yo tenía razón, le hizo cambiarla de sitio y pude viajar como es debido.

Quiero dejar claro que las dos veces que ha intervenido el chófer ha sido una mujer.

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