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Asumir la pérdida del poder para poder llegar a él

Theresa May.

Theresa May. / EFE / STEPHANIE LECOCQ

Mario Martín

Julio César, dotado del poder omnímodo del que gozaba en el año 44 a.c., fue asesinado dentro del Foro por un grupo de próximos a su Gobierno y senadores, entre los cuales, Bruto

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De los magnicidios de Lincoln (1865), John Fitzgerald Kennedy (1963), Olof Palme (1986) e incluso del Papa Juan Pablo I (Albino Luciani) fallecido el 1978 a los treinta y tres días de su elección bajo un manto de excesivo silencio bañado en un mar de amplias teorías conspirativas, poco se sabe, siendo lo único cierto que en todos sus casos habría que tener un importante acceso a ellos y no cualquiera lo pudo tener.

Truncar el ejercicio del poder parece el vínculo entre esta serie de casos mencionados. Pero hoy, la sociedad contemporánea ha destilado mecanismos más sibilinos para desalojar del poder a quien lo ostenta, sin asesinato de por medio. Con mucha frecuencia, el origen de esas acciones está en las cercanías de la víctima, lo cual acertadamente expresó Winston Churchill cuando dijo, a un joven e inexperto parlamentario: "Nuestros adversarios están enfrente, nuestros enemigos atrás" -escenificando las posiciones que ocupan en el Parlamento británico quienes ejercen el poder y la oposición, frente a frente-.

Hace casi 29 años, el 22 de noviembre del 1990, dimitió Margaret Thatcher, conocida como la Dama de Hierro, después de gobernar el Reino Unido durante once años, tras al desgaste de sus aciertos y sus fallos. Pero, como en el caso de Julio César más de veinte siglos antes, la puñalada final fue asestada por sus propios, hasta el extremo que el reconocido thatcherista Edward Leigh afirmó, con más realidad que alegoría, que "al menos la apuñalaron de frente, y no por la espalda".

La segunda mujer que ha desempeñado el puesto de primera ministra británica, Theresa May, ha acabado por tener el mismo final político que su admirada Maggy. Si bien en un tiempo mucho más breve, apenas 36 meses frente a los 132 de aquella, la comparación entre las fotografías del inicio y final de su periodo sí parecen separadas por más de una década.

¿Qué tendrá el poder que todos los llegan a ocuparlo se le aferran convirtiendo su permanencia en él en el único afán de su día a día?

¿Se está en política para ayudar a cambiar las cosas o solamente para conseguir un estatus del que vivir cuando se abandone su desempeño?

¿Cuántas veces la agenda política se manipula en función de los intereses personales de quienes desempeñan el poder por encima del interés de los ciudadanos?

Son sólo preguntas, pero la paradoja es lo ocurrido con una política británica, reconocida europeista, contraria al Brexit antes de la votación del referéndum del 23 de junio de 2016, que accedió a la jefatura del Gobierno de Reino Unido sustituyendo a David Cameron asumiendo canalizar el camino de su país hacia el divorcio con la Unión Europea, para finalmente sucumbir a su propia incapacidad para lograr un acuerdo que fuera respaldado por su Parlamento, donde ha terminado por no tener ni el apoyo de su propio partido.

Pero, de nuevo, hay en el horizonte nuevos candidatos a su puesto, como el pro-Brexit Boris Jhonson, deslumbrados por los oropeles del cargo, aunque solo sea para desempeñarlo unos meses, siempre será el camino para ser el próximo ex-premier. Porque eso es de lo que se trata, ¿verdad?: antes ser, que hacer. Aunque sea asumiendo la inevitable y segura pérdida del poder.

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