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Del campo a la fábrica de Seat: memorias de un inmigrante en la Barcelona de los años 50

Un lector recoge en una publicación algunos de sus recuerdos de infancia y juventud, sus vivencias en los barrios de La Perona y Roquetes. “He dejado fuera del libro momentos dolorosos, muy personales, pero sigue siendo duro", avanza.

Antonio Gómez, en la calle de Aiguablava, Nou Barris.

Antonio Gómez, en la calle de Aiguablava, Nou Barris.

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Luis Benavides
Luis Benavides

Periodista

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La historia de Antonio Gómez es la de tantas personas que en los años 50 dejaron atrás el campo buscando oportunidades en grandes ciudades como Barcelona. En marzo de 2024 cumplirá 80 años, pero tiene una memoria privilegiada. “Recuerdo con cinco años el hambre que tenía y ver a mis padres padecer porque no podían darnos los alimentos necesarios en aquellos años de posguerra”. Así arrancan sus memorias, 84 páginas en las que se amontonan vivencias y un puñado de fotografías de su familia en blanco y negro, un documento con un alto valor sobre todo sentimental que decidió enviar a la sección Participación de EL PERIÓDICO.

Cuando consiguió abandonar su pueblo natal, Archena, en la provincia de Murcia, estuvo viviendo en una casita situada en la desaparecida barriada de la Perona, levantada en uno de los extremos del actual barrio de La Verneda, en Sant Martí. En realidad, sus padres habían comprado a un familiar una barraca, sin agua potable ni luz, con un tejado cubierto de cartones, y no tardarían en descubrir que esas precarias viviendas no estaban reconocidas por el Ayuntamiento de Barcelona. “Me acuerdo de cuando una tarde, casi de noche, mandaron derribar precisamente la barraca que había enfrente de la nuestra, y que todos los vecinos salieron a socorrerles y recoger del suelo todas las pertenencias que les habían tirado en medio de la calle”, rememora en sus memorias este vecino de Mollet del Vallès que guarda un mejor recuerdo de su etapa en el barrio de Roquetes, en Nou Barris.

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En la calle de Aiguablava vivió con su familia de los 10 a los 24 años, momento en el que se casó y abandonó durante un tiempo su barrio. Ahora vuelve, de vez en cuando, para almorzar con su pandilla, con los que mantiene el contacto. Ellos son Eloy, David, Alberto y Manolín. “Alrededor de los bloques, construidos por el Sindicato Vertical, solo había campos y torrentes, que bajaban cargados de agua cuando llovía mucho. Con los amigos solíamos caminar hasta el Tibidabo, por Collserola, o bajábamos hasta el barrio de Sant Andreu para ir al cine. O para bailar”, suelta con una sonrisa pícara Gómez, justo delante del número 31. “Si mi pobre madre viera ahora este ascensor… La teníamos que acompañar para subir con el carro cargado”, añade.

Antonio Gómez, con sus amigos en Roquetes. /

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Ya en Barcelona empezó a trabajar como ‘chico de los recados’ con 12 años, para aportar unas monedas a la economía familiar, aunque su madre sufría mucho viéndole moverse solo por la gran ciudad, y solo dos años después se colocó en un taller mecánico primero y en la fábrica SEAT -donde ya trabajaba su padre- después. "Tenía 15 años y encontré muchas diferencias, pues venía de haber trabajado en un taller con 20 personas a una fábrica que trabajaban 7.000", dice. Entonces ayudaba a los que montaban el SEAT 600, porque al ser menor no podía utilizar ninguna máquina. Y de ahí se fue a una fábrica de telares, no sin dudas. "Mi padre no se lo tomó muy bien -explica Gómez-, pero le hice entender que quería aprender un oficio y ganar más dinero".

Posguerra y franquismo

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El repaso a su vida laboral en estas páginas permite hacerse una idea de cómo era el día a día de una familia de clase trabajadora en la Barcelona franquista de la posguerra. “He dejado fuera del libro momentos dolorosos, muy personales, pero sigue siendo un libro duro. Como cuando explico cómo trataba la policía a los migrantes cuando llegaban a la Estación de Francia. Si no tenías a alguien que diera la cara por ti y acreditabas un domicilio, no solo no te dejaban entrar si no que te podían tener retenido en un pabellón que había en Montjuïc durante varios días”, asegura el lector.

Gómez, que ya había escrito sobre su investigación para localizar los restos de un tío fallecido durante la Guerra Civil, decidió dejar negro sobre blanco la historia de su vida “para no olvidarla”. “He dedicado mucho tiempo a recopilar documentación y fotografías, y estaré encantado de colaborar con personas interesadas en investigar o escribir sobre los años 40 y 50”, subraya con ilusión el autor, que dedica esta autobiografía a su madre y a su abuela, "las verdaderas luchadoras de esta historia".