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Herculano, hermana pequeña de Pompeya | + Historia

En agosto del año 79 entró en erupción el Vesubio y destruyó Pompeya, uno de los yacimientos arqueológicos más visitados del mundo. Muy cerca, más discreto, hay el de Herculano, que aunque pase desapercibido, vale mucho la pena.

Un arqueólogo restaura un mosaico de Herculano, en fecha sin determinar.

Un arqueólogo restaura un mosaico de Herculano, en fecha sin determinar. / Willem van de Poll / Archivo Nacional de los Países Bajos

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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Hace 1.943 años se vivió una terrible tragedia en el sur de la Península itálica. El Vesubio entró en erupción y la lava y las cenizas se tragaron Pompeya. Aquella desgracia para sus habitantes se ha convertido en una maravilla arqueológica para nosotros, que tenemos la posibilidad de pasear por una ciudad de hace 20 siglos. Ahora bien, aunque por sus dimensiones Pompeya es la más conocida, no fue el único enclave sepultado por el volcán. A unos 15 kilómetros de Pompeya y nueve de Nápoles, está Herculano, que también sufrió los efectos de la erupción pero que se ha conservado mejor por el tipo de residuos que la cubrieron.

Como es fácil deducir, aquella población que tenía entre 4.000 y 5.000 habitantes recibía su nombre del héroe mitológico Hércules, que según las leyendas de la época se habría detenido en ese lugar al volver de la Península ibérica con los bueyes de Gerión. Pero una cosa son los mitos y otra la realidad. Según los arqueólogos el asentamiento lo fundaron colonizadores griegos en torno al 740 a. C. y allí vivieron durante tres siglos hasta que otros pueblos de la Península itálica, como los etruscos, acabaron controlándolo. Y así, al igual que Pompeya, acabó bajo el dominio de Roma.

Fue durante las épocas de Augusto y Claudio cuando llegó el esplendor de Herculano. Por su privilegiada situación en la bahía de lo que ahora conocemos como golfo de Nápoles, se convirtió en uno de los lugares preferidos de las familias ricas de Roma que escogían aquella zona para pasar los meses de verano. Algunos patricios residían allí todo el año en lujosas villas situadas en las afueras, seguramente cautivados por el buen clima y la calidad de los productos cultivados en aquellas fértiles tierras. Comparada con Pompeya era una población tranquila, con pocas tiendas y talleres, y con la pesca como una de las principales actividades económicas. Un lugar donde debía vivirse fantásticamente bien y que desapareció en agosto del 79 d. C.

Según los estudios todo fue muy rápido. La falta de conocimientos de la época hizo que nadie prestara demasiada atención al Vesubio hasta el momento de la gran erupción y entonces ya fue demasiado tarde. Los habitantes de Herculano huyeron en masa hacia la playa y una parte se resguardó en unos almacenes que estaban en la orilla. De nada sirvió. Primero los gases tóxicos los asfixiaron y después los materiales volcánicos cubrieron los cadáveres. Entre 15 y 30 metros de cenizas, lava y otros restos los enterraron durante casi dos milenios hasta que en 1982 los arqueólogos localizaron 270 esqueletos humanos de ambos sexos y distintas edades. Ningún hueso roto, ningún signo de violencia. Simplemente restos de cuerpos que habían expirado unos junto a otros. Es fácil imaginarse el pánico y el terror que tuvieron que sufrir en los últimos momentos de su vida, en plena erupción del Vesubio.

La acumulación de material volcánico fue tal que la costa se retiró varios metros y sirvió de base para una nueva ciudad llamada Resina. Y si no hubiera sido porque en 1709 el duque de Elbeuf quiso hacer un pozo en la mansión que tenía en las inmediaciones, quizás todavía no sabríamos de su existencia, pero resulta que aquel aristócrata tenía la casa justo encima del antiguo teatro de Herculano, del que saqueó columnas, estatuas y algunos mármoles.

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Los primeros intentos de excavación regular empezaron en 1738 por iniciativa de Carlos de Borbón, rey de las Dos Sicilias. Las prospecciones se alargaron siete años y empezaron a sacar a la luz ese impresionante yacimiento. Sin embargo, entonces todavía no se aplicaban los métodos científicos para llevar a cabo una campaña arqueológica con el rigor de las que se realizan ahora. Además, los esfuerzos se centraron en Pompeya, un espacio más grande, más fácil de excavar y sin una ciudad encima. No fue hasta mediados del siglo XIX y la segunda mitad del XX cuando se trabajó a fondo hasta llegar a los límites de la actual Resina, que en sus cimientos aún esconde una parte de aquella antigua ciudad de veraneo. Un yacimiento que vale mucho la pena visitar para pasear por unas calles que parecen paradas en el tiempo.


Víctimas de la masificación turística

Pompeya y Herculano son parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Esto ha permitido ponerlos en valor pero también situarlos en el mapa del turismo cultural y ahora, sobre todo Pompeya, es parada obligatoria para los cruceristas que pasan por Nápoles. El problema es que esto está degradando el yacimiento a marchas forzadas por culpa de la masificación turística.

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