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El verano cuando eres madre: 'Tiburón'

Desembarcas en la playa con tu hijo y nada es como antes. Todo te da miedo. Te has convertido en una sherpa que jamás descansa.

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Familia en la playa de Sant Adrià del Besós

Familia en la playa de Sant Adrià del Besós / FERRAN NADEU

Ni la falta de conciliación, ni las ojeras, ni la debilidad del suelo pélvico, ni la urgente necesidad de estar sola un rato. El cambio más drástico que provoca la maternidad ocurre en verano, cuando desembarcas en la playa y nada es como antes. Bienvenidas a ‘Tiburón’.

En las costas españolas no hay escualos, pero como si los hubiera. Todo te da miedo: el agua, las olas, una avispa, que tu niño se coma demasiada arena, que se trague una piedra, que se queme por el sol, que le pique una medusa, que se pierda entre la multitud, que la tortilla de patatas del chiringuito esté plagada de salmonela… Acuérdate, querida amiga, cuando eras joven y bajabas a una cala perdida tú sola, con tu toalla y un libro. Y descansabas.

Esos tiempos quedaron atrás. Ahora no vas a la playa. Vas al Himalaya porque estás cargada como un sherpa: sombrilla, toallas (unas cinco o seis, nunca hay suficientes), nevera, sillas, cubos, palas, rastrillos, mallas para pescar cangrejos, raquetas, petanca, colchoneta en forma de barquito, chalecos acuáticos, gafas de buceo, ropa de cambio, bocadillos, tupper con fruta y bolsas de patatas fritas… No eres precisamente Jennifer O’Neill en 'Verano del 42', con su impoluto bikini blanco y su toalla tumbada al sol entre dunas.

Eres una madre y las vacaciones ya no son lo que eran. La nostalgia del pasado te lleva a meter un libro -por qué no- en una de las cuatro o cinco bolsas que ahora bajas a la playa. Te han recomendado 'El verano que mi madre tuvo los ojos verdes' (no te das cuenta pero todas las novelas que compras últimamente tienen que ver con la maternidad) y confías en tener media hora para ti, para leer bajo la sombrilla. Sin embargo, el libro vuelve al hotel tal cual. No lo has abierto. No has tenido tiempo.

Sabes que eres madre cuando empiezas a parecerte a la tuya. Cuando te conviertes en ella: una mujer con bañador (qué bonito fue llevar bikini, incluso hacer 'top less' y nudismo) apostada en la orilla, sin quitar ni un solo instante los ojos de tu hijo. Él ya sabe nadar, pero qué más te da. Tú siempre piensas que se puede ahogar. Así que desde la orilla le gritas que salga un poco, que no se meta tan dentro. Y así permaneces toda la mañana, abrasándote al sol sin perder de vista ni un solo segundo a tu niño, que no es un bebé, pero como si lo fuera. Hipermaternidad, cuánto daño nos has hecho.

Para consolarte, piensas que no eres como las otras madres, esas que se meten en la orilla con su prole y no paran de hacer fotos y vídeos. Qué pesadilla. Deseas con todas tus fuerzas que el dichoso teléfono termine en el agua y la divertida familia Instagram no tenga más 'stories' que publicar.

Por un momento, deseas tener más hijos. Así, jugarían entre ellos y tú no ejercerías de animadora socio-cultural. Adoras a tu hijo, pero echar una partida de palas con él es la cosa más desesperante que hay. La petanca es un poco más llevadera, pero tú lo que quieres es tumbarte y leer. O dormir. O pasear por la orilla. O escuchar con tus auriculares. O, simplemente, mirar el mar y no hacer nada.

En ese momento, te acuerdas de las revistas del corazón que has leído -perdón, ojeado- últimamente. Todas las mamás que aparecen tienen tipazo, lucen bikinis espectaculares, una melena envidiable y un moreno maravilloso. Salen del agua bellísimas y con sus hijos en brazos. ¿Cómo lo hacen?, te preguntas. Como todo: mintiendo. Es imposible tener niños pequeños y estar relajada en la playa.

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'Tiburón' (1975) cambió las reglas del cine. Antes de que se estrenara, el verano era un desierto para las salas, cuya programación no incluía novedades. La historia del escualo que siembra el pánico en Amity Island -estrenada en mitad del estío- inició el 'blockbuster' veraniego, además de provocar una ola de miedo real en las playas de EEUU. Fue un antes y un después en la industria del séptimo arte. Lo mismo pasa contigo. Tener hijos es un antes y un después. En la playa y fuera de ella. Pero sobre todo en la playa.

No te dejes llevar por la nostalgia y disfruta. Pocas cosas hay más bonitas en la vida que ver cómo tu hijo juega con las olas. Cómo se ríe, cómo nada, cómo te pide que le mires, cómo te da la mano para entrar en el agua, cómo salta las olas, cómo corre, cómo se divierte, cómo se maravilla cuando ve cangrejos o peces, cómo te tira algas, cómo se come el bocata, cómo se queda dormido bajo la sombrilla… Es feliz. Mírale y guarda en tu cabeza esos momentos. Los recordarás siempre.

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