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La trampa de las urbanizaciones | + Historia

Las casas de River Park devoradas por el fuego han vuelto a poner de manifiesto la situación crítica en la que se encuentran muchas urbanizaciones de nuestro país. Hoy tratamos de averiguar de dónde sale esta idea de ir a vivir en medio del bosque.

Construcción de una urbanización en Bellcaire d’Empordà, en 1988 (Lluís Cruset, Ayuntamiento de Girona).

Construcción de una urbanización en Bellcaire d’Empordà, en 1988 (Lluís Cruset, Ayuntamiento de Girona).

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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A raíz del incendio en el Pont de Vilomara y Rocafort que afectó a River Park, nuestra compañera Elisenda Colell ha indagado cuántas urbanizaciones de características similares hay en Catalunya. Hace un par de días lo contaba a este mismo diario y las cifras asustan: hay 730 urbanizaciones autoconstruidas sin regularizar. Son agrupaciones de casas que no reúnen los mínimos servicios básicos, como alcantarillado o agua corriente y que, además, por su situación irregular, pueden no estar escrituradas ni tener seguro del hogar.

Aunque ahora cada vez más gente decide vivir allí durante todo el año, la mayoría de estas urbanizaciones surgieron como lugares para tener la segunda residencia, un espacio donde las familias escapaban del bullicio de las ciudades para respirar aire limpio.

Este fenómeno empezó a proliferar a partir de la década de 1960, aunque en realidad sus orígenes se encuentran en la posguerra. A lo largo del franquismo, se produjo un desplazamiento masivo de las zonas rurales hacia las grandes ciudades, donde la gente llegaba con la esperanza de encontrar un trabajo mejor pagado y no tan duro como el del campo. El problema era que el parque de viviendas existente no podía absorber tal demanda y esto derivó en situaciones muy complicadas, como la proliferación del chabolismo. Cuando fue evidente que era necesario hacer algo, en 1959 la dictadura puso un marcha un Plan de Vivienda. Los dirigentes franquistas repetían como un mantra que España iba a ser un país de propietarios y no de proletarios. El problema era que la gente ganaba poco dinero y, por tanto, los pisos que podían permitirse eran pequeños y de mala calidad. El sueño de las familias de los sesenta era poder comprar un piso. Esto y el Seat 600 eran la cima del éxito de muchas personas de procedencia modesta y se rompieron la espalda para conseguirlo.

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Curiosamente, en Estados Unidos se vivió una situación similar. Después de la Segunda Guerra Mundial, entre la desmovilización de los combatientes y la llegada de grandes flujos migratorios, se hizo evidente que no había pisos para todo el mundo. Para solucionarlo, se puso en marcha un sistema de colaboración entre los promotores privados y la administración pública. A través de la Federal Housing Administration se empezaron a construir infraestructuras en las afueras de las ciudades, donde se iban edificando urbanizaciones de casas unifamiliares. Es lo que en inglés se llama 'suburbs', un término que no tiene la carga negativa que tiene 'suburbio' en español. Aquello cambió la organización territorial de EE.UU. Hay que tener en cuenta que, antes de 1945, solo el 13% de la población vivía en aquellas áreas residenciales y ahora ya lo hace más del 50%.

El sistema suburbial no surgía de la nada. Se inspiraba, en parte, en las llamadas ciudad-jardín que, a finales del siglo XIX, se habían empezado a construir en el Reino Unido. La idea era crear espacios formados por casas unifamiliares rodeadas de zonas verdes, una forma de vivir idílica, lejos del bullicio urbano y del humo de las fábricas de la revolución industrial, que habían convertido en irrespirable el aire de las grandes urbes.

En Catalunya se intentaron llevar a cabo algunos proyectos de ciudades-jardín durante los años treinta, sobre todo en zonas turísticas de la costa, pero la guerra civil y la posguerra lo frenaron. La idea se reanudó cuando los que más habían progresado y ya habían pagado el pisito y el 600 se animaban a tener su propio lugar de vacaciones. La segunda residencia era a veces un pequeño apartamento, pero también podía ser una casita en áreas rodeadas de naturaleza. Es una tendencia que, a pesar de los altibajos de las crisis económicas, no ha tenido freno y en casi cualquier rincón del país hay alguna urbanización, porque quien más quien menos ha visto series y películas americanas y ha soñado con vivir tranquilamente cortando el césped del jardín de su casa, sin tener que aguantar a los vecinos del piso de arriba. El problema es que en ese mundo ideal no aparecen los problemas asociados a las urbanizaciones, como los descritos por Elisenda Colell.


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