Entrevista

Javier Limón: “Antes, un director artístico no sabía lo que era un do mayor”

El músico y productor madrileño, cuyo historial incluye destacados episodios con artistas como Paco de Lucía, Enrique Morente, Diego el Cigala con Bebo Valdés, Buika, Andrés Calamaro, Luz Casal o Alejandro Sanz, vive en la actualidad en Boston, dirigiendo Berklee Latino, iniciativa del prestigioso Berklee College of Music. Cuenta su prodigiosa historia y reflexiona sobre la música y la industria en un libro lleno de claves sustanciosas, ‘Memorias de un productor musical’ (Ed. Debate-Penguin Random House).

 

Javier Limón

Javier Limón / Ferran Nadeu

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Jordi Bianciotto
Jordi Bianciotto

Periodista

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Dice en el libro que podría haber sido un guitarrista flamenco, o “un cantaor malo”.

Todo malo: en lo que implica habilidades físicas soy un torpe. Pero lo que es imaginación, quizá, creatividad, capacidad de ordenar palabras y notas, ahí vi que podía aportar algo. Y a mí, el aplauso no me pone. Me atrae más la sensación de soledad al crear una cosa, y el placer de cuando esa canción sale.

En su historial destaca cuatro discos, lo que llama ‘el póker’: ‘Lágrimas negras’ (Diego el Cigala y Bebo Valdés), ‘Cositas buenas’ (Paco de Lucía), ‘El pequeño reloj’ (Enrique Morente) y ‘El cantante’ (Andrés Calamaro). 

Salieron a la vez, entre 2003 y 2004, aunque ‘Lágrimas negras’ se grabó en dos días y el de Paco, en seis años. Hubo un momento en que estos dos, y el de Calamaro, estaban en el ‘Top 10’. Una locura: hay que irse a ‘OT’ para ver algo así. El de Morente hay que decir que no funcionó, aunque para mí es igual de importante.

Discute los eslóganes, como el de que ‘Omega’ es el mejor disco de Morente y del flamenco, como si ya no hiciera falta escuchar ninguno más.

A mí, de Morente, me gustan más ‘Sacromonte’ y ‘El pequeño reloj’. La gente se queda con lo más explosivo, pero, dentro de ‘Omega’, hay una segunda parte con Tomatito, Vicente Amigo y Pepe Habichuela, sin guitarras eléctricas, que es muy importante. Tampoco ‘La leyenda del tiempo’ es el mejor disco de Camarón: rompió esquemas por la instrumentación, pero armónicamente es sencillo, mientras que ‘Calle real’, ‘Viviré’ o ‘Potro de rabia y miel’ son salvajadas de evolución, saltos históricos.

Con Calamaro, lamenta que la compañía no estuvo a la altura.

Las compañías suelen ir por detrás de la gente. Rosalía sacó el primer disco sola con una licencia, y C. Tangana, y Nathy Peluso. Ahora está esa chica, Judit Neddermann, que debería ser una estrella. Si yo tuviera una compañía, la apoyaría a fuego. En Barcelona hay varias chicas con un talento brutal: Marina Tuset, o la que toca el trombón, Rita Payés. La multinacional que no las firme no se entera. Y mientras, venga ‘La voz’, y ‘OT’, y clones, y más clones.

¿Qué pasa con las compañías?

Algunas lo hacen bien: la parte flamenca de Universal, apoyando a Kiki Morente, Israel Fernández y José del Tomate, hijo de Tomatito, y Sony en Miami, que hacen proyectos sabiendo que están en el país que va a tener más hispanohablantes del planeta. He notado un cambio: mola ver a los jóvenes en las compañías, los de 30 años o así. Muchos salen de Berklee, y veo cómo van luego a los departamentos de música de Coca-Cola, Netflix, Red Bull, YouTube…  Antes, un director artístico no sabía lo que era un do mayor, y se permitía discutir sobre arreglos con un Serrat.

¿Cómo hay que enfocar el salto a Estados Unidos? C. Tangana lo intenta desde la raíz española, pero Rosalía ha ido supliendo el flamenco por los ritmos tropicales.

Rosalía ha sacado ocho ‘singles’ y no sé qué queda ahí como línea editorial. Veremos el álbum. Pero el mercado estadounidense es duro. En los Grammy apenas hay un par de nominados latinos, quitando las categorías propias. El muro de Trump lleva décadas construido. Si queremos romper el paradigma de lo latino en Estados Unidos, eso se consigue con calidad: Caetano Veloso, Gustavo Dudamel, Gustavo Santaolalla, Rubén Blades, Paco de Lucía… Ahí, los ‘anglos’ mueren.

Fuera del ‘mainstream’, a través del prestigio.

A lo mejor, la manera de entrar es esa. Jugar en la liga de Billie Eilish o Alicia Keys no es tan fácil. Siempre he creído que el flamenco es una de las grandes bazas. Yo insistiría por ahí, haciéndolo para que no sea una música de nicho. Si en vez de flamenco tiras por ritmos caribeños, ahí hay millones de tíos que lo saben hacer muy bien.

Y sin rasgos de impostación.

Porque han nacido moviendo el culo. Lo veo en Berklee: fuimos a hacer un curso a la República Dominicana y al terminar dijimos “vamos a tocar un poco”, y se pusieron con el merengue, tocando y bailando, y les salía solo.

¿Qué le parecen los campos de composición que organizan las multinacionales, donde un tema se construye entre muchas manos?

Son válidos para cierto tipo de canción. “Me gustan mayores, que no me quepa en la boca…”, de Becky G. Eso salió de un campo. Hay un tipo de música comercial que se basa en estribillitos y en ‘hooks’ (ganchos), y para eso no lo veo mal. Pero en una canción más narrativa o emocional es difícil tener a varias personas opinando. Fue gracioso cuando Manolito Soler reclamó derechos de autor a Los del Río, porque decía que el “¡aaay!” final, de “Dale a tu cuerpo alegría, Macarena” era suyo.

Pues era clave.

¡Claro, tenía razón!

Al final ha resultado que la profesión de productor tenía más futuro del que jamás imaginó. Ahora, el productor puede ser la estrella, y una figura total, compositor y artista de escenario.

Ahora las multinacionales vienen a Berklee a buscar productores. El año que viene empezará una carrera nueva, para ser productor con un estudio portátil, porque hay gente como Finneas, el hermano de Billie Eilish, que produce discos así, con sus herramientas y ‘pluggins’. PJ Morton, Anderson Paak o Billie Eilish con su hermano son músicos, compositores y productores. La reindustrialización de la música ha ido a favor del productor. Nunca pensé que esta podía ser una profesión tan buena.


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