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¿La música de fiesta mayor es para un público poco exigente?

El circuito de las verbenas de verano resulta troncal en la escena catalana, donde se ha propiciado la creación de un canon sonoro distintivo a partir del mestizaje del pop y los ritmos latinos, con estribillos fácilmente compartibles, coreografías y ‘gags’ escénicos. Ese patrón musical de la fiesta mayor despierta prejuicios, al tiempo que se alerta de la burbuja de cachés con dinero público (hasta 30.000 euros por concierto de los grupos autóctonos punteros), propiciada por ayuntamientos deseosos de fichar a los nombres del momento.

Concierto de Oques Grasses en el centro de Girona.

Concierto de Oques Grasses en el centro de Girona. / BERNAT ALMIRALL

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Jordi Bianciotto
Jordi Bianciotto

Periodista

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Han vuelto las fiestas mayores, mal que le pese al covid-19, y la música retoma su dimensión más popular, a pie de calle, propensa al baile (ahora, sentado) y la algarabía (enmascarada), y sin previo paso por taquilla. Este año, con protagonistas como Oques Grasses, Stay Homas, Búhos, Els Amics de les Arts o Doctor Prats. Un mundo, el de las verbenas financiadas por los ayuntamientos, que resulta troncal en la escena catalana, hasta el punto de que, “si no existieran, la mayoría de los grupos se morirían de hambre”, estima Eric Herrera, director de Ausamusic, Servei d’Espectacles, y batería que ha recorrido multitud de fiestas mayores tocando con Dr. Calypso o El Belda i El Conjunt Badabadoc (actualmente a cargo de las baquetas en Brighton 64).

Entretodos

Este entorno escénico alienta varios debates, entre ellos el de la calidad artística. ¿Hablamos de música para un público poco exigente? Situémonos: en las fiestas hay lugar para las orquestas de baile de toda la vida, y para los grupos de ‘covers’, y para los monologuistas, los magos y los espectáculos infantiles. Pero la parte del león se la llevan los artistas comerciales de corte pop-rock, derivados en esta última década hacia un estilo propicio, el mestizaje de verbena, de estribillo euforizante, bote colectivo y ‘gags’ en cadena. Conciertos en horario nocturno (y, en prepandemia, a altas horas de la madrugada), bien regados por los surtidores de cerveza. “Por lo pronto, diría que la música de fiesta mayor está hecha para un público que no pide demasiado”, medita Albert Puig, periodista musical de iCat y director de la productora No Sonores, que ha llevado el ‘management’ de artistas como Els Amics de les Arts y Ramon Mirabet. Pero añade: “Eso también ocurre a ciertas horas en muchos festivales”.

Una selección natural

Uno de los triunfadores del circuito catalán es Búhos, avezado grupo de Calafell que creció saltando de fiesta en fiesta (primero, como público, siguiendo a Lax’n’Busto y Els Pets), y que ahora combina ese territorio con las salas y los teatros, en la estela de éxitos como ‘Volcans’ o ‘Barcelona s’il·lumina’. Su cantante y letrista, Guillem Solé, sitúa las verbenas en una “tradición muy mediterránea” y observa cierta dimensión darwinista. “Hay una selección natural: en unas fiestas patronales, el grupo que no dé alegría no volverá a la comarca, y quien se lo haya pasado pipa en un concierto del pueblo de al lado querrá que el año siguiente esa banda toque en casa”. Triunfar en unas fiestas es “más difícil” que hacerlo en una sala, sostiene, porque el público es pasavolante y retenerlo comporta un arte. “Si no les llega lo que haces, pueden quedarse en la barra y desconectar”.

Pocos escenarios tan comprometidos como el de la fiesta mayor, da a entender Solé, donde el artista se la juega ante una audiencia de perfil incierto y donde debe descargar todo su armamento, evitando experimentos y canciones poco conocidas. De ahí salen los artistas favoritos del gran público. “Cuando hay premios por votación popular, siempre ganan los grupos de las fiestas mayores, porque son los que llegan a la gente”, añade el cantante de Búhos. “¿Que eso es fácil? Hay muchas bandas que lo han intentado pensando que lo era, y no lo han conseguido”.

El bombo a negras

La importancia de esta parcela escénica en Catalunya ha propiciado un canon verbenero derivado de “la mezcla de la rumba y los ritmos jamaicanos con el rock”, hace notar Eric Herrera. A partir de esos patrones, apunta Albert Puig que “las canciones se llegan a componer pensando en la respuesta del público”, partiendo del bombo a negras (el ritmo más apto para el bote) y “modulando los subidones, el momento del confeti o el 'gag' en que el público se agacha para luego saltar”.

Ahí, Guillem Solé marca distancia: Búhos crean sus canciones atendiendo a su propio placer, asegura. “Primero te tienen que gustar locamente a ti, porque te han de acompañar como mínimo un par de años”, argumenta. “Si a ti ese tema nuevo te excita, es posible que también excite a la peña”.

Burbuja de cachés

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Las programaciones las deciden los ayuntamientos, motivo para pensar que el criterio de selección tiene más que ver con la popularidad que con el riesgo artístico. “Las fiestas se pagan con dinero público y se trata de contentar a todo el mundo”, señala Eric Herrera. Y los grupos más populares hacen valer cachés que levantan suspicacias: hablamos de una horquilla que va de los 15.000 a los 30.000 euros. “Artistas que tienen un discurso súper guay y solidario son los que más disparan los cachés, y hay ayuntamientos que se pulen buena parte del presupuesto en ellos”, hace notar Albert Puig, para quien, “tratándose de dinero público, habría que repartir más el juego”. ¿Políticas de pan y circo? Los ayuntamientos hacen el esfuerzo por cazar al cabeza de cartel “esperando que haya un retorno en votos”.

Es otro vértice debatible de un sector de la música al que va asociada la memoria sentimental de varias generaciones y que representa el banco de pruebas de muchos artistas, se ajusten o no al canon estilístico verbenero. Gusten más o menos, como indica Guillem Solé, las fiestas “son la cantera, la primera oportunidad para darte a conocer”.