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Los derechos no llueven del cielo

Ahora que los políticos plantean la jornada laboral de cuatro días, vale la pena recordar la larga lucha por los derechos laborales que ha habido en este país

Huelga de la ’Canadenca’, en febrero de 1919.

Huelga de la ’Canadenca’, en febrero de 1919. / El Periódico

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Xavier Carmaniu Mainadé
Xavier Carmaniu Mainadé

Historiador

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El pasado viernes este periódico dedicaba el Tema del Día al debate sobre las horas que hay que destinar semanalmente a la jornada laboral, porque desde algunos sectores se reclama implantar la semana de 32 horas. Gabriel Ubieto, a la hora de introducir su crónica, contextualizaba la cuestión recordando a los lectores que hace un siglo se había conquistado la jornada de ocho horas. El verbo no podía ser más acertado. Los trabajadores tuvieron que luchar para lograr que una ley limitara el tiempo que cada día tenían que dedicar al trabajo remunerado. El 4 de abril de 1919 la Gaceta de Madrid - que era el BOE de entonces- publicó el decreto marcando el 1 de octubre como fecha límite para implantar las ocho horas por día o 48 horas semanales. Una conquista que no cayó del cielo.

Reglas abusivas

Durante las últimas décadas del siglo XIX se había producido el gran salto industrial en Catalunya y las fábricas funcionaban a toda máquina. La clase obrera no tenía prácticamente ningún derecho. No había cobertura sanitaria ni indemnización para los despedidos. Si trabajabas, cobrabas. Si caías enfermo o te quejabas, te ibas a la calle. Había mano de obra de sobra, porque cada vez más gente dejaba el campo seducida por la moderna vorágine urbana. Pero no todo el mundo se conformaba con aquellas reglas abusivas. Trabajar sí, pero a cambio de unas mínimas condiciones. Por ejemplo, reducir las jornadas de 12 horas diarias a ocho.

Aunque, poco a poco, la clase obrera aprendió a organizarse de manera más efectiva, los resultados eran más bien parcos hasta que llegó el siglo XX. Especialmente a partir de 1917, cuando todo el mundo puso los ojos en Rusia, donde la revolución fascinaba a los trabajadores y atemorizaba a los empresarios.

Preocupados por si un movimiento similar se podía reproducir en Catalunya, se reprimían todas las protestas obreras sin contemplaciones. El mismo 1917 hubo una huelga general liderada por la UGT y el PSOE, que terminó con la proclamación del estado de guerra, numerosos muertos y detenidos, pero sin ningún resultado concreto. Ante esto la CNT comenzó a ganar protagonismo y el 1918, después de un congreso celebrado en Sants, se reorganizó y alcanzó los 700.00 afiliados.

El contexto económico y social eran terreno abonado para que esto ocurriera. El coste de la vida había aumentado un 80% en comparación a antes de la Primera Guerra Mundial, el paro era elevadísimo, se había declarado una epidemia de tifus y había aparecido la mortífera gripe, que estaba causando estragos. Este telón de fondo ayuda a entender porque la protesta iniciada el 5 de febrero de 1919 por parte de un grupo de trabajadores despedidos de la empresa Riegos y Fuerzas del Ebro, filial de Barcelona Traction Light and Power -conocida popularmente como la 'Canadiense' por el origen de su capital- acabara derivando en una huelga general primero en Barcelona y luego en otros puntos de Catalunya.

La situación era grave. Hay que tener en cuenta que la 'Canadiense' proveía de electricidad buena parte de la industria y, en consecuencia, el parón significaba frenar en seco la actividad económica del país. Para evitar el colapso se declaró el estado de guerra y se movilizó el Ejército, que fue el encargado de hacer el trabajo de los huelguistas.

Grandes cambios

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Paralelamente, el Gobierno obligó a patronal y sindicatos a negociar para encontrar una solución. pero las posiciones estaban demasiado enquistadas y no se encontraba salida. Entonces el ejecutivo, presidido por el conde de Romanones, decidió no esperar más y obligó a readmitir a los huelguistas despedidos y reguló la jornada de ocho horas.

Con la conquista de aquella reivindicación se produjeron cambios sustanciales a todos los niveles. Incluso algunos aparentemente no relacionados con los derechos laborales. Por primera vez hubo grupos sociales que tuvieron tiempo de ocio y esto propició la eclosión de los espectáculos de masas. En Barcelona, por ejemplo, fue entonces cuando el Paral·lel vivió su gran momento. La gente se lo quería pasar bien y tenían todo el derecho. Se lo habían ganado con su lucha.