Gente corriente

Alberto González: "Para emigrar y poder avanzar, hay que cortar con la nostalgia"

Cubano de nacimiento, este vecino del Eixample barcelonés dejó un buen puesto en la isla para cumplir su sueño de ver mundo.

Alberto González, en el gimnasio de Barcelona donde trabaja.

Alberto González, en el gimnasio de Barcelona donde trabaja. / ROBERT RAMOS

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Gemma Tramullas
Gemma Tramullas

Periodista

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Pese a haber nacido en Santa Clara, la ciudad del Che Guevara, y haber estudiado en la escuela local que lleva el nombre del mítico revolucionario, a Alberto González nunca le interesó la revolución cubana. Él soñaba con viajar más allá del horizonte de agua de la isla y a fe que lo consiguió, como demuestra su pasaporte atiborrado de sellos de entrada a decenas de países.

Nació en Cuba, pero es descendiente de españoles.

Mi padre tenía orígenes asturianos y mi madre, canarios. En casa veíamos programas de televisión donde salían toreros como Palomo Linares y películas de Sara Montiel y Carmen Sevilla.

Que alimentaban su curiosidad.

Cuando estaba en el bachillerato ya me di cuenta de que lo que quería era viajar. Además, aquellos discursos de patria o muerte me hacían explotar la cabeza. Cada año me preguntaban cuando me iba a hacer de la juventud comunista, pero a mí el carnet rojo no me interesaba.

Usted quería ser médico.

Saqué una nota de 90,75 sobre 100 y para entrar en Medicina necesitaba un 91. Pedí una revisión, pero no me la dieron. En cambio, otros con menos nota que yo pero mejor relacionados con el presidente de la juventud comunista sí pudieron entrar. Ahí me di cuenta de que en el comunismo también hay clases.

Aquellas décimas fueron determinantes en su vida.

Sí, porque me fui para La Habana a estudiar Economía y allí entré en contacto con muchos extranjeros que hicieron crecer mis ansias de ver mundo. Llegué a ser contable principal del Instituto Nacional de Nutrición, Higiene y Epidemiología de La Habana.

Un buen puesto.

Llevaba todas las cuentas relacionadas con salud y me recogían en coche para ir al trabajo. Pero el sueldo era una miseria, así que me pasé al sector del turismo. Y cuanto más me hablaban de otros países, más ganas tenía de salir.

Conseguir un permiso de salida de Cuba en aquella época era muy difícil.

En 1998 me hicieron un contrato de trabajo para ir a cuidar a un tío mío en Gijón, que era la única manera que tenía de salir. Era mi oportunidad. Me escapé y dije: “No vuelvo más”.

Y pudo realizar su sueño de ver mundo.

Me gusta trabajar, soy cumplidor y muy sociable y esto me ha abierto muchas puertas. Después de Asturias, estuve en Manresa y Barcelona, donde trabajé en el aeropuerto y en la consulta de un dentista. Vine con dinero y con la idea de trabajar duro y eso me permitió ahorrar para viajar por casi toda Europa.

También ha vivido unos años en Alemania.

En 2005, cuando ya no era tan fácil encontrar trabajo, me fui a Berlín a estudiar masajes medicinales y trabajé en una clínica. Desde allí viajé a la India, Israel, Egipto, Turquía, Estados Unidos, Rusia… En la India vi más pobreza que en Cuba y eso me enseñó a no quejarme. Pero el clima de Berlín me deprimía y volví a Barcelona.

Ahora trabaja limpiando un gimnasio en el barrio de Sant Antoni.

Y me encanta porque converso con los que van entrenar y conozco a uno que es piloto, a otro que es chófer… También ayudo en un restaurante porque ahora es muy difícil poder ahorrar después de pagar los recibos. Pero ya no me interesa tanto el dinero como antes, ahora prefiero cuidarme para vivir más y poder contar más historias.

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¿No siente nostalgia de Cuba?

No. Para emigrar y poder avanzar, hay que cortar con la nostalgia.  Vuelvo cada dos años para ver a la familia, pero yo ya no tengo nada que ver con Cuba.