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Elettra Stimilli: "La inmigración no requiere gestión, sino convivencia"

Estudió filosofía en busca de respuestas. Descubrió que el aprendizaje reside en formular las preguntas adecuadas

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elettra stimilli / ÁLVARO MONGE

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Carme Escales
Carme Escales

Periodista

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Los días 13 y 14 de diciembre pasados, mientras tantos de nosotros teníamos ya en mente cenas, regalos, marisco y pulardas, en el Palau Macaya de Barcelona intelectuales llegados de varios países hablaban de la razón y las emociones en la sociedad, la política, la economía y la religión. El edificio modernista de Puig i Cadafalch del paseo de Sant Joan, en su día hogar de la familia de un carpintero genovés que reparaba buques y llegó a Palamós donde conocería a su esposa, acogió el simposio sobre cómo razón y emociones toman las riendas de nuestras decisiones al comprar, votar o elegir el camino a seguir. Entre los ponentes invitados por Obra Social ‘la Caixa’ y la Fundació Joan Maragall, estuvo la investigadora de la Universidad La Sapienza de Roma, Elettra Stimilli.

Navidad, Reyes..., fiestas de espíritu religioso y cuerpo ateo, de encuentros y ausencias. ¿En qué sustentamos las emociones?

En nuestra época tan dominada por la economía, no reprimimos las emociones, pero las cultivamos en deseos inútiles vinculados a alegrías improvisadas.

¿Por qué depositamos las emociones fuera de nosotros y en cosas materiales?

Porque así evitamos confrontarnos con ellas, una lástima porque solo ellas nos llevan a la verdad y al criterio propio.

Un mundo de emociones globalizadas.

No es casual que el fútbol se haya convertido en un mercado. Es el ejemplo máximo y muy claro de no saber qué hacer con nuestras emociones. Elegimos depositarlas en cosas u objetos que nos darán un placer sí, pero frágil, que finaliza al acabarse el partido o al consumir un producto. Preferimos el placer inmediato que llega de fuera.

¿Qué precio pagamos por no confrontar nuestra propias emociones internas?

Spinoza (filósofo holandés) hablaba de pasiones tristes, las que nacen de resentimiento y frustración, restan potencia a la vida e impactan también sobre el otro.

Las propias emociones tampoco son pilares sólidos. El amor puede ir y venir.

Tener una relación profunda con las emociones significa confrontarse con la caducidad, afrontar la finitud. De ahí que amor y muerte sean clásicos de la filosofía.

¿Cuál es su relación con la muerte?

Soy hija de madre muy católica, tuve una educación religiosa y ya de niña me preguntaba: cómo es posible que Dios, que lo puede todo, haga morir a Cristo. Esa muerte es el ejemplo de finitud, y me interesé por todas las religiones como fenómeno social. La filosofía no me ha dado una respuesta absoluta, pero al preguntarme, he encontrado mi punto de vista y entiendo la caducidad como un recurso y no como peligro. La filosofía absorbe las preguntas de la religión y las reformula a partir de la caducidad humana.

¿La felicidad qué es para usted?

El ejercicio cotidiano de potenciar pasiones positivas, valorar el mundo y la naturaleza como son. No significa conformarse, sino encontrar nuestra perspectiva sobre el mundo. Es urgente cambiar nuestra relación con él y con la naturaleza, crear vínculos de coexistencia y no de sumisión. Es fundamental sentir la igualdad en la diferencia y es urgente valorar toda diferencia como recurso, no como miedo.

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El miedo, esa gran arma política.

Sí, el miedo es el arma política contra el respeto humano, y Europa arma con ese miedo a una derecha que alimenta el populismo. La política juega con las emociones, no con la razón. Occidente tiene una responsabilidad. No puede preservar la tranquilidad de sus países con la actitud de miedo y hostilidad hacia el de fuera. La inmigración no requiere gestión de flujos, sino encontrar formas de coexistencia a partir de personas que ya están aquí. El ejemplo de Riace demuestra que sí hay fórmulas de posible convivencia y beneficio mutuos con respeto humano.