EL RADAR

20-D: Cinismo y déspotas ilustrados

Es difícil explicarle a la ciudadanía por qué intercambiar insultos en televisión sirve para atraer votantes

Tras el "ruiz" se esconde la teoría de que al electorado se le motiva con emociones, no con ideas

La parroquia de un bar de Madrid observa el cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.

La parroquia de un bar de Madrid observa el cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. / SUSANA VERA (REUTERS)

3
Se lee en minutos
Joan Cañete Bayle
Joan Cañete Bayle

Subdirector de EL PERIÓDICO.

Especialista en Internacional, Transformación Digital, Política, Sociedad, Información Local, Análisis de Audiencias

Escribe desde España, Estados Unidos, Israel, Palestina, Oriente Medio

ver +

Resulta difícil explicarle a cualquiera que no viva inmerso en un mundo de spin doctorsencuestas y demás parafernalia sociológica-comunicativa-periodística -propagandística que aparecer en televisión ante millones de personas y dedicarse a intercambiar insultos con el tipo con el cual estás compitiendo en una carrera electoral es la forma más eficaz para que te voten. Que llamar "indecente" o "miserable, mezquino, deleznable", incluso "ruiz" al adversario político es el camino para convencer a los indecisos de que elijan tu papeleta.

Resulta difícil, por tanto, explicarle a aquella parte de la ciudadanía para la que la campaña electoral no es un asunto de sentir los colores de la camiseta sino de elegir entre diferentes visiones del mundo e iniciativas políticas que puedan funcionar, la facilidad con la que los políticos –unos más y mejor que otros, pero es cosa de todos– recurren en sus discursos a la pueril simplificación, a la hipérbole, al improperio, a la descalificación, al conjunto vacío intelectualmente hablando. "Al escucharles (...) pensé por un instante que, sin darme cuenta, había sintonizado aquel canal donde los tertulianos vomitan en vez de hablar", escribió el jubilado Pat Villanueva, solo por citar una de las decenas de opiniones en esta línea que hemos recibido en Entre Todos.

Esta campaña, la que se supone que iba de la nueva y la vieja política, ha tenido su dosis inevitable de juego sucio y discursos (y fotos, y vídeos, y tuits) sonrojantes, por decirlo de forma suave. España no es única en esto: que al electorado no se le convence  (o moviliza, como se dice en el argot) de una forma racional (con propuestas, ideas, apelando al cerebro), sino emocional es una teoría de la comunicación política con largo recorrido y amplia bibliografía. Esta teoría sostiene que un programa político sobre el futuro de las pensiones, por decir algo, no es lo que convence al electorado, sino asuntos como si el candidato cae bien o mal, el color de la corbata, cómo sonríe y si da bien en cámara.

MANIDO ARGUMENTO EN LA DERROTA

El electorado es tratado como una masa casi inerte que funciona por estímulos emocionales: si en el 2000 George W. Bush ganó a Al Gore no fue por el dudoso recuento en Florida y la decisión el Tribunal Supremo de EEUU, sino porque Gore era un tostón con ínfulas intelectuales y Bush un tipo divertido y simpático con el que apetecía irse a tomar una cerveza. El vuelco electoral del 2004 tras el 11-M se dice que fue debido al enfado (una emoción) de la ciudadanía, no al análisis de que un partido que había acometido aquella política comunicativa tras el atentado no era lo que le convenía al país. El factor emocional funciona muy bien para explicar, además, derrotas: es el manido argumento –más usado por la izquierda que por la derecha– de que la gente vota en contra de lo que la racionalmente le conviene (que suelen ser los postulados del perdedor) porque el ganador ha sabido apelar (eufemismo de manipular) sus emociones.

Si al electorado ajeno solo se le convence con emociones, y al propio solo se le moviliza de igual forma, entonces lo del "indecente, miserable, mezquino, deleznable", incluso lo del "ruiz", se entiende: nada mejor que un derroche de (des)calificativos para apelar a las emociones y llenar así el zurrón de votos. El problema es que ello acarrea si no necesariamente una visión sí una praxis cínica de la política. España, en este sentido, es un país muy cínico no solo en su sistema político, sino en el periodístico, académico y empresarial, sectores donde la ilusión suele ser vista con sospecha, donde uno de los peores descalificativos es llamar a alguien naíf, donde el despotismo (ilustrado o no) suele ser la forma habitual de tratar a electores, lectores, audiencia y clientes.

Noticias relacionadas

Algo de esto se dirime también en estas elecciones. En plena tormenta perfecta de crisis, surgió la indignación, y con ella las ganas de saber qué había sucedido para que nos cayera encima esa crisis que para muchos sigue siendo una estafa. A la emoción le siguieron los argumentos políticos, muchos de ellos descalificados como "naífs". El cambio por el que parte de la ciudadanía suspira no es solo de políticas o de siglas; también es de formas, y una de ellas es que la clase política (y periodística) deje de tratar a los ciudadanos como menores de edad. Que una nueva fase adulta ponga fin a tanto cinismo.

Si quieres escribir un artículo sobre este reportaje, puedes hacerlo en Entre TodosEntre Todos