Razones de un tsunami sin fin

El impulso ciudadano ha sido clave en un proceso que no acaba hoy

La ’V’ del pasado Onze de Setembre, a su paso por la plaza de Espanya.

La ’V’ del pasado Onze de Setembre, a su paso por la plaza de Espanya. / ÁLVARO MONGE

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JOAN CAÑETE BAYLE / BARCELONA

En este asunto del proceso soberanista, ni en el orden de los factores se ponen de acuerdo Catalunya y el Madrid oficial y oficialista. Visto desde Catalunya, explicado por casi todos sus partidos políticos, cuantificado por las encuestas, votado en el Parlament, percibido por una gran mayoría de la ciudadanía, analizado por los medios de comunicación, el proceso soberanista es un tsunami que va de abajo hacia arriba, una ola imparable que irrumpió en la Diada del 2012 pero que data de al menos dos años antes, cuando la sentencia del Estatut de junio del 2010, la manifestación de repulsa contra la cual -bajo el lema Som una nació. Nosaltres decidim- fue la primera de las demostraciones de fuerza en la calle que estaban por venir. Bajo este prisma, Artur Mas es un surfero que intentó, aún intenta, navegar la ola (que fuera por convicción, por responsabilidad, por oportunidad o por oportunismo es objeto de más discusión en la arena catalana), una fuerza política y social imposible de cabalgar, que ya le ha ocasionado un batacazo electoral (2012) y lo ha dejado a las puertas de otro con una federación al borde la ruptura, un partido abocado a la refundación y un futuro personal político incierto.

«A la reunión sobre la soberanía fiscal [con Mariano Rajoy] el president Mas no fue solo: tenía detrás todo el apoyo de los catalanes. Gracias, president, por ser valiente, estar al lado del pueblo y hacer frente a Madrid», publicó en una carta del lector el 25 de septiembre del 2012 Judith Martínez, de Barcelona. «Sobre esta ola Mas ha ganado la admiración de muchos pero ha ido perdiendo fuelle electoral porque no es el terreno propio de una fuerza conservadora», escribió esta misma semana Jordi Oriola, realizador audiovisual de Barcelona.

LA CASTA CATALANA  Desde el otro lado, el argumento es otro: esto no es un tsunami, es un suflé («Preparado de manera que quede inflado», según la RAE), una movida, una invención de Mas para perpetuarse en el poder y esconder los recortes que puso en práctica desde que llegó a la Generalitat en el 2010. No existe un movimiento de abajo hacia arriba, sino un desafío en toda regla cocinado por las élites nacionalistas, la casta de Catalunya, en la que los ciudadanos, en el mejor de los casos, han sido manipulados y tratados como tontos útiles, y en el peor se han prestado voluntariamente al envite a través de organizaciones que no representan a Catalunya, sino a los nacionalistas, como la Assemblea Nacional Catalana (ANC). «Repite Artur Mas ese mensaje demagogo de que hay que escuchar al pueblo. Entonces, ¿por qué en décadas de poder de CiU nunca organizó un referéndum legal? (...) La única consulta que permite la casta -aquí el nombre lo clava- que gobierna Catalunya es la que va en su propio beneficio», escribió Teresa Lozano, ama de casa de Tarragona, el 19 de septiembre del 2014.

El del tsunami de abajo hacia arriba es el argumento mayoritario en el discurso público en Catalunya; el del suflé es el predominante en el discurso del Madrid oficial y oficialista y es minoritario en la conversación social catalana, uno dirán que porque esa es la correlación de fuerzas social, otros porque hay una mayoría silenciosa que al parecer persiste en no hacerse oír. Desde la Diada del 2012 (por poner una fecha redonda) hasta este 9-N en que acaba una pantalla (más) del proceso para dar paso a otra, el de la independencia ha sido uno de los tres grandes temas de conversación pública entre la ciudadanía catalana. Es un asunto transversal y tan potente que en muchas ocasiones los otros dos (la crisis, sus causas y sus efectos y la regeneración democrática) se han mezclado con el (mono)tema, capaz de vampirizar todo lo que hay a su alrededor.

REGENERACIÓN  Así, si en el otoño del 2012 una parte importante de la conversación pivotaba alrededor de la necesidad de que el eje soberanista no eclipsara en el debate político al eje social (los efectos de los duros recortes sociales decididos por Mas) en el otoño del 2014 al tsunami no solo no lo ha debilitado la comparecencia de Jordi Pujol en el Parlament, sino que ha crecido con la llegada a sus filas de un importante contingente de ciudadanos hartos del «sistema» que, ante la dificultad de regenerar España, creen que será más sencillo, más factible, regenerar Catalunya partiendo de cero. «La ciudadanía quiere empezar de cero y la única manera de hacerlo es creando un nuevo Estado», escribió Lluïsa García, autónoma de Sabadell, el pasado 2 de octubre.

El de la cuestión social y el de la regeneración, pues, han sido dos temas que se han mezclado estos años con la cuestión soberanista y que son utilizados por igual para posicionarse a favor o en contra de la independencia. Lo cual es un ejemplo (hay muchos más) que muestra que el de la independencia no es ni mucho menos un tema zanjado en la sociedad catalana, los argumentos a favor y en contra son numerosos y, en ocasiones, incluso intercambiables, un mismo razonamiento (por ejemplo, qué es lo mejor para salir de la crisis económica) sirve igual para un roto soberanista que para un descosido unionista.

El de votar, en cambio, pese a que el esperadísimo 9-N no será la consulta prevista, es un tema que parece socialmente cerrado: que es necesario votar -por democracia, por derecho histórico y político, porque Catalunya es una nación, para contarnos y zanjar el tema, para decir no, los motivos son muchos y variados- se antoja como un argumento imbatible en la arena catalana. Cambian las formas (a la brava o a la escocesa) y cambian  las repercusiones (para decidirlo todo, para iniciar un proceso negociador, para ser independientes, para confederarse con España, para quedarse en España y pasar página de una vez), pero las voces que defienden que de una forma u otra y en un momento u otro los catalanes votarán ensordecen a las que esgrimen la soberanía del pueblo español y la legalidad constitucional.

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ILUSIÓN  Este, la reivindicación del derecho a decidir, la exigencia de votar, es uno de los motivos por los que  tanta gente alimenta el tsunami soberanista. De los centenares de cartas que ciudadanos de toda Catalunya han enviado a Entre Todos desde la Diada del 2012 se desprende que es entre las decenas de miles de voces amarillas donde se encuentra la ilusión, la creencia de estar construyendo algo, la sensación de trascendencia histórica en los actos multitudinarios y en las pequeñas aportaciones. En la batalla del ruido, de las cifras, de la ciudadanía que se pronuncia y se manifiesta políticamente y de la variedad de argumentos, el soberanismo gana por goleada de forma tan contundente como se ha adueñado de la calle, una evidencia (el análisis de las causas es otro asunto) que no necesita enfrascarse en pleitos matemáticos sobre cuántas personas caben en un metro cuadrado en movimiento y cuántas en estático.  «El miedo es una de las cosas que tiene más capacidad de movilización para el ser humano, pero nunca podrá igualar al deseo de libertad, la ilusión y la esperanza de un futuro mejor para nuestros hijos», escribió Jordi Rodríguez Cano, informático de Barcelona, el 14 de octubre del 2013.

En despachos y en la calle, en los medios y en las redes, el 9-N se erigió como el espigón donde el tsunami rompería con toda su fuerza. No ha sido así, la consulta se ha convertido en un proceso participativo, y el 9-N, de jalón ha pasado ha ser una etapa (reivindicativa) más del camino hacia Itaca. El 10-N es pasado mañana, y el tsunami, el surfero, sus acompañantes, quienes aspiran a relevarlo y los que levantan diques hace tiempo que piensan más en él que en el 9-N. La ciudadanía que forma el tsunami se dispone a volver a anegar la calle también con el 10-N en perspectiva y de nuevo con un argumento que genera un amplio acuerdo: votar, como sea.  «El 10-N hay que seguir trabajando para poder decidir qué Catalunya queremos. Una vez los catalanes lo hayamos decidido de forma democrática, bienvenidas serán las propuestas», escribió Josep Balsells, funcionario de Barcelona. Sea tsunami, sea suflé, esto no acaba hoy. Justo ahora empieza.