Una única representación

El Cerdà más combativo llega al Palau de la Música de Barcelona: "¡No a los privilegios!"

El Col·legi d'Enginyers de Camins, Ponts i Ports celebra su 50 aniversario con una cantata dedicada al más internacional ingeniero catalán

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Escultura dedicada a Ildefons Cerdà, obra de Jordi Díez, en Centelles, su pueblo natal.

Escultura dedicada a Ildefons Cerdà, obra de Jordi Díez, en Centelles, su pueblo natal. / Jordi Díez

Carles Cols

Carles Cols

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Han comenzado los ensayos de uno de los estrenos más singulares programados esta temporada en el Palau de la Música, una cantata dedicada a Ildefons Cerdà, una obra musicada por Albert Guinovart con textos a cargo de Esteve Miralles. Celebrará así el próximo 9 de mayo su medio siglo de existencia el Col·legi de Camins, Canals i Ports de Catalunya, porque Cerdà, aunque sea cansado insistir en ello, no era arquitecto, era ingeniero.

Y, por encima de ese oficio, un idealista de planteamientos que entonces eran rompedores y que quizá hoy, releída su obra cumbre, ‘Teoría General de la Urbanización’, continuarían causando espanto entre según qué estamentos políticos y económicos. Es solo una cantata, se podrá pensar de entrada, pero visto el libreto de Miralles, que ha trabajado sin condicionantes de ningún tipo, nadie podrá cuestionar que el colegio de los ingenieros le ha puesto agallas a la celebración.

“No a los privilegios”. “La especulación es el monopolio más injustificable y repugnante”. “Viva la libre elección de vivienda”. “Una ciudad no puede ser un convento, ni un cuartel ni una prisión…”. Son solo cuatro brevísimos ejemplos de las líneas de texto de la cantata, en la que las voces del coro irán a cargo del Orfeó Gracienc y la voz de barítono, que hará las veces de Cerdà, será la de Guillet Batllori.

La obra, dirigida por Armand Villén, dará comienzo en el presente, lo que casi de forma inevitable obliga a que uno de los primeros personajes en escena sea una turista de visita en la ciudad, interesada en conocer, cómo no, la obra de Gaudí, Jujol, Domènech i Montaner y Puig i Cadafalch, este último, por cierto, bestia negra de Cerdà, pues cuando este murió en 1871 pidió a un librero que comprara todos los ejemplares de la ‘Teoría General de la Urbanización’ y los destruyera. Alguno, por fortuna, se conservó, pero a día de hoy es un libro imposible de adquirir en las librerías.

El ensanche tal y como lo ideó Cerdà, con la plaza de las Glòries como epicentro de la trama.

El ensanche tal y como lo ideó Cerdà, con la plaza de las Glòries como epicentro de la trama. / .

La cuestión es que esa visitante lo desconoce todo de Cerdà (“¿qué edificios construyó?”, se pregunta muy cándida ella) y esa es la excusa para presentar de nuevo en pleno siglo XXI quién fue aquel personaje, padre de la Barcelona más allá de las murallas, algo que es fácil de decir, pero que supuso un colosal esfuerzo llevar a cabo, sobre todo en lo personal.

Antes de que las murallas fueran derribadas, la densidad de población en Barcelona era de unos 900 habitantes por hectárea, una cifra sin igual entonces en Europa, una proporción que queda claro lo excesiva que era si se compara, por ejemplo, con la del Eixample en este 2024, que aunque es aún de las más altas del continente, no supera los 360 habitantes por hectárea.

El Cerdà que reivindica e Col·legi d’Enginyers con esta obra es el de un hombre coherente con su época y, a la par, adelantado a ella. Fue un tiempo, según se mire, emocionante y literalmente fantástico. Cerdà conocía a Narcís Monturiol, otro ingeniero, que en su caso, como es sabido, dejó como herencia un libro de título cautivador, ‘Ensayo sobre el arte de navegar por debajo del agua’. Conoció también a Ferdinand de Lesseps, otro audaz, en su caso alguien capaz de abrir un canal navegable entre el Mediterráneo y el Índico.

Pablo Larraz, director del Orfeó Gracienc, el compositor Albert Guinovart y el poeta Esteve Miralles, en el Palau de la Música.

Pablo Larraz, director del Orfeó Gracienc, el compositor Albert Guinovart y el poeta Esteve Miralles, en el Palau de la Música. / Anna Puit

Con amistades así, se comprende que decidiera él también pensar en grande y, además, hacerlo influido por las corrientes del socialismo utópico, a través de la lectura de un libro referencial entonces, ‘El viaje a Icaria’, de Étienne Cabet. Cerdà se propuso dos cosas, una, escribir la historia del urbanismo desde tiempos de la Edad de Piedra como si de la evolución de las especies de Darwin se tratara (parte del libreto de la cantata surge de esa obra) y, dos, pasar a la acción, proponer una alternativa de construcción de Eixample en la que todas las clases sociales vivieran en igualdad de condiciones. Dijo en una ocasión Le Corbusier, muchos años más tarde, que una casa es una máquina que se habita. Algo parecido inspiró a Cerdà a mediados del siglo XIX, pero con más ambición aún. Una ciudad es una máquina que se habita. El problema es que muy pronto hubo intervenciones externas e interesadas que alteraron los engranajes con los que tenía que funcionar a la perfección.

Los miembros del coro del Orfeó Gracienc ensayan bajo la dirección de Pablo Larranz y en presencia de Albert Guinovart.

Los miembros del coro del Orfeó Gracienc ensayan bajo la dirección de Pablo Larranz y en presencia de Albert Guinovart. / C. C.

Los protagonistas de la obra terminan, por supuesto, maravillados ante todo lo que terminan por descubrir y enojados por lo que estaba previsto y no pudo ser. No solo el proyecto original no fue respetado en cuanto a alturas de las fincas y zonas verdes interiores, sino que el crecimiento de la ciudad sin distinción de clases tampoco fue aceptado. Los barrios situados hacia poniente tuvieron que cargar con todo aquello que la señorial zona de levante, la actual Dreta de l’Eixample, no estaba dispuesta a aceptar, como la cárcel Modelo, el Hospital Clínic y el matadero municipal.

El día 9 de mayo, en resumen, se celebrará, con una única representación, ‘Cerdà, la força de la civilització’, una idea que nació hace ya muchos años en una conversación entre dos ingenieros, Albert Serratosa y Josep Espinet, y que finalmente se ha hecho realidad con Pere Calvet como decano del colegio, bajo cuyo mandato se ha impulsado también que al menos una placa recuerde dónde vivió Cerdà.

La cantata llega además en un momento muy oportuno, tras un debate en ocasiones agrio sobre si las últimas reformas urbanísticas llevadas a cabo en el Eixample, vamos, los ejes verdes, han pervertido el legado de Cerdà, como si este no hubiera 100 veces más mancillado con anterioridad. En realidad, Barcelona ha presumido poco a lo largo de su historia de la figura de Cerdà. Hay un detalle menor pero muy curioso que lo constata en el propio libreto de la cantata. Es la portada. En ella aparece la escultura de acero inoxidable que en su Centelles natal le erigieron hace 14 años al ingeniero en mitad de una rotonda. Era imposible elegir para esa imagen la escultura que Barcelona le ha dedicado a sus calles. No la hay.