Talleres insólitos

Bordar fotos: la Casa Elizalde da una vida al álbum de recuerdos de Barcelona

Encants, la necrópolis de los negativos

Las manos de Elena Fuentes, con la foto del díptico de los talleres de la Casa Elizalde.

Las manos de Elena Fuentes, con la foto del díptico de los talleres de la Casa Elizalde. / JORDI COTRINA

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Nació en 2011 en la Casa Elizalde (València, 302) el proyecto Finestres de la Memòria, una idea formidable, un plan para que de forma colectiva los vecinos del Eixample confeccionaran un álbum de fotos de la ciudad. Ya son más de 3.500, tal vez 3.800, las imágenes compartidas, todas ellas visitables a través de internet, un tesoro documental valiosísimo del que sería un error pensar que lo único que se puede esperar de él ya es que crezca en número de archivos almacenados. Todo lo contrario. Ha programado para la próxima semana la Casa Elizalde un taller de bordado sobre fotografías, que dicho así parecerá algo insólito, una rareza desconcertante, pero el caso es que ya no quedan plazas.

Imparte las clases Elena Fuentes, nieta de un sastre y una bordadora y, sin embargo, periodista de profesión, pero que durante la pandemia descubrió el mundo que habita tras esa singular idea de unir dos técnicas tan distantes como son la fotografía y el bordado, en especial la segunda, que parecerá un entretenimiento indisociables de lo que antes se llamaban las tareas del hogar, o sea, de mujer, pero con la que se han protagonizado incluso grandes momentos de la historia.

Fue, sobre todo, durante la Segunda Guerra Mundial. La fama, si de transmitir mensajes en clave se trataba, se la ha llevado casi siempre la máquina Enigma, pero un ejército de bordadoras, del lado de los aliados, hicieron también lo suyo. Con el tipo de punto que empleaban era posible enviar al frente, con aspecto de calcetín o de gorro de lana, complejos mensajes en morse. Famosas fueron también las bordadoras belgas que durante la ocupación nazi daban precisa cuenta de los movimientos ferroviarios en las estaciones de tren. Cada vez que salía un convoy, cambiaban de punto de cadeneta a cruz o anudado, lo que fuera, y su labor de espías era así indetectable.

Elena Fuentes, con su arsenal de trabajo, en la Casa Elizalde.

Elena Fuentes, con su arsenal de trabajo, en la Casa Elizalde. / JORDI COTRINA

Son ahora, no obstante, tiempos de paz y lo que la Casa Elizalde ha organizado es un taller que explora los límites de la creatividad. La idea es simple. Todo consiste en tomar una fotografía antigua, mejor una inspiradora para quien vaya a realizar la labor, por ejemplo, una de aquellas que se atesoran en un cajón en casa, y literalmente bordar sobre ella. Bueno, en realidad, no se hace sobre el original, sino sobre una copia de esa fotografía añeja.

No por nada, otro de los talleres de la Casa Elizalde que estos días se lleva a cabo está consagrado a la técnica de la transferencia de fotografías, otra artesanía bien curiosa, con la que Marta Fàbregas, la profesora en este caso, enseña a trasladar el alma de una imagen a otra superficie, madera o papel de acuarela, preferentemente, de un modo en que la copia, por sus defectos, adquiere una pátina de pieza única.

La cuestión, queda claro, es tener a mano una fotografía, y, en este sentido, Fuentes confiesa en que ella se ha alistado en esa expedición de ‘arqueólogos’ que cuando lo necesitan se adentran en ese gigantesco yacimiento de negativos y positivos que son los Encants. Sabido era, hasta ahora, de la afición de aquellos que van a ese mercado de lo viejo, compran negativos a peso y se dan el gran placer después de revelarlos y llevarse grandes sorpresas. También era conocido que hay quien busca positivos para hacer crecer sus colecciones particulares, por ejemplo, de coches de época. O lo que compran fotos ajenas para colorearlas o montar estupendos ‘collages’.

Toca apuntar a esa lista, ahora, a los bordadores de fotos. Como Fuentes, que admite que tiene su qué hipnótico pasar horas, aguja e hilo en mano, cara a cara con, por ejemplo, un retrato familiar de decenas de años de antigüedad sin llegar a saber quiénes son esas personas a las que, al final, hasta cree conocer.