Cuatro meses de obras

El Eixample remoza los jardines de la mujer que alzó el vuelo de Elizalde SA

Carme Biada dirigió las riendas de la empresa durante 24 años tras fallecer su su marido y, con él, una obsesión con unos coches tan formidables como ruinosos

A1-160184430.jpg

A1-160184430.jpg / JORDI OTIX

Carles Cols

Carles Cols

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Comienzan este lunes las obras de remozado del interior de manzana Carme Biada, que mucha falta le hace aunque sea tan joven. Se recuperó aquel espacio en 2007, solo tiene 16 años, pero por varios imprevistos su deterioro es más que notable. Los 204.000 euros que costarán las obras de mejora se podría decir incluso que son para una emergencia, porque ese interior de manzana alberga un una guardería infantil. No es, según se mire, muy educativo cruzar cada día esa degradación para ir a clase y después a casa. Pero la inversión prevista y los cuatro meses que durarán las obras servirán también para algo tanto o más imprescindible, restaurar el homenaje que se pretendía cuando se dedicó el jardín a Carme Biada, una mujer con cuya biografía se podría construir una gran novela sobre Barcelona.

Los jardines Carme Biada puede que estén entre los menos conocidos de la ciudad, eso a pesar de que están en pleno Eixample. Literalmente se esconden tras las fincas de la manzana que delimitan las calles de Roger de Llúria, Còrsega, Bruc y Rosselló. El pasaje de acceso es tan estrecho que pasa inadvertido. A finales de agosto, cuando terminen los trabajos, será más verde, tendrá una renovada zona de juego infantil y (a ver por cuánto tiempo) los muros estarán libres de grafitis. Eso, sin embargo, es simple albañilería, jardinería y pintura. La oportunidad que se brinda con estas obras es, sobre todo, la de revisitar la vida de Biada, injustamente tan desconocida como ese interior de manzana.

Los jardines, en 2008, prácticamente tal cual como eran tras su inauguración.

Los jardines, en 2008, prácticamente tal cual como eran tras su inauguración. / GUILLERMO MOLINER

La peor de las maneras de rememorar quién fue Biada es fijarse en quién fue su bisabuelo, Miquel Biada, promotor de la primera línea de ferrocarril de la península, y añadir después quién fue su marido, Arturo Elizalde, miembro de una saga familiar que huyó de Francia tras la revolución Francesa, que hizo fortuna en Cuba con un ingenio azucarero, que abandonó la isla cuando comenzó a ser insegura, y que terminó por recalar en París. Es, lo dicho, la peor de las maneras, porque parece que relativiza su figura, pero resulta imprescindible para que al final emerja como un géiser la verdadera y potente personalidad de Carmen Biada.

Los jardines de Carme Biada, pasados solo 16 años de su inauguración.

Los jardines de Carme Biada, pasados solo 16 años de su inauguración. / JORDI OTIX

Del bisabuelo Biada se supone que inevitablemente se hablaría en los almuerzos familiares generación tras generación, pues aquel hombre fue testigo de la llegada del tren a Cuba, en 1836, entonces boyante colonia española, mucho más rica incluso que la propia metrópoli, y la leyenda asegura que se apostó 10.000 pesos a que era capaz de regresar a España y en menos de cuatro años construir una línea de tren entre Barcelona y su Mataró natal. No cumplió con los plazos, pero si con la meta. Se inauguró aquella línea en octubre de 1848. Lo triste fue que falleció medio año antes de que la locomotora hiciera el primer viaje.

Del que terminaría por ser su marido, Arturo Elizalde, también merece la pena esbozar cómo llegó a ser quien llegó a ser. Es cierto que nació en el seno de una familia adinerada, eso siempre es una ventaja, pero su educación no fue una de aquellas que cualquiera superaría con nota. Fue instruido por profesores particulares, en muchos casos catedráticos, en matemáticas, física, química y mecánica. Fue en la Exposición Universal de París de 1889 donde conoció a Carme y, al parecer, más que la arquitectura de hierro de Eiffel, símbolo indiscutible de aquella cita internacional, lo que en realidad fascinó a Elizalde fue la entonces incipiente industria de la automoción. Cinco años después se casaron y el lugar eligieron para fundar su propia fábrica de coches fue, por ella, Barcelona.

Los Elizalde fueron vehículos legendarios, en parte por las carrocerías señoriales o deportivas (según el encargo) que montaba la saga de los Molist. Eran obras de artesanía como hoy lo pueden ser los modelos exclusivos de alta gama de ediciones limitadísimas. La primera unidad salió de fábrica, que estaba en la calle de Rosselló con paseo de Sant Joan, en 1914. Solo seis años más tarde Elizalde sorprendió a media Europa con el Tipo 48, un automóvil literalmente colosal, con un innovador motor de aluminio de ocho cilindros en línea y, sobre todo, dos culatas de bronce, un material inédito para esa pieza, su ingrediente secreto para ganar competiciones de velocidad, según se decía.

Elizalde Tipo 48, en una foto del catálogo original de la empresa.

Elizalde Tipo 48, en una foto del catálogo original de la empresa. /

Los coches Elizalde eran envidiables pero, ¡ay!, también ruinosos tal vez solo cinco unidades del Tipo 48 salieron a la carretera, así que cuando en 1925, prematuramente, Arturo murió durante un viaje a París, Carme, más que tomar el relevo a las riendas de la empresa y proseguir el camino, la redirigió a nuevos campos. Si su bisabuelo fue un pionero del transporte ferroviario, ella lo sería de la aviación. Quemó en una pira todo cuanto tuviera que ver con la fabricación de aquellos coches y reorganizó la fábrica para que produjera motores de avión.

Carme Biada

Los jardines que ahora se remozarán no llevan su nombre solo porque durante 24 años presidiera una empresa puntera en tiempos en los que las mujeres no ocupaban puesto de dirección, sino por su otra gran faceta. En ausencia de nada parecido a una Seguridad Social que se hiciera cargo de los empleados de la fábrica cuando estaban enfermos ellos o sus familiares, montó la suya propia, y fue más allá cuando fundó una escuela de formación profesional en la que los alumnos no solo recibían clases de especialización técnica, sino también de ética y humanidades.

Visto así, son 204.000 euros, los de las obras, más que bien invertidos necesarios.