Adrenalina en BCNegra

Ruta por la Barcelona de los espías... ¡en compañía del yerno de un torturador!

Dieciséis espías en Barcelona y, casi, Mata Hari

132 años de tribulaciones chinas en Barcelona

Roser Messa sostiene unas fotos del temible Brabo Portillo en vida y recién asesinado, en compañía de Arturo Daussá.

Roser Messa sostiene unas fotos del temible Brabo Portillo en vida y recién asesinado, en compañía de Arturo Daussá. / JORDI OTIX

Carles Cols

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Cumple 19 años BCNegra, la cita invernal de Barcelona con la literatura a propósito de la inclinación humana por el crimen y han sido estas casi dos décadas de creciente éxito totalmente incruentas, vamos sin un homicidio real que los autores y los lectores de estas obras tuvieran la posibilidad de resolver. Ese demérito, y que Raymond Chandler nos disculpe desde el más allá, debe ser un motivo de gran satisfacción para los organizadores, pero, honestamente, nunca está de más un poco de rocanrol, un imprevisto que acelere las pulsaciones, esa adrenalina que se le supone a los protagonistas de las novelas de este género. De la mano de la escritora Roser Messa, aleluya, acaba de suceder. A propuesta de la red de bibliotecas municipales, aceptó Messa organizar una ruta a pie de calle por la Barcelona de los espías, pues es autora de un libro sobre la materia. Hasta aquí, todo en orden. La sorpresa, incuestionablemente mayúscula, ha sido que entre quienes se apuntaron a esta actividad estaba nada menos que un barcelonés emparentado con dos personajes terribles y temibles de la historia de la ciudad, acreditados asesinos y torturadores, espías a ratos, Manuel Brabo Portillo (1876-1919) y su hijo, no menos cruel, Manuel Brabo Montero (1904-1973).

El sombrero (siempre lo lleva) le concedía a Arturo Daussá, yerno de Brabo Montero, un cierto aire de misterio mientras el grupo, de una treintena de personas, atendía a las explicaciones de Messa. Ha sido tras dejar atrás Poble-sec y cruzar Sant Antoni, y nada más llegar a la plaza del Pes de la Palla, cuando la guía ha hecho las presentaciones. “Este hombre está emparentado con los Brabo”, ha dicho ella. “Unos hache de pe”, ha puntualizado él, antes de que hubiera malentendidos. Por asombro o por prudencia, no se han levantado las manos para abrir un turno de preguntas, que podrían ser muchas. A lo sumo, una señora ha necesitado que le tradujeran esa expresión, que al parecer desconocía. “¿Hache de pe?”.

Las biografías de Brabo Portillo y de su hijo, Brabo Montero, aunque con imprecisiones, como, por ejemplo, la mala grafía de su apellido, nunca Bravo, es bastante conocida. El primero fue un corruptísimo jefe de la policía de Barcelona que durante la Primer Guerra Mundial se permitía vivir en un señorial piso del paseo de Gràcia porque los alemanes le pagaban un buen sueldo por cualquier buena información que les permitiera decantar la guerra. Cosas como qué empresarios, pongamos por caso, proveían de material a las tropas inglesas y francesas. Pero por lo que realmente era temido Bravo Portillo en Barcelona es porque fue el brazo ejecutor con el que la burguesía catalana con fábricas en la ciudad decidió ir a la guerra contra el potente movimiento sindical anarquista.

Manuel Brabo Portillo yace  muerto tras ser ejecutado en una emboscada anarquista.

Manuel Brabo Portillo yace muerto tras ser ejecutado en una emboscada anarquista. / ,

Brabo Portillo fundó la llamada Banda Negra, capaces, en el menor de sus encargos, de reventar huelgas y, en el peor, de 'balasear' a dirigentes de la CNT. De la Barcelona del pistolerismo mucho se ha escrito. Lo que aquí viene al caso es que Brabo Portillo, un día que iba a casa de su amante, cayó en una emboscada y dejó huérfano de padre a un aún adolescente Manuel Brabo Montero, que hizo carrera militar en compañía de Francisco Franco y que, se supone que por tradición familiar, era también un tipo imperturbable a hora de torturar y, si era necesario, ejecutar al enemigo. Lo hizo durante la posguerra española en Asturias y en Barcelona, pero en una ocasión se ensañó con una víctima equivocada, un triple agente, entre otras cosas al servicio de la Gestapo, y eso fue su perdición.

Lo dicho, nadie en la excursión que capitaneaba Messa ha decidido que los focos, ya puestos, mejor que enfocaran a Daussá, escritor, por cierto, de una prolija colección de libros de novela negra, pero para esto están a veces los diarios. Para dar ese paso.

La pregunta más inevitable son varias a la vez. Cómo, cuándo y por qué se emparentó con esa familia (por amor, eso ya se puede ir respondiendo) y, sobre todo, cuándo supo quién era aquel hombre que acompañó a su hija al pie del altar.

Explica Daussá, primero, algo que no debe olvidarse, que en los años 60, cuando él conoció a la que sería su esposa, no solo no había una Wikipedia o un Instagram en los que ir a echar un vistazo, sino que en este país cada familia, sobre todo las de los que consideraban que habían perdido la guerra, practicaban una suerte de ‘omertá que permitía que historias como las de los Brabo hubieran caído prácticamente en el olvido.

La ruta de los espías, en la plaza del Pes de la Palla.

La ruta de los espías, en la plaza del Pes de la Palla. / JORDI OTIX

Tardó un tiempo, pero terminó por montar Daussá el puzle de quién era su suegro. Pero por encima de todo era el padre de su pareja, así que no debería extrañar que, pese a asomarse al horror de su etapa como siniestro guardia civil, llegada la necesidad fuera el encargado en la familia de llevarle ayuda a Andorra, cuando se refugió allí, y fuera después quien se responsabilizó de repatriar el cadáver cuando murió en Chipre, “no envenenado, como dicen por ahí”, pero sí en brazos de lo que entonces se conocía como “una querida”.

Los Brabo, en cualquier caso, son solo un peldaño en la larga escalinata que en esta ciudad se puede descender si uno desea adentrarse en las profundidades de sus historias de espías. Con casos luminosos, como el Joan Pujol ‘Garbo’, un doble agente que riéte tú de cualquiera de los de las novelas de John Le Carré, pero sobre todo con personajes sórdidos que, a fin de cuentas, no hacen más que subrayar cuán extraña puede ser a veces esta ciudad. A la muerte de Brabo Portillo, aquella Banda Negra de matones quedó en manos de Friedrich-Rudolf Stallmann, un alemán que llegó a Barcelona huyendo de las estafas que había dejado atrás y que se presentó en sociedad presumiendo de un título nobiliario del que en realidad carecía. Barón de König, se hacía llamar. La cuestión es que aquel tipo sin escrúpulos vio en la violencia un lucrativo negocio y abrió en el 84 de la Rambla una agencia de detectives que, en realidad, no era más que una oficina en la que podía encargarse, chequera en mano, una paliza o un asesinato.

Aquel falso barón sirvió de inspiración a Eduardo Mendoza para dar vida a uno de sus personajes de ‘La verdad del caso Savolta’. En realidad podría hacerse lo mismo con cualquiera de esos espías citados por Messa en su ruta de BCNegra, porque para bien o para mal, son inspiradores. Habrá que confiar en que Daussá dé un día también ese paso, porque, aunque prefiere callar, tiene un filón de oro en su memoria.

(Para más detalles sobre los Brabo y otros hache de pe, quedan invitados, si les parece bien, a las semanales ‘newsletters’ del Eixample. La próxima, cómo no, tal vez se titulará ‘Mi suegro, el torturador’).