Recelo vecinal

La 'guerra de las terrazas' de Enric Granados entra en hibernación con leves síntoma de mejora

Barcelona suspende las restricciones a las terrazas y los colmados de Ciutat Vella

Más vigilancia, más limpieza y más inspecciones en Enric Granados

El ruido tensiona Enric Granados: 1.695 vecinos, 1.324 sillas

La calle de Enric Granados, con las terrazas a medio gas por el frío.

La calle de Enric Granados, con las terrazas a medio gas por el frío. / JORDI OTIX

Carles Cols

Carles Cols

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Ha entrado Enric Granados en modo hibernación, o sea, los vecinos duermen con las ventanas cerradas. Y las terrazas, con las temperaturas a la baja, tienen mucho menos imán. Lo importante no es cómo esa calle, una de las principales trincheras del frente de batalla entre el derecho a descansar y el propósito de hacer negocio, entra en la osera para pasar el invierno, sino cómo se levanta. Y en este sentido, admiten los portavoces vecinales, hay minúsculos indicios de que la próxima primavera puede ser más plácida que la anterior.

Se han retirado tres terrazas de la calzada, territorio ganado durante la pandemia, y en algún caso se ha corregido a la baja el número de mesas que algún establecimiento tiene en la acera, explica Jordi Badia, una de las voces más ponderadas del bando vecinal. No todo, sin embargo, son buenas noticias. La calle y sus alrededores están literalmente que arden.

Antes de dar la vuelta a la moneda y ver su reverso, mejor mencionar otro aspecto más de lo positivo. El distrito prometió el pasado julio baldeos nocturnos extraordinarios, no solo con el propósito de limpiar la calle, sino también porque el paso de los equipos municipales, acompañados por la Guardia Urbana si fuera necesario, sería una manera de subrayar a los noctámbulos que la fiesta en la calle tocaba a su fin. Los baldeos se mantienen, dicen casi sorprendidos los vecinos, pues después de casi 30 años de guerra las promesas incumplidas han sido tantas que el recelo forma parte ya del carácter local.

Dos fuegos en el mismo local

La situación, con todo, está en ocasiones incandescente y, lo dicho antes, de forma literal. Dos veces en seis meses han tenido que moverse hasta la zona los bomberos de la ciudad para apagar las llamas en las cocinas de un negocio de la calle de Enric Granados. La última moda en la zona son las brasas. Un local literalmente arde y, cerca, otro en su publicidad presume precisamente de ser un infierno. Pretenden ser la versión barcelonesa de esa excentricidad geológica de Turkmenistán llamada el Pozo de Darvazá. En 1971, algo salió mal cuando un grupo de ingenieros andaba en busca de yacimientos de gas en el desierto de Karakum. El suelo se hundió bajo sus pies y se abrió un cráter del tamaño de una manzana del Eixample. De inmediato comenzó a arder. Será cosa de unos días, dijeron los ingenieros. Pasado medio siglo, sigue en llamas. Hasta es una atracción turística. Como Enric Granados.

Que en medio año hayan llegado los bomberos con sus sirenas no significa que la emergencia haya sido grave, pero lo cierto es que la presencia de los servicios de extinción ha sido requerida. El humo se coló en algunos pisos. Lo grave, desde la perspectiva de los vecinos, es que negocios como estos se hayan sumado a la ya sobresaturada oferta de la zona, no por el tipo de cocina que ofertan, sino por lo que, por ejemplo, en el infernal, sucede cuando los camareros recogen los platos de los postres. Es la hora de entrada en escena de un pinchadiscos (un DJ, dirán los que crean que esa es una expresión ‘boomer’; un PD, dice la adolescencia que ahora sube) y a la conversión del restaurante en un local de copas.

Miran de reojo a Ciutat Vella

Con todo, ese infierno de Mallorca no es lo que más le quita el sueño a los residentes de Enric Granados. Les inquieta en primer lugar lo cercano, es decir, la persistencia con la que el cruce con la calle de Provença continúa siendo un foco de ruido. Pero les preocupan más las señales de humo que ven alzarse si miran al este. Son de Ciutat Vella, donde por defectos de forma (ese es el motivo aducido por los responsables municipales) se han levantado las restricción horarias que pesaban sobre las terrazas y los colmados del centro histórico de la ciudad, con la promesa de iniciar de cero otro plan contra el ruido. Los vecinos de esta calle del Eixample desean confiar en que aquello no sea un síntoma de laxitud. Prefieren quedarse con los pequeños indicios que apuntan que, tras la actual hibernación, la situación mejorará. E invitan al concejal del distrito, Jordi Valls, a no desaprovechar esta oportunidad.