El gran festival de la arquitectura

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El Palau Montaner, tan céntrico y tan desconocido.

El Palau Montaner, tan céntrico y tan desconocido. / JORDI COTRINA

Carles Cols

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Regresa este fin de semana el festival 48H Open House de Barcelona y la opción más común entre las decenas de miles de visitantes suele ser dejarse llevar por sus gustos arquitectónicos o simplemente que a sus pies los guíe la curiosidad. Hay otra opción, visitar para después tomar partido en debates vecinales aún no resueltos, como el futuro del Taller Masriera, Bailèn 70, un edificio tan excéntrico que no tiene igual en toda la ciudad y que, ahora que es de propiedad municipal, es el centro de una irreconciliable discusión entre quienes pretenden que vuelva a ser lo que durante un tiempo fue, un teatro de aficionados y de profesionales, y quienes, como su dueño, el Ayuntamiento de Barcelona, desea, que sea el nuevo hogar de la Biblioteca Sofia Barat. La visita al Taller Masriera, imposible el resto del año, es una oportunidad para tomar partido.

El Taller Masriera no se edificó en 1882 como teatro. Ni siquiera tenía su configuración actual. Los hermanos Masriera, José y Francisco, le encargaron al arquitecto José Vilaseca (autor, entre otras obras, del Arc del Triomf) que levantara en aquel solar prácticamente una templo romano dedicado a un revivido emperador Augusto, como el que 2.000 años antes ya existió en Barcelona y del que solo quedan tres columnas en la calle Paradís, y que, por cierto, a punto estuvieron de terminar en una finca particular de Canet de Mar porque las compró a precio de saldo un familiar de Lluís Domènech i Montaner. En su origen, al templo de Bailèn se le podía rodear con un breve paseo y su interior no estaba consagrado a otro culto que no fuera el de la pintura, la escultura y la orfebrería.

El Taller Masriera, tal y como nació, sin añadidos arquitectónicos.

Fue a partir de 1913 cuando comenzaron a añadirse otros elementos arquitectónicos a la obra original de Vilaseca y fueron esas ampliaciones las que permitieron otros usos, el más recordado de todos, el teatral, adoptado en 1932, durante la Segunda República, y que se mantuvo hasta los años 50. Era un escenario de voluntariosos aficionados, que hasta llegó a visitar, entusiasmado, Federico García Lorca, pero es menos conocido que también fue una sala, Teatro Studium, en la que actuaron compañías internacionales. Una posterior etapa como sede de una congregación religiosa apagó todas aquellas luces.

El Taller Masriera, en el 70 de la calle de Bailén.

El Taller Masriera, en el 70 de la calle de Bailén. / Joan Puig

El edificio pasó a ser solo una rareza arquitectónica en la que era imposible no fijarse, pero también lo era entrar. Lo Interesante es que aquella congregación apenas alteró el interior y la sala se conserva casi tal cual era. La pregunta hoy no es si arquitectónicamente es posible recuperar ese uso, sino si, como afirma la Asociación de Vecinos de la Dreta del Eixample, hay suficiente afición en el barrio para llevar a escena una programación de obras a las que responda el público.

Escenario del antiguo teatro Studium, anteriormente taller Masriera, en el número 72 de la calle Bailén.

Escenario del antiguo teatro Studium, anteriormente taller Masriera, en el número 72 de la calle Bailén. / JORDI COTRINA

Quienes visiten el Taller Masriera gracias al Open House (el sábado, de 10 a 19 horas) pueden imaginarlo como renacido Teatro Studium o, como sugieren los responsables municipales, como nuevo hogar de la Biblioteca Sofia Barat, que actualmente tiene su sede a solo una calle de distancia, en un interior de manzana al que se accede por la calle de Girona. A la biblioteca le conviene crecer porque este es un tipo de equipamiento notablemente exitoso en la ciudad, pero, sobre todo, pesa mucho ahora lo conseguido con la Biblioteca Gabriel García Márquez, de Sant Martí, premiada internacionalmente por su originalidad. Repetir la fórmula con esa augusta arquitectura del templo, parece también tentador.

La visita del Taller Masriera durante el festival Open House no requiere reserva previa. Si es necesaria esa reserva para entrar en el Palau Montaner, que aunque cogida por los pelos, guarda una relación mínima con el debate sobre el futuro del Taller Masriera.

El Palau Montaner es la actual sede de la Delegación del Gobierno, la esquina de las calles de Roger de Llúria y Mallorca que hasta hace pocos días permanecía aún protegida con vallas, una medida a la que se ha puesto fin casi que podría decirse que simbólicamente, como punto final de los años más calientes del ‘procés’. Construido en primera instancia por Josep Domènech i Estapà y mejorado después por Lluís Domènech i Montaner, la finca es una más de esas joyas del modernismo que no pueden ser visitadas porque su actual uso lo impide. La cuestión es que de manera muy informal se planteó durante el anterior mandato municipal que el delegado del Gobierno en Catalunya regrese a medio plazo a la que fue tradicionalmente su sede, en el paseo de Isabel II, junto a la Estació de França. La antigua aduana de Barcelona, más conocida por todos los de una cierta edad como el Gobierno Civil, podría ser la solución para que el Palau Montaner pasara de algún modo a ser un edificio de propiedad municipal y, tal y como imaginan algunos vecinos de la Dreta del Eixample, la nueva biblioteca Sofia Barat. Es una posibilidad muy remota, pero de nuevo Open House invita a soñar.

Turistas en el lateral del paseo de Gracia frente a la Casa Lleó Morera

Turistas en el lateral del paseo de Gracia frente a la Casa Lleó Morera / JORDI COTRINA

Sin salir de la Dreta del Eixample, en la programación del festival hay (aunque las 1.056 entradas disponibles se agotaron en 10 minutos) una tercera visita que encajaría a la perfección en lo propuesto en la primeras líneas de este texto, es decir, visitar para opinar. Es la Casa Lleó Morera, en el imaginario popular el edificio que ocupa el tercer escalón del podio de la llamada Manzana de la Discordia, porque el primero y el segundo corresponde a la gaudiniana Casa Batlló y el segundo, a la Casa Amatller de Josep Puig i Cadfalch. Tal vez ese reparto de medalla es injusto, porque la finca de Lleó Morera no solo lleva la firma de Lluís Domènech i Montaner, sino que en ella trabajaron durante su construcción una cuarentena de los mejores artesanos de la época. Esa suma de talentos es la que convierte la Casa Lleó Morera en un ‘ochomil’ del modernismo. La pregunta, en su caso, es si debería ser un producto turístico más de la ciudad, o sea, visitable, o es mejor desistir en ese intento porque la experiencia demuestra que solo la firma de Gaudí garantiza las ganancias en esta ciudad si de modernismo se trata.