Inversión en un interior de manzana

Biada, la mujer que quemó un capítulo de la historia del Eixample

El remozado de los jardines dedicados a la empresaria Carme Biada brindan la ocasión de rescatar un suceso legendario y olvidado

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A1-160184428.jpg / JORDI OTIX

Carles Cols

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Con IVA incluido, antes de fin de año se van a destinar 225.570 euros a rescatar de la podredumbre un interior de manzana del Eixample inaugurado en realidad no hace tanto, en 2007. El tiempo y otras circunstancias lo han maltrecho más de lo previsto. Tiene solo 15 años y parece que sean 100. Son los jardines de Carme Biada, un interior de manzana encajado entre las calles de Roger de Llúria, Còrsega, Bruc y Rosselló, un espacio al que se puede acceder desde dos entradas distintas pero que, tal y como está, poco apetece hacerlo. Es interesante explorar las causas de ese deterioro, pero mucho más lo es aún repescar una historia que muy pocos conocen sobre la señora Biada, así que a continuación se contarán las dos cosas en una única croniquilla.

Primero, lo sencillo de contar, es decir, por qué hay que remozar un espacio de tan reciente creación. La cosa no tiene mucho recorrido. Tras el estreno del interior de manzana, se decidió pegarle un mordisco al espacio disponible para construir ahí una guardería infantil, la Casa dels Nens. Se desdibujó así el diseño original y, en la operación se perdieron parte de los elementos lúdicos de la zona. Los que sí fueron respetados en ese recorte no lo fueron, con el paso del tiempo, por parte de algunos de los usuarios más incívicos del lugar. Más verde, nuevo mobiliarios urbano, pintura más alegre, zona de juego infantil acorde con la edad de los niños de la guardería… En eso se irán los 225.570 euros, IVA incluido.

El interior de manzana de Carme Biada, tal y como lo imaginan los autores del proyecto.

El interior de manzana de Carme Biada, tal y como lo imaginan los autores del proyecto. /

Las obras comenzarán a finales de 2022 y en cuatro meses deberían estar listas, más o menos el mismo calendario de otro interior de manzana, la Torre de les Aigües, que será parcialmente arreglado porque llegar con él a las elecciones tal y como está sería inadecuado.

Dicho todo esto, lo realmente jugoso es Carme Biada. Para una mujer que tiene un lugar en el nomenclátor de la ciudad y que no es un personaje de ficción, como lo son las santas, nada mejor que, de vez en cuando, subrayar quién fue y qué hizo, con gran teatralidad, en 1927.

Fue, como se verá, mucho más que la esposa de Arturo Elizalde, otro gran personaje de la historia de Barcelona. Ella, Carme, era bisnieta de Miquel Biada, el catalán que en 1848 unió Barcelona y Mataró (su pueblo natal) con la primera línea de ferrocarril de la península. Vamos, que a Carme Biada la ingeniería le corría por las venas. No era, como demostró con el tiempo, simplemente la señora de…

Se desposó en 1894 con Arturo Elizalde, el prototipo de indiano con el que mejor le hubiera ido a Barcelona, la antítesis de un rentista, atípico como pocos, tanto que no forma parte en realidad de la familia indiana de la ciudad. Nacido en Cuba, recibió una exquisita formación académica en París, sobre todo en el campo de las ciencias y, al final recaló en Barcelona por amor a Carme, donde fundó su empresa de automoción.

Una pareja  contempla una de las paredes del jardín, que desde luego vivió mejores tiempos.

Una pareja contempla una de las paredes del jardín, que desde luego vivió mejores tiempos. / JORDI OTIX

La casa de los Elizalde estaba, claro, en la actual Casa Elizalde, centro cívico municipal, pero lo que interesa aquí es la fábrica, que ocupaba toda esa atípica manzana que delimitan hoy las calles de Rosselló, Còrsega, Bailèn y el paseo de Sant Joan. De allí salieron, en magníficas manufacturas, solo medio millar de coches entre 1914 y 1927. Eran objetos admirados y deseados. Alfonso XIII conoció en persona, en una visita a la fábrica, el Elizalde Super 20 y, maravillado por sus prestaciones, se hizo construir una versión con carrocería regia, a cargo de otros de los genios de la automoción de entonces, los Molist. El rendimiento de los motores Elizalde era excepcional. Tenían un secreto, una culata de bronce, un material con unos coeficientes de dilatación muy bajos, ideales para la función que tenían asignada como corazón del motor.

Elizalde Super 20, una de las más preciosas joyas salida de aquella fábrica y cuyos planos terminaron probablemente en la pira.

Elizalde Super 20, una de las más preciosas joyas salida de aquella fábrica y cuyos planos terminaron probablemente en la pira. / Enric Pareto

La leyenda cuenta que los Elizalde fueron desballestados durante la guerra en busca, precisamente, de ese bronce, porque escaseaba. A lo mejor la leyenda exagera. Lo que sí es verídico es qué sucedió cuando Arturo Elizalde falleció muy prematuramente en París, con solo 52 años.

La anécdota (aunque es mucho más que una anécdota) la conoció el periodista Manuel Garriga por boca de uno de los hijos de aquel hombre excepcional. Los automóviles Elizalde eran obras de arte, pero desde el punto de vista comercial fueron una sangría para la familia. Murió Arturo en 1925 y Carme, parece que muy harta, decidió poner fin a la fabricación de coches para focalizar todas las fuerzas en la producción de motores de avión. Presidió durante 25 años aquella industria aeronáutica.

Habrá quien crea que es demasiado teatral, casi cinematográfico, para ser verdad, pero el caso es que aquella viuda reunió en el patio a todos los trabajadores de la fábrica, alrededor de una montaña de papeles, que eran los planos de todos los coches Elizalde y material anexo. Los quemó. Quería simbolizar el inicio de una nueva etapa. ¡Y de qué manera!

Aquella pira, aunque anterior a la guerra civil, representa muy bien ese final de etapa de la edad de oro de la automoción barcelonesa, aquellos tiempos en que en Barcelona hubo hasta 41 fábricas de coches. Se extinguieron los viejos dinosaurios. Pasarían un par de décadas antes de que, como los pequeños mamíferos roedores del final del Cretácico, los Seat 600 comenzaran a poblar las calles y carreteras locales, pero esa es otra historia.

Ninguna placa recuerda dónde estuvo en su día la fábrica Elizalde. Debería haberla. Y, de paso, recordar el episodio de la hoguera.