INTANGIBLES
Felipe VI, Rajoy, lo confuso y lo aberrante
Jesús Rivasés
Periodista
JESÚS RIVASÉS
El rey Felipe VI empieza hoy la ronda de consultas con los partidos políticos con representación parlamentaria prevista en la Constitución antes de que proponga, en su caso, un candidato a la presidencia del Gobierno. Ha pasado un mes desde las elecciones y casi una semana desde que Ana Pastor, la nueva presidenta del Congreso, le transmitió formalmente cuál era la composición de esa Cámara.
Es el procedimiento, pero es obvio que destila más un aroma del siglo XIX que del XXI. Los siete días que Felipe VI ha tardado en iniciar las consultas solo se justificarían en la clave de que hubiera más tiempo para que fraguara algún acuerdo que permita una investidura. Es lo único que puede hacer el rey desde el respeto escrupuloso a la Constitución.
Pedro Quevedo, diputado de Nueva Canarias, una especie de apéndice del PSOE, será el primer político que reciba Felipe VI. El último, Mariano Rajoy, el jueves. Hasta entonces se abre otro compás de espera político dominado por lo confuso de la situación. Ha habido y hay conversaciones entre los estados mayores de los partidos y entre los líderes. Todo muy en la trastienda, pero el fin de semana -largo en varias comunidades, Madrid incluida- ha tenido que servir para algo, aunque todavía nada garantiza que haya investidura a principios de agosto.
Mientras Felipe VI habla con los políticos, la actividad sigue, sobre todo la económica. El horizonte más que confuso, es aberrante. Es real, pero no puede durar. El jueves, el Tesoro Público español colocó en los mercados 1.715 millones de euros en bonos a tres años, a un tipo medio del menos 0,072%. Es decir, España ha cobrado por pedir dinero prestado. Ya había ocurrido, aunque a menos plazo. Esos tipos de interés significan que los inversores, dentro de tres años, recibirán menos de lo que han invertido. Y sin embargo, invierten en esos bonos. El mundo al revés y, sobre todo, una situación muy peligrosa.
Los intereses negativos son una aberración económica, inédita en la historia económica. Son como un impuesto encubierto a la banca y a los ahorradores, que obliga a todos a buscar riesgos y que facilita contraer deudas con alegría. Las consecuencias para un país muy endeudado, como España, pueden ser dramáticas.
Antes o después, los intereses volverán a ser positivos y el precio -los intereses- que haya que pagar por renovar el billón de deuda actual puede llevar al sector público español a la catástrofe, lo que significaría problemas para las pensiones, la sanidad, la educación y las prestaciones sociales. Recortes. Por eso es tan urgente que haya un Gobierno, porque debe trabajar para preparar el día después de lo aberrante, que llegará, cuando haya que volver a pagar por pedir prestado. Las aberraciones, incluso las económicas, duran lo que duran y nadie tiene su monopolio.
Un analista británico, Donald Johnson, ha rescatado de Shakespeare la palabra "trumpery", tras la nominación de Trump. Algunos la traducen como "trampeo", pero "engaño" o "disparate" parece más exacto.
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