Una bomba para acorralar a la banca

OLGA GRAU

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Mario Draghi ha sido valiente y ha mostrado determinación para intentar sacar a la zona euro del fango del estancamiento y la deflación. El único reproche a hacerle a SuperMario es que lo haya hecho con dos años y medio de retraso por culpa de las presiones de Alemania, con gran influencia en el seno del Banco Central Europeo (BCE). Los temores de Angela Merkel a que los países se relajen, financien sus déficits con los manguerazos, y dejen de lado las reformas estructurales han retrasado peligrosamente lo inevitable.

Ayer, el presidente del BCE anunció lo que ya era inaplazable para la zona euro ante el riesgo de morir de una anemia galopante: un plan de estímulo inédito en la historia de la institución desde su fundación en el año 1998.

Los países de la zona euro recibirán un chute mensual de 60.000 millones de euros que irá directamente a la vena de sus bancos. El plan es una imitación exacta del que puso en marcha EEUU en septiembre del 2012. La diferencia es que la Reserva Federal no esperó tanto, lo puso en marcha cuando su inflación estaba en el 1,6% y el PIB crecía a un ritmo del 1,7% ante las malas perspectivas económicas.

En Europa ha hecho falta que los precios caigan un 0,2% en diciembre, que la tasa de paro se sitúe en el 11,5% y que el PIB se estanque en el 0,2% en el tercer trimestre para vencer a la ortodoxia alemana. Y aun así, no hubo ayer unanimidad en el consejo de gobierno del BCE para poner en marcha este plan-bomba, tan solo una mayoría suficiente que no contó con el beneplácito alemán y probablemente tampoco de sus aliados del norte.

Lo que busca Draghi (y más vale que funcione porque es la última bala en la recámara) es acorralar a los bancos para que vendan la deuda pública que tienen en sus balances y ante la imposibilidad de invertir en nada rentable (los tipos de interés están en cero, los bancos tienen que pagar para que el BCE les guarde su dinero, los gobiernos casi cobran por colocar sus bonos) destinen ese dinero a dar crédito. El objetivo es que las cañerías del sistema financiero se limpien y permitan que los euros lleguen a las familias y, sobre todo, a las empresas para que puedan crear empleo.

El plan refleja una vez más los puntos débiles de esa delicada construcción económica que es el euro, sin alma política real. Cada banco central comprará la deuda pública de los bancos de su país y el riesgo será compartido entre el BCE y los Estados. Una concesión a Alemania, que no quiere pagar la factura de un impago. Y una fórmula muy distante de la que rige en EEUU donde sería impensable que la FED no respondiera ante un impago del Banco Central de Atlanta o del de Nueva York.