ANÁLISIS

No era un partido amistoso

VICENÇ VILLATORO

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Cuesta mucho medir el éxito de una huelga general. Cuesta medir la participación, con datos contradictorios y sabiendo que hay sectores estratégicos clave, más allá del peso de huelguistas aportado. Cuesta más aún medir un intangible importantísimo como es el nivel de tensión real que rodea a la huelga. La primera sensación es que el seguimiento fue moderado; la paralización del país, notable, y la tensión, superior a la esperada.

Antes del día de huelga, algunos teníamos la sensación de que estábamos -en una metáfora que no quisiera ser frívola- en vísperas de un partido amistoso. Los dos equipos, Gobierno y sindicatos, no querían perder el partido, se jugaban el prestigio, pero tampoco querían salir lesionados. Por lo tanto, podían desear, en el fondo y antes de salir perjudicados, un honorable empate que ambos pudieran presentar como una victoria a medias. Y con el PP de espectador, esperando que otro saliera tocado. Eso suponía una tensión baja.

Pero el nivel de tensión ha superado, según mis impresiones, esta previsión. Por varios motivos. La primera, que los sindicatos han tenido la creciente sensación de que en esta huelga se jugaba su papel en el futuro, su sentido. Sobre todo porque desde la derecha española se ha acabado presentando la huelga como la prueba de la obsolescencia, la inutilidad y el aburguesamiento de los sindicatos. Se han picado y no han construido una huelga solo contra el Gobierno, sino contra el mundo y muy especialmente contra el certificado de defunción que les redactaban de modo prematuro.

Una segunda razón es que tal vez hay en el cuerpo social un malestar más profundo del que se detecta. Un malestar que no encuentra formas de expresión, que quizá comparten incluso personas que no hicieron huelga, y que está a la espera de canales para hacerse visibles. Un malestar que puede ser el petróleo que alimente cualquier cosa, desde una protesta civilizada hasta un estallido populista de cualquier signo.

La tercera razón fue quizá la principal en Barcelona. Hay grupos antisistema que se apuntan a todo. Si convierten en un conflicto de orden público una celebración del Barça, una fiesta mayor de barrio o una protesta por el plan Bolonia, más aún con una huelga general. Son los que son y representan lo que representan, pero la huelga les ofreció un escenario y un altavoz. No se les debe confundir con los sindicatos mayoritarios. No se les debe menospreciar: no es una pura gamberrada juvenil. Pero tampoco deben ofrecérseles los beneficios de la comprensión. La democracia es un sistema de libertades, pero también un sistema de límites legítimos. Todo puede reivindicarse, pero no todo vale para reivindicarlo.