Opinión | GOLPE FRANCO

Juan Cruz

Juan Cruz

Periodista y escritor

Futbolistas del Barcelona

Fue en un pueblo con mar

Lamine Yamal y las lágrimas en el césped

Cancelo, De Jong y Raphinha festejan el gol del neerlandés al Getafe en Montjuïc.

Cancelo, De Jong y Raphinha festejan el gol del neerlandés al Getafe en Montjuïc. / Jordi Cotrina

El filósofo catalán Josep Maria Esquirol tiene ojo para la nostalgia, como la tenía Aristóteles. Simone Signoret decía (y luego se lo copió José Luis de Vilallonga) que la nostalgia es un error. Y no: como dice aquel filósofo catalán de estos tiempos, hacía años que el Barça no ejecutaba así un partido, de golpe, con facilidad, con energía sentimental adecuada para acabar sin agobios una faena que ahora, visto el resultado, no sólo es estimulante sino perfecta.

La nostalgia, en el decir del filósofo, es la consecuencia de una buena noticia: después de meses en que ganar formaba parte de un trabajo arduo, al fin Xavi puede charlar con el juez de línea con la tranquilidad de ir por delante en el marcador. Verlo suspirar, al final del partido, como si fuera un muchacho saliendo de la primera película de adultos, llega al corazón de los que le hemos visto llorar con lágrimas secas en los peores ejemplos de la temporada.

La limpieza

La novedad no es tan solo la limpieza con la que se le limpió al equipo la nostalgia de los partidos bien ganados, limpiamente, con la sensación de que nada se le iba a imponer como sorpresa oscura. La novedad es que el Barça, al fin, se ha sentido dueño del juego, más hecho para ganar que para lamentarse, de modo que el conjunto, es decir todos los futbolistas, se sintieron partícipes de una posibilidad factible: ganar.

El Barça de los meses recientes estuvo siempre al borde de la derrota después de haber amagado con la goleada. Equipos aun menores, en ambición y en juego, que el conjunto de Bordalás, arrinconaron a un Barça triunfante y lo acorralaron hasta resultados deprimentes que llevaron, al fin, a la dimisión pospuesta del entrenador.

Las cosas empezaron a cambiar en Nápoles, como si un soplo de razón pura hiciera avanzar a los futbolistas en calidad y en espíritu de futuro. Xavi Hernández no juega los partidos, pero los sufre, y esa sucesiva derrota moral que lo ha llevado contra las cuerdas parece haber sido aliviada primero en aquel partido italiano, donde el equipo jugó un partido formidable, y ahora ante el Getafe, que en la primera parte de LaLiga trato de humillar, con éxito, a un equipo que venía de la alegría de alcanzar un campeonato.

Xavi da instrucciones a sus jugadores ante Bordalás durante el Barça-Getafe en Montjuïc.

Xavi da instrucciones a sus jugadores ante Bordalás durante el Barça-Getafe en Montjuïc. / Jordi Cotrina

La ética de jugar

En el fútbol no juega la venganza, sino la alegría de ganar, y aquella humillación que urdió Bordalás ha quedado ahora resuelta en un partido que parecía hecho para volver a soñar, en el juego, en la alegría de ganar. Se ha logrado con serenidad, con orgullo, con convicción futbolística.

Se ha hecho todo ello con futbolistas del Barcelona. Es decir, en ningún momento, desde el portero hasta la punta del ataque, ninguno de ellos dejó de tener en la frente de jugar la idea fija que se le supone a un jugador de esta pertenencia: que el juego es suyo, porque es del Barcelona. No es una improvisación o una desgana, es una obligación ética y estética propia de futbolistas del Barcelona, aquel equipo que fue de Kubala, Messi o Guardiola, o Xavi.

Futbolistas del Barcelona, que es mucho más que un juramento: es el efecto de una ética que, como señalaba el filósofo Esquirol, obliga a ganar y a divertirse, a no rendirse: a ser el Barça, el equipo de antes, el conjunto que siempre es más importante que el presente porque su porvenir es la probabilidad de la alegría. 

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