Opinión | Golpe Franco
Periodista y escritor
Juan Cruz
Periodista y escritor
Periodista y escritor
Fue en un pueblo con mar, por Juan Cruz
El mar celta, políticos en la grada, un equipo de mitología, presidido con valor, y alegría, por Iago Aspas. Un pueblo que tiene los sabores del subsuelo marino, al lado a las Islas Cíes, ese misterio.
«Fue en un pueblo con mar», dice la canción de Enrique Urquijo. «Una noche después de un concierto». Este mar en el que se hicieron los poemas de Rosalía de Castro (Negra sombra), sobre cuya textura escribe Manuel Rivas, donde Carlos Casares saboreó la alegría con Gonzalo Torrente (Los gozos y las sombras), el Barça sintió la puntada de la derrota.
Fue en un pueblo con mar… una noche después de un concierto… Fue el desconcierto generalizado de un equipo que ha perdido su misterio, ese que llevaba a Los Secretos a cambiarle la letra de a Joaquín Sabina para que lo que iba para ser una juerga de mar se convirtiera en el olor del fracaso.
Tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto. Era, esta vez, en el mar de Vigo, donde los celtas son bravíos aunque pierdan, una demostración de que al Barça se le atragantó su fútbol y ahora es tan vulgar como aquellos que dicen que es cada día más impuro. Me vino esa canción triste cuando el Celta empató, cuando empezaba el segundo tiempo y parecía que el Barça había hecho de su esperanza (el gol de Lewandowski) su último botín. Mingueza (de los nuestros) le centró al Aspas de todas las jugadas y éste marcó un gol que parecía tan leve como la esperanza de que no lo hubiera sido.
Sólo canto si tú me demuestras que es verde la luz de tus ojos de gata. Pero esa demostración de amor e indiferencia que hay en la canción de Urquijo no caló en el espíritu azulgrana; al contrario, el nerviosismo de la derrota que hubiera significado el empate fue confundiéndose, en mi memoria, con algunos de los versos más decaídos de esa canción de amor sin porvenir.
Con el ´quiero beber´ el alcohol me acunó entre sus mantas/ y soñé con sus ojos de gata/ pero no recordé que de mi algo esperaba… Roto el equipo, hasta el ritmo del partido que hacía el Barça se parecía a la letra de Urquijo, triste como la consecuencia inevitable de un fracaso.
Desperté con resaca y busqué pero allí ya no estaba… Era así la letra (en el campo) y la música de un equipo que fue omnipotente y que ahora depende sólo de una o dos casualidades registradas con el sello de otro en el resultado final: Lewandowski y, sobre todo, este muchacho, Lamine Yamal, que parece hecho para ser algún día lo que fue Messi por estos territorios. Ojalá.
De esa canción que me acompañó más allá del penalti que el polaco ensayó dos veces tenía en mi memoria, y en mi dolor de barcelonista herido, el episodio final, en el que el que pierde el amor de la noche se queda a la luna de Cádiz, en este caso de Vigo. Me dijeron que se mosqueó porque me emborraché y la usé como almohada./ Comentó por ahí que yo era un chaval ordinario,/ pero cómo explicar que me vuelvo vulgar al bajarme de cada escenario.
Pero, ¿cómo explicar que el Barça ya se volvió vulgar? Esta vez fue en un pueblo con mar: el equipo se quedó, lleno de voluntades sin amor, perdido hasta el rescate final en el escenario que fue cuna marina de los versos tristes de Rosalía de Castro. n
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