Análisis

La muerte del hombre robado

ANTONIO BIGATÁ

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Ahora que está de moda hablar de los niños robados durante el franquismo, la muerte de Alfredo di Stéfano recuerda a todos los barcelonistas que en aquella etapa hubo el sonado caso de un adulto que corrió con la misma suerte. Aquel robo es la única razón por la cual hoy llora Madrid en vez de hacerlo Barcelona, donde el fallecimiento de este abuelo de 88 años se vive con el mismo pesar -pero no más- que el de cualquier otra persona. Se reconoce su condición de gran futbolista, pero no se olvida ni el atraco legal ni el que pusiese sus piernas y cabeza al servicio del Real Madrid en una etapa en que este club era más antibarcelonista que nunca, exceptuando, claro está, los años actuales (Franco y Bernabéu juntos eran, en eso, un poco menos que Florentino).

Es difícil de entender que, jugando tan bien, siendo tan bueno manejando la pelota y sus espacios, los barcelonistas que les gusta de verdad el fútbol nunca consiguieron querer o admirar lo más mínimo a Alfredo. Pero es que, hasta que ha llegado Cristiano Ronaldo exhibiendo la musculatura de la pierna tras marcar alguno de sus goles, ningún otro madridista había encarnado como Di Stéfano la distancia infinita que existe entre las dos sensibilidades de unas ciudades a las que solo les separan 505,5 km en línea recta, 627 por carretera o 659 en AVE. Está el asunto del robo. Pero además su carácter pavero asumió mejor que nada y nadie la altivez desdeñosa del Madrid hacia los demás en los años en los que se paseó victorioso por Europa aplaudido por un general Franco que, gracias al club blanco, tuvo por fin algo de que presumir en el continente pese a formar parte del fascismo vencido en las batallas de la segunda guerra mundial.

De la acera de enfrente

El barcelonismo siempre consideró a Di Stéfano como alguien de la acera de enfrente. Además de no defender la camisola azulgrana, las que realmente se endosó fueron consecutivamente las del Madrid y el Español (cuando como club todavía exhibía con saña trascendentalista su amor a la eñe). Pero para los azulgranas no dejar un hueco en el corazón para apreciarle por su calidad como futbolista, además de ser injusto era algo bastante ingenuo. Aunque Alfredo haya vivido tantos años de su condición de Madridista Profesional, siempre tuvo, como tantos colegas de antes y de ahora, un acentuado espíritu mercenario. Y le venía incluso de antes de jugar en el Millonarios de Bogotá, el equipo cuyo nombre engaña menos sobre lo que para muchos hay detrás del fútbol. Si hubiese llegado a jugar unos años en el Barça, posiblemente habría aspirado a morir como prototipo final del Esport i Ciutadania y llamándose Alfred.

A algunos catalanes lo único que les gustó de Di Stéfano fue que, ya muy mayor, atraído por su cuidadora quiso volver a casarse. Como en su fallido fichaje por el Bar-

ça, no le dejaron. El entorno se le impuso y limitaron sus sentimientos para que siguiese queriendo únicamente al Madrid, que para eso lo habían robado y para eso habían cambiado la historia que pudo tener y no tuvo el fútbol en nuestro país.