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Los útiles gestos “superfluos” de los bebés

A los 15 meses, los bebés comprenden que ciertos compartimientos ineficientes tienen una ventaja oculta. Saludar con la mano, abrazar o dar besos no sirven de nada, pero refuerza el vínculo social. Un estudio desentraña cómo adquieren esta conciencia. 

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Michele Catanzaro

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Saludar con la mano, decir “por favor”, llevar los incómodos zapatos de moda, o apuntarse al último reto viral: nada de esto tiene alguna utilidad aparente. Al contrario, se trata de comportamientos claramente ineficientes. Y sin embargo, son muy frecuentes.

Un estudio con 30 bebés de 15 meses ha fotografiado el momento en el cual los humanos empiezan a considerar justificado asumir hábitos contraproducentes. A lo largo de los experimentos, los pequeños pasan del estupor inicial frente a gestos irracionales a considerarlos perfectamente aceptables.

La clave está en el vínculo con un grupo. Si un individuo aislado lleva a cabo esas acciones superfluas, eso sólo genera extrañeza. Si las realizan varias personas a la vez, entonces los bebés las interpretan como un ritual social.

El eficiente, el ineficiente y el imitador

En los experimentos, llevados a cabo en París con la colaboración de Jesús Bas, investigador del Center for Batin and Cognition de la Universitat Pompeu Fabra, los bebés observan una sencilla animación con tres protagonistas con formas geométricas. 

Los primeros dos tienen que buscar un premio dentro de un laberinto. El primero lo hace escogiendo la vía más fácil. El segundo, da muchas vueltas antes de llegar al objetivo. Cuando entra un tercer personaje, este se puede acercar al eficiente o al ineficiente. Si se acerca al ineficiente, los bebés se quedan mirando la pantalla más tiempo, una señal de que no entienden qué ocurre: lo normal, sería “hacer amistad” con el eficiente. 

Esto confirma lo observado en otros muchos estudios. “En los últimos diez años, muchos estudios han confirmado que el ser humano espera que se actúe de manera eficiente: que se escoja el recorrido más corto, que se alargue el brazo para coger algo en lugar de levantarse, etcétera”, explica Bas. Minimizar el tiempo, la energía y el número de acciones es primordial.

En la segunda parte del experimento, sin embargo, ocurre algo insólito. Cuando entra el tercer personaje, no se limita a acercarse a uno de los primeros dos, sino los imita a ambos. Primero recorre el laberinto junto con el eficiente, luego con el ineficiente, y luego elige a quién de los dos se acerca. En este caso, los bebés se quedan mirando sorprendidos cuando elige al eficiente. Les parece que lo normal es elegir al que no para de dar vueltas.

El camino hacia lo superfluo

Los investigadores interpretan el juicio de los bebés como un proceso mental que los lleva a atribuir un valor social a la conducta menos eficaz. Los bebés deducen que la sorprendente apuesta del tercer personaje por un compañero ineficiente debe tener algún tipo de explicación.

Bas lo explica con un ejemplo. “Si dos personas beben de sus vasos alargando el brazo de forma normal, no tienen por qué haberse puesto de acuerdo antes. Si antes de hacerlo dicen “pa’ arriba, pa’ abajo, pal centro, p’adentro”, podemos asumir que está ocurriendo algo distinto”, explica. 

Es improbable que dos personas hagan a la vez la misma acción inútil, si no hay una relación entre ellas. “Si dos personas actúan de forma ineficiente a la vez, es probable que haya un vínculo entre ellas”, explica Bas. “Cuando el imitador se alía al eficiente, los bebés entienden que está renunciando a la ventaja social de la relación con el otro, por eso en el segundo experimento esta decisión les sorprende”, explica el científico. 

Ventaja social

Este proceso mental estaría debajo de la adquisición de gestos “inútiles”, como saludar con la mano, o besar y abrazar a amigos y parientes. Estas conductas superfluas refuerzan el vínculo con los padres o con la comunidad de pertenencia. 

“En realidad, se puede considerar un comportamiento que tiene su propia eficiencia, porque refuerza la relación con aquellos que los bebés necesitan para sobrevivir”, observa Elena Levy, investigadora en psicología de los gestos de la Universidad de Connecticut (EUA), no implicada en el trabajo.

Bas aventura que el mismo mecanismo podría actuar más allá de la infancia. “Los adolescentes se apuntan a los retos virales sabiendo que son peligrosos, pero ganan con ellos reconocimiento social”, explica. También entre los adultos, llevar chándal o corbata responde más a la integración en un determinado grupo que a la comodidad.  

Uli Sauerland, investigador del Centro Leibnitz de Lingüística General (Alemania), no implicado en el trabajo, concuerda con los resultados. “Son comparables con otras evidencias presentes en la literatura científica”, explica.

Por ejemplo, en otro estudio anterior, una investigadora se ponía delante de un bebé, cogía una lámpara en sus manos y la apagaba de manera absurda e incómoda: apretando el botón con la frente. Cuando le daba la lámpara al bebé, este también lo hacía, asumiendo que debía haber alguna motivación para hacerlo e imitando el comportamiento del adulto. En otros casos, la investigadora hacía lo mismo, pero tapándose los brazos debajo de una manta y simulando que tenía frío. En este caso, los bebés apagaban la luz de forma normal, con sus manos, porque entendían que no había ninguna motivación más allá del frío para hacerlo con la cabeza. 

Quizás habría que hacerle más caso a la opinión de los bebés: hacer cosas superfluas juntos es una inequívoca señal de amistad.

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