Cuando llevas 11 años sin conseguir una victoria

De mayor querría ser como los belgas.

Tourmalet por Sergi López Egea

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Sergi López-Egea

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La Vuelta se transforma en un mundo de ricos y pobres. Todo llevan bicis parecidas. No hay nadie que afronte la carrera con un ‘hierro’ que vaya haciendo ruido en cada subida, ni que tenga que pedalear con medidas que no son las suyas. Hasta aquí podíamos llegar, que todos son profesionales y muy buenos en el oficio del primero al último de la clasificación general.

Pero, evidentemente, ni son los mismos objetivos, ni cobran igual, ni viven en el mismo planeta. Unos corren para ganar, o intentar hacerlo, y otros pendientes de que un día, casi como el sorteo del euromillón, coincidan todos los números, para cantar victoria y para ser unas horas los más felices del mundo. Pero, en ciclismo, como en otros deportes, lograr la victoria no es tarea ni objetivo fácil y, en ocasiones, se tienen que alinear todos los planetas para poderla conseguir.

Como un espejismo

A veces está tan cerca que casi se puede poder tocar con las manos como el espejismo que dicen se aparece en el desierto cuando el desafortunado está muerto de sed. En el pelotón de la Vuelta hay tantas diferencias como en otros ambientes de la sociedad. Y hasta hay ciclistas que cuando ruedan, cuando sus bicis coinciden con las de astros tipo Jonas Vingegaard o Remco Evenepoel, tratan de apartarse porque no quieren salir en la prensa como causantes de una desgracia.

Si se caen, ni salen citados, todo lo contrario de una figura que se da un gran trompazo. Si los aficionados al ciclismo están interesados en lo que pueda hacer una estrella como Primoz Roglic, por citar un nombre famoso, ciclistas como los integrantes de los conjuntos Caja Rural o Burgos-BH disputan la Vuelta lejos del impacto mediático, pero sudan igual, superan los mismos kilómetros, comparten los mismos hoteles y sus familias están pendientes de lo que hacen, sufren lo mismo en el caso de tener un percance y si algún día llega una victoria se sentirán orgullosos y posiblemente los allegados abran las ventanas de sus casas para gritar eufóricos y que todo el barrio se entere de que han ganado una etapa de la Vuelta

La historia del Caja Rural

El Caja Rural supone el esfuerzo y la constancia de una entidad bancaria sufragando el tesón de un pequeño equipo, el que se perdió la Vuelta del año pasado porque no cabían por exigencias del guion todas las escuadras españolas. Son los que en 2012 ganaron una etapa de la Vuelta, una gesta para recordar ya que desde entonces siempre se han quedado con la piel en los labios, como el viernes en Oliva cuando a Orluis Alberto Aular, segundo en la meta, se le escapó el triunfo de etapa como si fuera un suspiro.

Ellos no esrán pendientes una general por la que ni luchan sino del poder escaparse para gozar de minutos y para soñar que levantan las manos. A ellos les da igual que se peleen los primeros de la clase. Saben que gozan de tiempo suficiente para poderse escapar. Sólo hay que marcar el día en rojo, aunque un montón de rivales piense igual. Porque algún día volverá a sonar la flauta de la victoria y es entonces cuando la celebración, al contrario de los que están acostumbrados a ganar en todas partes, se escuchará como un estruendo de felicidad, gozo y, por supuesto, fe porque tantos y tantos años sin conseguir un triunfo merece una recompensa, al menos por justicia ciclista.

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