La ronda española

La Vuelta se despide de Catalunya con un esprint loco

El australiano Kaden Groves triunfa en Tarragona, entre caídas, sin cambios en la general y con sol y calor como compañía.

Victoria con sangre de Evenepoel.

Groves Tarragona

Groves Tarragona / LA VUELTA / SPRINT CYCLING AGENCY

Sergi López-Egea

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El estruendo de Tarragona está acorde con el día. Calor; por fin se suda en el pelotón. Y por fin todos saben que difícilmente habrá otro guion que un esprint en la despedida catalana de una Vuelta demasiado accidentada, entre el agua, el frío, vía Andorra, y los descerebrados que no entienden que por mucha tirria que se le tenga a la carrera no se puede ir intentando arrojar 400 litros de aceite de motor cuando pasa el pelotón por tu pueblo. Es una barbaridad y un sabotaje.

En las carreras por etapas siempre tiene que haber días de recuperación. Una jornada de montaña se acompaña luego de otra llana, un largo descenso desde los Pirineos al Mediterráneo, con fuga consentida, como tiene que ser, y con tanto ruido cuando se aproximan los corredores a la meta que es imposible que nadie en Tarragona no supiese que la Vuelta acababa en la ciudad.

Sudan los ciclistas y los espectadores. Los primeros agachan la cabeza que sólo levantan cuando llega la curva. Los aficionados gritan, golpean la publicidad de las vallas y tratan de animar a unos corredores que, a 60 por hora, únicamente están pendiente de lo suyo, ganar como Kaden Groves, intentarlo, como hizo Juan Sebastián Molano, o acabar sin incidentes, sin caída tras cruzar la línea de llegada, sin pinchazo y pensando que su cuerpo sólo se mojará cuando entre en la ducha, como fue el caso del líder Remco Evenepoel y del resto de contrincantes.

La gente se acerca a la meta para ver el espectáculo; de hecho, le da igual el que gane al no haber un velocista puro e intratable entre los corredores locales. Pasan tan rápidos que ni se le ves, sobre todo si se comete el error de primar a la foto con el móvil. Es un vicio incorregible.

La Vuelta entra en Tarragona a un ritmo frenético. A cinco kilómetros se produce la primera caída y a 400 metros la última cuando el neerlandés Matijn van den Berg toma una curva recta y se empotra contra las vallas.

A 400 metros de la llegada ya hace rato que los favoritos se han instalado en la zona de seguridad, a mitad del pelotón, lejos de los que se juegan el pellejo, como el australiano Groves, a la caza y captura de una victoria. Sigue el griterío. Molano, colombiano y compañero de Juan Ayuso en el UEA, demarra con fuerza aprovechando la ligera subida hacia meta. Quizá demasiado pronto, porque Groves le pilla rueda y lo bate con tanta facilidad que hasta tiene tiempo de levantar los brazos al verse vencedor de la cuarta etapa.

Groves corre en el Alpecin del ausente Mathieu van der Poel, un equipo que ya se puede colgar la medalla como el mejor en llegadas masivas. Jasper Philipsen dio todo un recital en el Tour y Groves pasa por ser el mejor en la clase de velocistas de la Vuelta. No hay muchas oportunidades porque esta es una carrera aliada con la montaña.

Aprovechó Tarragona y ahora puede hacerlo también este miércoles en Burriana y sobre todo el viernes en Oliva, el resto de la semana está reservado para los jefes de la general, los que respiraron tranquilos en la despedida catalana sabiendo que habían salvado uno de esos días donde nunca se ganará una Vuelta pero que por un despiste o una caída se puede tirar todo por la borda.

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