El Tourmalet

Por la sonrisa de un niño...

Un chaval sonríe junto a las vallas cogido de la mano de su abuelo

Jakobsen Laredo

Jakobsen Laredo / LA VUELTA / CXCLING

Sergi López-Egea

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Por la sonrisa de un niño vale la pena que el abuelo pase horas junto a las vallas. Que se lleve al chaval a primera hora, que todavía no hay colegio y que vea el paso de los ciclistas, que pida una gorra, la eterna petición. ¡Pero si los ciclistas hace años que no utilizan gorras! Los más viejos del lugar se acuerdan de esas gorritas que los corredores guardaban en los bolsillos de su ‘maillot’, esa gorrita que se colocaban cuando achuchaba el calor con la visera hacia arriba para que les permitiera ver la carretera sin riesgo. Eran tiempos en los que pocos llevaban gafas de sol y se comían todos los insectos con los ojos. Era una época en la que las marcas comerciales no habían invadido el pelotón; todos llevaban las mismas zapatillas, negras, de cuero y con agujeritos en los laterales para que el pie pudiera transpirar sin excesivos problemas.

En 1983 el Reynolds se presentó al Tour con un ejército de jóvenes guerrilleros que se querían comer el mundo, sobre todo Pedro Delgado. Iban con zapatillas blancas. Y eso, en aquellos años, estaba prohibido, así que Anastasio Greciano, el veterano del grupo, el ciclista madrileño de Galapagar, tuvo misión doble. Por la noche, para evitar no solo una multa sino que no los dejaran salir, cogió el betún y todas las zapatillas casi por arte de magia se convirtieron en negras.

Salou, Cangas de Onís

El niño sonríe esta mañana cogido de la mano del abuelo junto a las vallas de la salida de Laredo. Lleva una bandera en la mano libre y es el abuelo el que le dicta los nombres de los corredores conforme pasan cerca de ellos. Hubo otra vez, en la Volta de 1990, que cuando pasó el pelotón junto a la playa de Salou un grupo de niños chillaba al paso de los corredores. ¿Qué gritaban? “¡Perico, Perico!”. Fue el día que Miguel Induráin dio una vuelta de campana e impactó contra el asfalto de Salou con su clavícula: al hospital e intervención quirúrgica.

Hubo también una ocasión en la que un niño, en la salida de Cangas de Onís de 1991, por donde pasará la Vuelta este miércoles, pedía con un blog abierto firmas a los ciclistas. Uno de los corredores españoles emergentes de la época fue advertido del deseo del chaval. Y el ciclista, al que llamaremos Antonio sin ser ese su nombre, le negó la firma. "No estoy para esas cosas". Ese corredor seguramente nunca comprendió que por la sonrisa de un niño, como el que este martes aguardaba junto a las vallas de Laredo, vale todo y posiblemente por ello nunca llegó a ser una gran figura del pelotón.

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