LA NUEVA CITA CICLISTA
El arcoíris más difícil
Alejandro Valverde aspira el domingo, a los 38 años, a convertirse en campeón del mundo en un circuito por Innsbruck, con rampas de hasta el 25%, considerado como el Mundial más duro de los últimos años
Sergi López-Egea
Periodista
Periodista especializado en ciclismo desde 1990. Ha seguido regularmente el Tour como enviado especial desde 1991 al igual que la Vuelta, varias ediciones del Giro, la Volta y Mundiales de la especialidad. Autor de los libros 'Locos por el Tour' (con Carlos Arribas y Gabriel Pernau, RBA), 'Cumbres de leyenda' (con Carlos Arribas, RBA y reedición en Cultura Ciclista), 'Cuentos del Tour', 'Cuentos del pelotón', 'Cuentos del equipo Cofidis' y 'El Tourmalet', todos ellos de Cultura Ciclista.
Sergi López-Egea
Cuando Alejandro Valverde está compitiendo es muy difícil que conteste al WhatsApp. Lo mira, pero poco más. Así que Javier Mínguez, seleccionador español de ciclismo, miles y miles de carreras y kilómetros en el coche como técnico, ya no se desesperó durante el Tour si no obtenía respuesta tras enviarle mensajes a Alejandro. Solo el color azul delataba al ciclista. A Mínguez le bastaba con leer lo que le decía.
Mínguez contestaba al teléfono, sábado, 28 de julio, día gris en Espelette, la pequeña localidad del País Vasco francés famosa por sus pimientos. En Espelette se disputaba la última contrarreloj de la ronda francesa y todavía faltaba un buen rato para que acabase de aclararse el podio en una carrera que Geraint Thomas ya tenía ganada. Mínguez pensaba en el Mundial, en el Tirol, en Innsbruck y en este circuito de 258 kilómetros, que se afronta el domingo, el más duro en años, con una subida final que presenta porcentajes de nada menos que del 25%. Y en su mente solo rondaba un nombre para vestirse con el arcoíris más difícil: Alejandro Valverde.
Siete ayudantes para Valverde
La conversación duró más de 30 minutos. Mínguez explicaba lo que ya rondaba por la cabeza. Llevar a Austria a siete magníficos ciclistas, hábiles en la montaña, para que respaldasen a Valverde. Era –es- su Mundial, la última oportunidad para un corredor murciano que colecciona medallas como nunca jamás ha hecho otro ciclista, dos platas y cuatro bronces. Pero le falta la más importante, un oro, que pudo colgarse en Florencia (2013) si la coordinación con Purito hubiese funcionado mejor.
Mínguez, desde Valladolid, se confesaba y explicaba el contenido de los WhatsApp que le enviaba a Valverde. Ya le pedía calma en el Tour y le animaba a disputar una Vuelta en paz y tranquilidad, una Vuelta que le sirviera al ciclista murciano para reunir kilómetros en sus piernas, para entrenar con un dorsal en la espalda, tal como hicieron dos corredores de los que están llamados a convertirse el domingo en rivales de aúpa para el murciano: un italiano (Vincenzo Nibali) y un polaco (Michal Kwiatkowski).
El plan infundado para la Vuelta
La estrategia del técnico castellano era clara. Valverde debía ir a la Vuelta olvidándose de la general, luchando por alguna etapa, tal como hizo en el Camino del Rey y en Almaden, pero luego, poco más, la cabeza debía estar en Innsbruck. El cansancio, el esfuerzo, la constancia, el empuje y las ansias por conquistar una segunda Vuelta a España debían quedar aparcadas. Si Valverde llegaba a Madrid cansado, el arcoíris ya no sería una prenda difícil de conquistar, si no casi imposible, un imposible, por otro lado, que nunca jamás ha formado parte del diccionario particular del veterano corredor.
Por eso, cuando Mikel Landa se cayó en la Clásica de San Sebastián y se fracturó una vértebra, Mínguez comenzó a preocuparse. Con el ciclista alavés nunca ha tenido una sintonía perfecta, pero con Alejandro es diferente. Y, también es así, porque todavía debe llegar el ciclista que levante la mano para descalificar al murciano. Si hasta hubo una vez que Alberto Contador lo llamó al móvil para preguntarle si iba a correr a China, última carrera del año, cuando ambos se disputaban la clasificación mundial que ahora lidera el ciclista del Movistar.
"Se van a enterar"
Pero cuando Valverde se encuentra bien no hay quien lo pare. Sucedía cuando tenía 28 años y ocurre ahora con 38. Por eso, cuandos creyó que tenía la Vuelta en las piernas –fantástico para la ronda española-, se lanzó a su conquista. Y puede que hasta hubiese conseguido el reto, y con menor desgaste, que en el fondo era lo más importante, de haber encontrado un poco, solo un poquito, de colaboración por parte de Nairo Quintana. Ni un palabra fuera de lugar pronunció el murciano contra el colombiano durante la disputa de la carrera.
Mínguez –ya estamos en la Vuelta y en otro contrarreloj, la de Torrelavega- ya daba el caso por perdido. Ya le había llegado que Valverde había pronunciado más de una vez su fase preferida, la que expone como respuesta para la siguiente etapa cuando las cosas no acaban de irle bien, cuando se queda a un segundo del jersey rojo en La Covatilla o le sale una contrarreloj peor de lo que esperaba. "Se van a enterar".
Por eso, en el fondo, y por muy bien que llegue a Innsbruck Julian Alaphilippe, el ciclista francés que no ha hecho otra cosa que ganar carreras mientras preparaba el Mundial lejos de la Vuelta, Mínguez y todos saben que el problema de Valverde nunca está en sus piernas, si no en su cabeza. Y que su cerebro ya se ha recuperado del desengaño por perder la Vuelta en Andorra. Hay Mundial. Hay Valverde y un arcoíris difícil pero no imposible.
El caso aparte de Enric Mas
El ciclista mallorquín es otro aliciente en la selección española que acude el domingo a la gran cita del Mundial de Innsbruck. <strong>Enric Mas</strong>, tras la segunda plaza en la Vuelta a sus 23 años, ya nunca más tendrá en su cuerpo expuesta la etiqueta de gregario. Por eso, en Austria, será el ayudante principal de Valverde y el ciclista que estará en la recámara por si las cosas no acaban de funcionarle al murciano según sus deseos.
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