Escapar de los bombardeos

Una pastelera ucraniana recién llegada a Barcelona: “Ahora mi sueño es sobrevivir”

Evelina Melnikova lo dejó todo atrás cuando empezó la guerra de Ucrania y se temió un ataque a gran escala por parte del ejército ruso en su ciudad, Odesa

Evelina Melnikova, el pasado sábado bajo la lluvia de Barcelona.

Evelina Melnikova, el pasado sábado bajo la lluvia de Barcelona. / Xavi Herrero

Eduard Palomares

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un día estás elaborando unos pasteles espléndidos llenos de color y vida y, de repente, te ves cruzando la frontera camino a lo desconocido porque están bombardeando tu país. Así de devastadora es la guerra, así de absurda. Evelina Melnikova, de 30 años, se dedicaba en Odesa, en el sur de Ucrania, a la repostería y asesoraba a restaurantes en materia de postres. Tenía sueños y planes, como cualquiera, hasta que el estruendo de las baterías antiaéreas le anunció que empezaba la pesadilla, como un despertador que funciona en sentido inverso.

Lo cuenta ya en una cafetería en el centro de Barcelona, en un día gris y lluvioso, después de una odisea que le llevó a atravesar en autobús siete países en tres días, con una sola maleta y enganchada permanentemente al móvil para comunicarse con sus padres, que habían decidido quedarse. Un amigo que conoció en un anterior viaje a Catalunya le ofreció alojamiento en Cardedeu (Vallès Oriental) y allí se dirigió con otra amiga, porque sentía que necesitaba ir a parar a algún país que no le fuera del todo desconocido.

–Los ucranianos os hemos traído la lluvia –bromea, a pesar de todo, mientras sostiene un viejo paraguas con dibujos de matrioskas.

–Bueno, estábamos a punto de entrar en sequía, así que es una buena noticia.

–Me alegro entonces.

Una vida que cambia por completo

Dejó Odesa el 27 de febrero, después de que una bomba que cayó no demasiado lejos la envolviera de polvo y miedo, cuando iba a trabajar como cada día a la pastelería.

Se dedicaba a la repostería y asesoraba a restaurantes en materia de postres; ahora todos sus planes se han roto, pero tiene ganas de seguir creando

­­¿Cómo reaccionas cuando se produce una explosión tan cerca de ti?

­Nadie te prepara para eso, no tienes ni idea de qué hacer. Solo habíamos visto la guerra en las películas y, de verdad, no sabes lo que es hasta que no lo vives en persona. Todo el mundo empezó a correr sin rumbo, yo también, hasta que me dije que debía parar y pensar un plan.

¿Imaginabas que pudiera suceder algo así?

¡No, incluso ahora todavía me cuesta creerlo! Amigos extranjeros me preguntaban hace tan solo un par de meses si estaba preocupada, y yo les respondía que no había peligro, que todo era una exageración. ¡No era capaz de imaginar lo mucho que iba cambiar mi vida! Tenía muchos sueños y, poco a poco, iba dando pasos adelante para cumplirlos. Ahora, en cambio, solo pienso en sobrevivir.

Evelina Melnikova, el pasado sábado en el Café Cosmo de Barcelona.

Evelina Melnikova, el pasado sábado en el Café Cosmo de Barcelona. / Xavi Herrero

¿Cuándo decides que tienes que dejar tu ciudad?

Al comenzar la invasión me puse muy nerviosa, cada día era terrible. Vivimos muy cerca del puerto y cuando supimos que era un objetivo del ejército ruso, nos fuimos a pasar la noche a casa de mis tíos, que está más en el interior. Simplemente cogí una pequeña maleta con algo de ropa, documentos y dinero. Durante toda esa noche estuve pensando qué hacer, si debía quedarme o irme. Mis padres habían decido permanecer en Odesa. Hablé con ellos y les dije que tenía miedo, que me sentía en peligro y que quería tener una vida larga, crear algo por mí misma. Y que allí no sería posible. Ellos me dieron su apoyo y yo me sentí con fuerzas de dar el siguiente paso.

Cruzar siete países en tres días

El siguiente paso para Evelina Melnikova fue coger sola un autobús hacia Moldavia, esperar siete horas para traspasar la frontera y permanecer dos días allí sin saber qué hacer a continuación, esperando reencontrarse con alguien conocido y recibiendo el apoyo de voluntarios que le proporcionaron comida, ropa, alojamiento… Por suerte, tanto amigos como contactos a través de las redes sociales le ofrecieron ayuda desde diversos puntos de Europa, hasta que decidió poner rumbo a Cardedeu, a donde llegó el 3 de marzo.

Me siento a afortunada, pero también algo culpable, por haberlo dejado todo atrás, especialmente a mi familia y amigos. Es algo complejo. También soy consciente de que los ucranianos estamos teniendo más facilidades para movernos que otros refugiados.

–¿Te ha cambiado vivir una experiencia así?

–La guerra te genera un trauma, es una pesadilla. Incluso ahora nos asustamos si escuchamos un avión o un ruido fuerte. Por suerte, Cardedeu es muy tranquilo, un lugar donde siento que puedo empezar a recuperarme.

–¿Qué se siente cuándo ves escenas de guerra en tu país? ¿Odio, rabia, frustración…?

–Esta guerra no tiene sentido. Mi apellido proviene de Rusia, tengo amigos allá, una historia en común, a Odesa venían muchos turistas rusos... No siento odio, pero es incomprensible. Cada día contacto varias veces con mi familia para confirmar que están bien.

–Aquí hemos tenido el debate de si era conveniente enviar armas a Ucrania, porque esto solo conseguiría escalar el conflicto y generar más muertes. ¿Tú que crees?

–Por favor, enviad armas, porque la gente está allí en peligro, luchando por su vida. ¿Tú qué harías si alguien quisiera matarte?

Un nuevo comienzo

Es extraño responder a una pregunta como esa en el Café Cosmo, una confortable cafetería del centro de Barcelona, con unos ‘capuccinos’ sobre la mesa y frente a alguien que podría ser perfectamente una amiga que te está explicando cómo le va la vida. Pero Odesa también era hasta hace poco un lugar agradable donde vivir, sin el estrés de Kiev, con mar, naturaleza, granjas y futuro. Un lugar donde Evelina vendía sus pasteles para cumpleaños, celebraciones o para darse un capricho. Unos pasteles tan bonitos que duele verlos ahora.

–¿Crees que esta experiencia afectará a tu forma de crear, a tus ganas de hacer pasteles como antes?

–Al contrario, me siento muy motivada, porque ya no me queda nada, así que tengo que sobrevivir, sea como sea. No sé cuándo podré volver a Odesa, pero quiero que mis padres vean que estoy bien, porque esto les hace felices. Es como si esta situación te forzara a tener aún más energía, más ideas, más planes. Suena raro, pero después de todo esto pienso que no tengo barreras, que todo es posible.

Evelina sonríe, a pesar de todo lo vivido, cuando habla del futuro.

Evelina sonríe, a pesar de todo lo vivido, cuando habla del futuro. / Xavi Herrero

Lo dice con entereza, con una sonrisa que se ha ido dibujando poco a poco a lo largo de la conversación, como si conocer el sonido que hace una bomba al explotar la hubiera despojado de lo superfluo. Remarca que no se siente una refugiada ni tampoco quiere ser considerada una víctima, y que ha aprendido que puede vivir con muy poco. También que quiere aportar algo a su sociedad de acogida, por eso pregunta qué tipo de postres nos gustan más a los catalanes, qué apreciamos más, qué sabores preferimos, cuál es el estilo que mejor podría encajar…

–Lo dejé todo atrás, no tengo nada, pero tengo mis manos y me tengo a mí. Quiero confiar en que puedo ser capaz de crear algo bueno aquí.

De hecho, acaba de llegar y ya tiene entrevistas de trabajo gracias a algunos contactos en el mundo de la pastelería, aunque aún está por ver qué tipo de permisos y trámites necesita para conseguir un contrato. Lo que sí tiene es su talento y unas ganas de labrarse su propio camino tremendas.

–¿Nieva alguna vez en Barcelona? –pregunta cuando nos despedimos, en lo que quizás sea un deseo de sentirse un poco más como en casa.

Como mucho una vez cada 10 años, Evelina, pero seguro que te acostumbras.

Suscríbete para seguir leyendo