En el Gòtic
Una heladería sustituirá al histórico bar Brusi en el centro de Barcelona
Cierra para siempre El Brusi, el restaurante con los mejores callos de Barcelona
El histórico bar Al Andalus de L'Hospitalet reabre las puertas tras seis meses del adiós de sus dueños
Jordi Ribalaygue
Periodista
Periodista especializado en información local de Barcelona y el área metropolitana. Ha trabajado en El Mundo, EFE, Público, Ara, Tot Barcelona y medios locales de Sant Adrià de Besòs y Badalona. Ha colaborado en la redacción del libro 'Objectiu Venus', sobre el barrio de La Mina.
Histórico y castizo, el bar Brusi echó el cierre el abril pasado en el centro de Barcelona, muy cerca de la plaza de Sant Jaume. Conocidísimo por servir los callos más alabados de la ciudad, el local se ha mantenido en letargo durante nueve meses, aguardando a que alguien tomase el relevo a la familia Sans Sabadell, que lo regentó durante más de seis décadas en la calle de la Llibreteria. Los propietarios -los mismos que atendían tras la barra de zinc- aspiraban a hallar un sucesor en los fogones que heredase su recetario tradicional como legado que salvaguardar en el Gòtic, en serio riesgo de ser copado por comercios impersonales. Sin embargo, el Brusi no renacerá ni volverán sus guisos sin artificios: de aquí a unos meses, reabrirá con otro aspecto y otro tipo de negocio, convertido en una cafetería con heladería y pastelería.
Este mediodía, un cartel sobre la entrada anunciaba que el viejo bar ya había encontrado inquilino. El bajo lo han alquilado los responsables de una heladería italiana cercana, Elisa, con un establecimiento que hace esquina en el número 15 de la calle Jaume I. Tras la persiana medio subida, un trabajador trajinaba entre una escalera y los andamios que presagian la remodelación que se avecina. La sala lucía como siempre: vacía, pero con la apariencia arcaica -encantadoramente trasnochada, si se quiere- que le confería carácter.
“Hay trabajo por hacer dentro. Cambiará bastante”, admite la saga de los Sans Sabadell, al frente del negocio hasta poco antes del último Sant Jordi. No ocultan una cierta tristeza por que, al final, el Brusi no resurja en manos de nuevos hosteleros.
El obstáculo de la normativa
“Nuestra primera idea era que continuara como estaba, o de una forma bastante parecida. Estábamos dispuestos a una renuncia económica mientra siguiera con cara y ojos. Había algún restaurante con bastante caché y gente potente y conocida interesada, pero la licencia de hostelería no se adaptaba a lo suyo”, expresan los dueños. Confiesan que hubieran querido que el local “conservara la estética”, pero apuntan a que las exigencias de las normativas lo dificultan.
“El problema es que nuestro bar tenía más de 60 años y las licencias que se daban entonces no son comparables con las que se dan actualmente -observan-. Quien viniera no podía seguir haciendo lo que nosotros hacíamos: si se transmite la licencia, se debe adaptar todo al 100%”. En ese sentido, explican que parte del local no se ciñe a las ordenanzas municipales. Por ejemplo, en lo que se refiere a la prevención de incendios.
Más allá de que se pierda definitivamente un bar histórico, los propietarios celebran que los inquilinos sean vecinos del barrio. Destacan que conocen el Gòtic y no son unos neófitos de una franquicia desarraigada de la ciudad. “Quieren aprovechar la barra, pero no les va bien su estado actual y quieren hacer algún cambio. Alguna cosa conservarán. Pero de la manera actual, no. Todo debe cambiar para adaptarse a la licencia y la normativa de ahora”, cuentan los Sans Sabadell. Por ejemplo, las caracteríscas vigas de madera del establecimiento están condenadas: tendrán que ser arrancadas, porque no se ajustan a las prescripciones antiincendios.
Desde que echó el cerrojazo, la familia ha tenido que digerir que no sería posible que el Brusi reviviera. Reconoce que no le resultará fácil acostumbrarse a las obras que, durante los próximos meses, transformarán lo que ha sido una extensión de su casa. “Preferimos recordarlo tal como era”, atestigua.
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